Editorial

Procerización apresurada

El aniversario de la muerte de Néstor Kirchner llevó a su punto de mayor exposición una tendencia instalada en el partido gobernante desde su fallecimiento, y que a la vez se inscribe en las tradiciones históricas del justicialismo y de la propia sociedad argentina: la fuerte impronta de los liderazgos personalistas y el culto a los líderes fallecidos, mediante una operación de enaltecimiento que borra matices, exhumando las virtudes y dejando sepultados los defectos.

Más allá del efecto a nivel político-electoral del temprano deceso del ex presidente, objeto de numerosos análisis, el acontecimiento disparó una serie aún en expansión de acontecimientos y espacios públicos a los que se impuso su nombre. Desde los torneos del fútbol de primera, ahora instalados masivamente en los hogares argentinos, hasta la erección de monumentos con su imagen, centros de estudios, calles y avenidas, paseos, escuelas, centros sanitarios, dependencias policiales e incluso túneles pasaron a ser conocidos e identificados como “Presidente Néstor Kirchner”; en un verdadero torneo que recorre toda la geografía del país. En nuestro medio, sin ir más lejos, el Consejo Municipal aprobó llamar así a un tramo de la costanera este, y hay un proyecto de ley para hacer lo propio con la avenida Rosario-Córdoba.

Es decir que, mucho antes de cumplirse el primer aniversario de su paso a la inmortalidad, el ex jefe de Estado ya estaba recibiendo el trato equivalente a un prócer; con mucha más intensidad y extensión que la merecida por la gran mayoría de sus antecesores, y sólo superada por un puñado de los llamados “padres de la patria”.

Naturalmente, la vocación de perpetuidad por vía escultórica y arquitectónica tampoco es una novedad en el mundo, donde habitualmente apareció asociada a regímenes fascistas, comunistas o totalitarismos de distinto signo, en procesos que los cambios de aires revertían por vía de la demolición o el nuevo cambio de nombres -como también ocurrió en nuestro país con Juan Domingo Perón.

En cualquier caso, sería necio desconocer la trascendencia de la figura y la gestión de Néstor Kirchner en la vida institucional del país, tanto como iluso pretender que las recordaciones post-mortem de personajes importantes estén desconectadas del contexto político en que se producen. O, en otras palabras, no dependan de quién tiene a su cargo escribir la historia en el momento en que ésto pasa. Pero, precisamente -y por ambas razones-, lo más aconsejable suele ser otorgar a la mirada la perspectiva que solamente proporciona el transcurso del tiempo, y la posibilidad de evaluar con algún distanciamiento el verdadero alcance del legado de una persona, y su proyección.

Por el contrario, la vocación por copar el presente, y ganar terreno a la perspectiva histórica, resulta cuanto menos una imprudencia, y conlleva el riesgo de generar en el futuro una reacción inversa igualmente intempestiva y eventualmente injusta.