EDITORIAL

Ficciones K

 

Decir que el gobierno nacional se mueve con comodidad en el terreno de la ficción parece una adecuada descripción tanto de la manera en que aborda aspectos centrales del desenvolvimiento económico del país (v.g: la inflación), como del “relato” construido para adjudicar a sus integrantes un rol histórico protagónico y excluyente en la lucha por los derechos humanos y contra la dictadura militar.

Esta afirmación, necesariamente controvertida, encuentra un correlato más directo y explícito en el nuevo curso de acción asumido por el kirchnerismo dentro de su profusa y persistente estrategia mediática: la producción de contenidos para televisión. Concretamente, un lote de miniseries de diversa factura y temática, destinadas ya no a cubrir la grilla de los canales oficiales, sino a nutrir la programación de las emisoras privadas.

Esto último se logra a través de acuerdos comerciales que permiten a las señales contar con los preciados espacios de ficción en la pantalla, sin tener que afrontar el costo, a veces prohibitivo y ahora solventado con los dineros públicos. Como contrapartida, ceden al gobierno una parte de las tandas comerciales, para que éste pueda desplegar allí la artillería propagandística habitual en las transmisiones del fútbol para todos, pero con menos llegada al resto del público.

Con algunos productos ya en el aire, la principal polémica surgió por los coletazos de uno que -a raíz de ella-, vio pospuesto su inicio: la miniserie que escenifica la versión kirchnerista del traspaso de Papel Prensa a manos del Estado Nacional y de los diarios Clarín y La Nación durante la dictadura militar.

Con el primer libreto en la mano, y por cadena nacional, el gobierno buscó criminalizar a quienes encabezan a sus principales “enemigos” mediáticos, y despertar la indignación de la sociedad. Como no tuvo éxito con aquél informe auspiciado por Guillermo Moreno, ahora lo intenta con el auxilio de los recursos dramáticos propios del lenguaje televisivo, y el de conocidos y prestigiosos actores; públicamente identificados con las pautas ideológicas que el actual gobierno convirtió en su carta de presentación y adhesión. Naturalmente, el alejamiento del proyecto de un artista “arrepentido” fue bien aprovechado como recurso publicitario.

Es obvio que diversificar contenidos por encima de la lógica estrictamente comercial, llevar a los hogares productos de interés no sometidos al condicionante del rating y los costos de producción, y proprocionar fuentes de trabajo a los artistas y profesionales argentinos, son motivos suficientes para celebrar una iniciativa de este tenor. El problema surge cuando los programas -que en algunos casos han mostrado bajísima calidad-, sumados a otras medidas antes mencionadas no son más que la excusa para desarrollar proselitismo y copar el espacio público con un discurso único; discurso que es sólo una de las versiones de la realidad, aunque el gobierno prefiera rechazar todas las demás.