En Familia

La discriminación que no discrimina

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“Discriminación” es una palabra con una acepción negativa y otra positiva. Hoy asistimos a una confusión en el uso del lenguaje. Obviamente, la discriminación es positiva y necesaria cuando distingue y diferencia todo trato destinado a favorecer la integración social y en contra de conductas que perjudiquen y avasallen los derechos y obligaciones humanas. Foto: Archivo El Litoral

 

El lenguaje oral y escrito en los miles de idiomas y etnias existentes está en permanente cambio, por las mismas razones que la vida cambia, a través de la evolución que la naturaleza impone, la ciencia descubre y el ser humano utiliza para su beneficio o su propio daño. Vaya como ejemplo el desarrollo de la energía nuclear, con aplicaciones útiles y sumamente benéficas, como el tratamiento para determinadas enfermedades, la producción de energía eléctrica, como así también para llevar al hombre al espacio estelar y conquistar el conocimiento a partir de innumerables descubrimientos. Por otra parte, esa misma energía se utilizó en repetidas oportunidades para destruir la vida de miles de personas, como lo hicieron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Esta reflexión pretende explicar que una misma palabra, expresión o cosa puede aplicarse a propósitos loables y honestos, o para todo lo contrario en perjuicio de las personas y la raza humana. El diccionario de la lengua española define al vocablo discriminación “como la acción de separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra”. Asimismo explica que “la discriminación es negativa y despreciable, cuando se da trato de inferioridad a una persona o colectividad, por razones de raza, política, religión, sexo, de índole social o económica, etc. Por otra parte, la discriminación es positiva y necesaria cuando distingue y diferencia todo trato destinado a favorecer la integración social y en contra de conductas que perjudiquen y avasallen los derechos y obligaciones humanas. Hoy por hoy, estamos asistiendo a una confusión generalizada en el uso del lenguaje y sus significados, que arrebatan la libertad de pensamiento y de opinión.

Por ejemplo la expresión “libertad de elección” suena bien y es correcto en su verdadero concepto. ¿Quién puede oponerse a la libertad de elegir?, nadie. Sin embargo, si se trata de denunciar la prostitución de menores, la interrupción de un embarazo, la trata de personas, la distribución de drogas, el tráfico de armas, etc., no es correcto ampararnos en la libertad de elección, ya que se trata de conductas y prácticas en perjuicio de los derechos personalísimos de los individuos.

Llamemos a las cosas por su nombre

Volviendo a uno de los ejemplos dados, es necesario advertir que está en proyecto una ley para despenalizar el aborto; como este término está enmarcado en un concepto polémico, se ha reemplazado por la expresión: “interrupción de la gestación”. El argumento más fuerte utilizado para su aprobación es la libertad y derecho de la mujer a decidir, prioritariamente, sobre su cuerpo y bienestar. En este caso, la no aceptación de este proyecto, que exigiría la atención gratuita en clínicas y hospitales, sería considerada una discriminación de género, cuando la interrupción voluntaria de un embarazo es nada menos que terminar con la vida de un ser indefenso, sin más explicaciones que el deseo de no darlo a luz. Aun siendo tan perjudicial la deformada aplicación del término discriminación, hay muchos padres de niños y adolescentes que no expresan su desacuerdo con la instrucción respecto de varios temas sensibles -como la sexualidad, la identidad, etc.- que sus hijos están recibiendo, por el temor de ser rotulados como sujetos discriminadores.

El punto es la conducta

Tomando el enunciado del título, es necesario que busquemos respuesta a la pregunta: ¿cuándo es correcta la discriminación? Cuando se hace la diferencia entre conductas buenas y malas, no incluyendo a las personas. ¿Acaso no discriminamos la mentira?, sin hacerlo con la persona que la practica. ¿Acaso no discriminamos los agravios, la falta de ética, la corrupción y la inmoralidad? Somos responsables y conscientes de no discriminar a las personas porque tenemos los mismos derechos y somos todos iguales ante la ley humana y la divina, pero tenemos la obligación de discriminar conductas para corregirlas y calificar en una sociedad respetuosa y justa.

Si nuestro hijo nos miente, lo discriminamos si lo llamamos “mentiroso”; pero no si le decimos: “Eso que me decís es una mentira”. No discriminemos a hombres y mujeres, excluidos por su condición económica, social, sexual o religiosa, aunque debamos ser firmes al momento de desechar conductas que desprecian la vida y la libertad responsable.

Podríamos dar innumerables ejemplos de la vida cotidiana donde la discriminación es válida sin ser peyorativa para ningún ser humano. No obstante el relato que nos dejó Jesucristo sobre el tema es contundente: cuando fue llevada una mujer que había sido hallada en el mismo acto de adulterio, la gente puso a prueba sus enseñanzas recordándole que la ley judía exigía matarla a pedradas. Pero Jesús les respondió: “El que esté sin pecado que arroje la primera piedra”. Nadie lo hizo. Seguidamente, Él se dirigió a la angustiada mujer, diciéndole: “Ni yo te condeno, vete y no peques más”. Quizás podamos parafrasear esa locución, diciendo: “Ni yo te discrimino, pero abandona esa conducta inmoral”.

Como padres ¿no deberíamos dialogar en nuestro reducto hogareño respecto de la correcta interpretación del término en cuestión? Un precepto de la Biblia recomienda: “Si invocas por Padre a aquel que no hace acepción (léase discriminación) de personas, pero juzga el obrar de cada uno, debes conducirte con respeto todo el tiempo de tu peregrinación”.

(*) Orientador Familiar

Rubén Panotto (*)

[email protected]

está en proyecto una ley para despenalizar el aborto; como este término está enmarcado en un concepto polémico, se ha reemplazado por la expresión: “interrupción de la gestación”.