10 de octubre de 1811

Bicentenario de la gesta artiguista

Julio César Rondina (*)

La revolución en la Banda oriental se inició el 28 de febrero de 1811 con el ‘Grito de Asencio’, lanzado por los paisanos Pedro José Viera y Venancio Benavídez quienes, al frente de un centenar de gauchos, ocuparon Mercedes y Soriano. La revolución se extendió rápidamente por la mayor parte de la campaña, dirigida por numerosos caudillos.

A principios de 1811 José Gervasio Artigas se había trasladado a Buenos Aires entrando en contacto con la Junta Revolucionaria de Mayo, en abril desembarcó en la costa de Paysandú estableciendo su cuartel general en Mercedes.

Desde allí lanzó una proclama invitando a los pueblos a defender la causa de la libertad contra la tiranía bajo el emblema: ‘Vencer o Morir’. Los caudillos orientales pusieron sus fuerzas bajo el mando de Artigas y marcharon sobre Montevideo.

La Batalla de Las Piedras y sus consecuencias

El 18 de mayo de 1811 en la localidad de Las Piedras se enfrentaron con un ejército superior en armamento, enviado por el virrey Elío, logrando un brillante triunfo.

Esta batalla tuvo importantes consecuencias por cuanto constituyó el primer triunfo de los revolucionarios en el Río de la Plata, ya que los ejércitos que la Junta de Buenos Aires había enviado al Alto Perú y Paraguay habían sido derrotados.

El 27 de mayo los criollos patriotas tomaron Colonia y con ello toda la Banda Oriental quedó en su poder, menos la ciudad de Montevideo que fue aislada y sitiada.

Ante esta situación la Junta envió un ejército auxiliar de tres mil hombres a las órdenes de José Rondeau, a quien se instituyó como jefe militar. Artigas era su segundo jefe.

El Virrey Elío al percibir lo dificil de su situación, pidió auxilio a la Corte portuguesa en Río de Janeiro que envió un poderoso ejército que invadió la Banda Oriental en el mes de agosto.

La actitud de Buenos Aires

La intervención de Portugal en ayuda de Montevideo alarmó al Gobierno porteño que -medroso- entendió que era imposible sostener una lucha con dos frentes, vale decir, contra los españoles en el norte argentino, y contra los portugueses, en Uruguay.

La Junta aceptó discutir un tratado de paz o armisticio y Elío impuso como condiciones para un acuerdo el levantamiento del sitio y el reconocimiento de su autoridad en toda la Banda Oriental.

Buenos Aires no advertía que el abandono del Uruguay fortificaba el poderío español en la región y abría peligrosamente las puertas a las fuerzas portuguesas que estaban al acecho para conquistarlo.

Por otra parte, en la Junta de Mayo, derrotado el Morenismo y su concepción continental de la revolución (expresado en el Plan Revolucionario de Operaciones), primaban los intereses de los comerciantes porteños que pretendían la tranquilidad en el Río de la Plata para afianzar la hegemonía económica del puerto.

El armisticio buscado por Buenos Aires dejaba a los orientales abandonados a su propia suerte. Estos, al enterarse del próximo levantamiento del sitio, resolvieron reunirse en ‘asambleas’ para deliberar sobre su delicada situación.

La primera se realizó el 10 de setiembre de 1811 en ‘la panadería de Vidal’. Fue convocada por Rondeau para que los delegados de la Junta de Buenos Aires explicaran la necesidad de interrumpir la lucha. Los orientales protestaron enérgicamente haciendo conocer su voluntad de mantener el sitio por sus propios medios.

En ese momento en Buenos Aires, la Junta de Mayo fue sustituida por el Primer Triunvirato (23 de setiembre de 1811), de notoria orientación unitaria, que finalmente el 7 de octubre de 1811 acuerda que las fuerzas sitiadoras levantarían el asedio y que el virrey Elío haría suspender las marchas del ejército portugués.

La Asamblea del 10 de octubre de 1811

Al conocer este arreglo, los orientales realizan otra asamblea el 10 de octubre de 1811 en la ‘Quinta de la Paraguaya’.

En ella estuvieron presentes el delegado de Buenos Aires, Artigas, varios jefes militares orientales y el vecindario. El delegado insistió en que era necesario levantar el sitio para evitar la lucha contra los portugueses. Por el pacto, Rondeau debía regresar con su ejército a Buenos Aires y Artigas retirarse con sus tropas hacia el territorio de Yapeyú en Corrientes. Como concesión, se le otorgaba el cargo de Gobernador de Yapeyú.

Los orientales manifestaron su oposición al acuerdo pero resolvieron obedecer las órdenes dadas. En esta asamblea el pueblo decidió elegir a su caudillo José Artigas, como ‘Jefe de los Orientales’.

El Éxodo del Pueblo Oriental

El 12 de octubre de 1811, Artigas debió levantar el sitio y partir hacia Entre Ríos. Desde ese momento todo el pueblo oriental en un movimiento espontáneo y abandonando sus hogares, se fue uniendo a su ejército en la marcha. Al llegar a Salto, más de dieciseis mil personas, en unas 1000 carretas, se habían plegado al Jefe de los Orientales buscando su protección. Este hecho se conoce con el nombre de ‘Exodo del Pueblo Oriental’. Los paisanos de esa época lo llamaron ‘La Redota’ por decir ‘la derrota’ que significa la retirada y el estar vencidos.

En diciembre de 1811 cruzaron el río Uruguay desde Salto Chico, para acampar a orillas del arroyo Ayuí (hoy Concordia) en Entre Ríos. Allí quedaron sufriendo penurias y privaciones, pero soportándolo todo en forma admirable, bajo la cuidadosa protección de Artigas. Éste entabló relaciones con el gobierno de Paraguay y con los principales caudillos del litoral argentino que más tarde se plegarían a sus ideas. En tanto, continuaba defendiendo nuestras fronteras de los ataques portugueses.

Hacia fines de 1812 los orientales iniciaron el regreso al país porque Artigas recibió órdenes desde Buenos Aires, de incorporarse al segundo sitio de Montevideo.

Una gesta popular

El Éxodo fue un movimiento espontáneo e incontenible e hizo de los orientales un “pueblo en armas” (al decir de Pérez Amuchástegui) dispuesto a luchar por la libertad hasta las últimas consecuencias al margen de las intrigas porteñas, las ambiciones portuguesas y las pretensiones hegemónicas de los realistas de Montevideo.

¿Quiénes seguían a Artigas? “Es una multitud desharrapada que lo sigue de cerca. Es gente que no entiende jerarquías. Changadores, troperos, negros bisoños, indios a medio civilizar, desheredados de la fortuna y amigos de la infancia y correrías... ¿Qué es en verdad para ellos un jefe? Un jefe es nada más que un hombre más ‘leído’, más guapo, más hábil, más jinete, mejor enlazador o pialador, más ducho en las faenas de la yerra y del corambre, más discreto enamorador. Y a ese hombre no se le teme, se le admira. Por eso van ahí con él, siempre irán con él, sus muchachos...” dice Jesualdo en “Artigas. Del vasallaje a la revolución”.

¿Cuáles son sus armas? “Con viejas carabinas enmohecidas, sables mellados y sin empuñadura, pistolones y trabucos naranjeros, hojas de tijera de esquilar y medias lunas de desjarretar enastadas en cañas, ornadas con trapos multicolores, van esos paisanos...” (Idem).

Esta es la gente y las armas del “Excelentísimo Protector de la mitad del Nuevo Mundo”, al decir del comerciante inglés Robertson, que luego sería el Protector de los Pueblos Libres.

Esta gesta galvanizó la unidad del pueblo oriental, fortificó la solidaridad mutua, especialmente con los más débiles, y afianzó el sentimiento de autonomía frente a Buenos Aires. El pueblo que emigró siguiendo a Artigas tenía conciencia de poseer vínculos comunes como el territorio, la región, las costumbres, los enemigos, el idioma, además de intereses políticos idénticos.

Por ellos dirá luego Artigas al inaugurar el Congreso de Tres Cruces: “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana”.

(*) Presidente del Instituto Artiguista de Santa Fe

Bicentenario de la gesta artiguista

José Gervasio Artigas, el “Jefe de los Orientales”. Foto: Archivo El Litoral