A Banfield

Joan Manuel Serrat llevó una fiesta de sus clásicos

El consagrado intérprete catalán dio muestra de que sus clásicos más antiguos mantienen el poder de hipnosis sobre los argentinos.

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Largas ovaciones para un cantautor que mantiene un bello romance con sus espectadores de varias generaciones. Foto: EFE

De la redacción de El Litoral

El catalán Joan Manuel Serrat dio anteanoche, por si quedaban dudas, una nueva muestra de que sus clásicos más antiguos mantienen el poder de hipnosis sobre el público argentino, esta vez con un compacto recital de dos horas en el estadio del club Banfield.

Unas 35.000 personas aplaudieron de pie a Serrat, por sus canciones, por sus insistentes palabras de afecto para con los argentinos y por cada uno de sus regresos al escenario, al que debió volver tres veces por la insistencia del público.

Como aviso de lo que vendría, “Hoy puede ser un gran día” abrió la serie, a lo que siguió la primera declaración de amor cruzada: “Estoy francamente feliz de que se hayan acordado de mí y me hayan invitado, y de que sea en un lugar tan especial como la cancha del Taladro”, lanzó el cantante, en guiño hacia los dueños de casa.

Serrat celebró que los argentinos le hubieran “preparado una noche bien de primavera” y festejó el hecho de “poder volver a este país sin despertar sospechas”, frase a la que siguieron “De vez en cuando la vida”, “La bella y el metro” y una versión casi “umplugged” de “Penélope”, en la que se lució la violinista María Roca.

El cantante hizo luego un pequeño homenaje a la figura de Miguel Hernández, cuyos poemas ya había musicalizado en 1972 y ahora en “Hijos de la luz y de la sombra”, su última placa, de la que eligió “Las abarcas desiertas” y “Dale que dale” y el tema que da nombre al CD.

Emotividad

“Hernández era un absoluto cómplice de su tiempo. No quiero que esté ausente en esta fiesta, de la que él se sentiría solidario”, expresó el catalán, y reiteró la historia de la carta que el poeta recibió de su esposa mientras estaba preso contando su pobreza. Llegó entonces “Nanas de la cebolla”, probablemente el momento más emotivo de la noche.

Antes de una pausa en la que le dejó el escenario a su banda, Serrat levantó a todos con “Para la libertad”, y a su regreso se enhebraron “El carrusel del furo”, “Me gusta todo de ti (pero tú no)” y “Tu nombre me sabe a hierba”.

“Cuidado con esas declaraciones de intenciones, que luego hay que mantenerlas”, respondió el “Nano” a los piropos de las primeras filas. Después, habló de sus coterráneos como “gente curiosa, que, por ejemplo, usa el catalán, pero no por joder”, y dedicó a “los catalanes que encontraron aquí su lugar y a los argentinos que por cosas de la vida se fueron para allá” su clásico “Paraules d‘amor”.

Certeros, prolijos, atentos, a Serrat lo escoltaban, además de Roca, José “Klitfus” Mas, en teclados; Vicente Climent, en batería; Israel Cuenca, en guitarras, y Daniel Casielles, en contrabajo y bajo, todos dirigidos desde el piano por Ricard Miralles, a esta altura casi una parte misma del cantante.