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Nuestra cerveza y su liturgia

Dr. Alberto M. Niel.

Señores directores: Imposible recordar al viejo Santa Fe sin mencionar su cerveza, a la cual nativos y foráneos adoptados rendían un culto pagano que todavía perdura. No hubo prácticamente persona que desfilara por estos lares que escapara a su influjo y no recordara posteriormente con nostalgia las tenidas en los templos tradicionales de otrora: el “Gran Chopp”, en 9 de Julio y Salta, la “Modelo” de calle Mendoza, “Los Dos Chinos” frente al teatro Municipal, el “Derby”, el “City”, el “Pilsen”, los “Bavieras”, “El Plata”, la “Cortadita”, etcétera. Sería cosa de nunca acabar.

Al mediodía y al anochecer desfilaban y se acomodaban los sedientos santafesinos y sus invitados foráneos, abarrotando las choperías y consumiendo cantidades industriales de cerveza helada en forma de lisos y de dobles, acompañados por ingredientes variados que se amontonaban en el centro de las mesas, compitiendo los negocios en brindar cantidad y calidad: papitas y palitos salados, lupines, ensalada de papas, micro sandwiches, rabanitos, cazuelitas, berberechos, trocitos de lo que uno quisiera y pudiera tragar, lisos a $ 0,20 con ingredientes que podían a veces superar los diez platitos.

Durante los meses calurosos se ponían mesas en las veredas, siendo todo un espectáculo ver llena la explanada situada frente al teatro Municipal, con gente elegantemente vestida que se sentaba para comentar el sainete, el recital o la ópera que acababan de gozar, luciendo las mujeres sus mejores galas y blanqueando los hombres con sus trajes de verano, tocadas sus cabezas con ranchos pajizos o panamás.

Las cervezas se servía en recipientes y volúmenes variados que iban desde el “cívico” en un pequeño vaso, para la gente menuda, al “liso” tradicional, servicio en vaso liso (de allí su nombre) de unos 200 cm. cúbicos, al “doble” en jarra de vidrio grueso y acanalado, con manija, a la “jarrita” de porcelana blanca brillante, inmaculada o finamente decorada con pinturas centroeuropeas, con manijas y sin tapa, o con tapa articulada que basculaba oprimiendo un suplemento con el pulgar. Esta última, de mayor tamaño, era usada habitualmente por los europeos que consumían la cerveza a temperatura ambiental, algo inconcebible para nosotros, que sólo la conceptuamos bebible cuando su frialdad hace “transpirar” el vaso y con una espuma que no supere el través de un pulgar, con una consistencia que mantenga erecto a un escarbadientes clavado en ella perpendicularmente y sin que se hunda. Nuestro favorito siempre fue el chopp, cerveza blanca con gas a presión, sin pasteurizar, envasada en barriles, enfriada con serpentina refrigerada con hielo picado y salado y servida por canilla especial según arte, con presión adecuada, inclinando el vaso previamente lavado y enfriado y barriendo el exceso de espuma con una espátula de madera.

Tomar cerveza negra o dejar calentar el liso y adelgazar la espuma, perder la presión o mover el vaso con movimientos circulares eran cosas propias de novatos y de forasteros, vale decir de los no iniciados en nuestra liturgia de la cerveza. ¡Allá ellos!...