Crónica política

Poder y gobernabilidad


Rogelio Alaniz

 

El otro día me invitaron a una escuela a hablar de política. Una de las primeras preguntas que me hicieron fue acerca de las condiciones de los peronistas para asegurar la gobernabilidad. Es una pregunta que está en el aire: se afirma, se sugiere, que a esta Argentina sólo la puede gobernar el peronismo, que cualquier intento de hacer algo diferente está condenado al fracaso. Es como que los peronistas disponen de las virtudes o de las habilidades intrínsecas para gobernar, algo que la naturaleza, la historia o el destino les han negado a los dirigentes de los otros partidos.

¿Es así? Advertí que la pregunta admite diferentes abordajes, pero que al primer golpe de vista no cuesta demasiado observar que efectivamente es así, que los que aseguran la gobernabilidad en la Argentina, empezando por cumplir con los mandatos de gobierno, son los peronistas. En efecto, si examinamos los acontecimientos a partir de 1983 observaremos que los gobiernos peronistas concluyeron sus mandatos, mientras que los no peronistas debieron abandonar el poder: Raúl Alfonsín, seis meses antes; Fernando de la Rúa, dos años antes. No concluyen allí los argumentos a favor del peronismo: en los últimos veintiocho años de democracia los radicales gobernaron ocho y los peronistas veinte, a los que se les debe agregar los cuatro que vienen.

Desde el punto de vista de la distribución territorial y el control de los poderes del Estado, la balanza se sigue inclinado de manera decidida a favor del peronismo: hoy, salvo en Santa Fe, las provincias son gobernadas por elencos peronistas. Y en el Congreso son amplia mayoría en ambas cámaras. Sólo en las ciudades y los pueblos es posible encontrar niveles interesantes de diversidad. Pero en la Argentina, la gestión municipal está muy lejos de ser un poder alternativo o una referencia a cuestiones ideológicas o políticas significativas, ya que como bien se sabe, en las localidades pequeñas los gobiernos locales se eligen atendiendo a las virtudes de los candidatos que suelen expresarse con independencia de sus alineamientos partidarios.

Si los datos del inmediato pasado histórico fueran decisivos para interpretar los procesos, está claro que el peronismo en la Argentina es la fuerza política con condiciones reales para gobernar. Sin embargo, las estadísticas -aunque importantes- no son la única variable de análisis. ¿Hay otras? Por supuesto que las hay, sobre todo cuando uno se resiste a admitir que el peronista dispone de virtudes genéticas singulares que lo dotan de habilidades particulares para gestionar.

Postulo, por lo tanto, que una persona no dispone “naturalmente” de condiciones para gobernar, aunque una persona identificada o inserta en una fuerza política como el peronismo está en mejores condiciones que otras para gobernar. Daniel Scioli, por ejemplo, no es más habilidoso que Fernando de la Rúa, y Carlos Menem no es más inteligente que Raúl Alfonsín, pero a Scioli y Menem les podríamos agregar los nombres de Néstor Kirchner o Eduardo Duhalde, todos participan de una fuerza política cuya representatividad incluye al ciudadano, pero también a una trama compleja y amplia de instituciones.

Veamos. El peronismo históricamente se pensó como movimiento y como una fuerza política alternativa a la tradición liberal que sólo se proponía representar al ciudadano. Los sindicatos, las cámaras empresariales, los grupos y factores de poder, siempre fueron tenidos en cuenta por el peronismo a la hora de pensar la política. Y, no sólo fueron tenidos en cuenta como factor externo, sino -y esto es lo interesante- como factor interno.

El “pragmatismo” del peronismo, su capacidad para adaptarse y asumir los discursos ideológicos más contradictorios puede que también respondan a esa morfología política en tanto su relación con lo “real” siempre fue más importante que su relación con las ideas.

El debate está abierto, pero prescindiendo de las imputaciones o las hipótesis que se tramen alrededor de esta identidad, lo cierto es que el peronismo dispuso de un nivel de representación amplio y complejo que, más allá de las fantasías ideológicas, resultó funcional a la estructura real de la sociedad. Dicho de una manera esquemática, un radical, por ejemplo, piensa la política como una relación entre ciudadanos, mientras que un peronista la piensa como una relación mucho más compleja de opciones de poder. Puede que el radical admita que es necesario relacionarse con estos factores de poder, pero siempre lo pensará como una relación externa, mientras que para el peronismo es fundamentalmente una relación interna. La discusión del actual gobierno con Moyano -para continuar con los ejemplos- es un debate sobre el orden y el disciplinamiento de la clase obrera, pero es también un debate interno entre los diferentes factores de poder del peronismo.

Se sabe que hoy los pueblos no se expresan exclusivamente a través del voto ciudadano. La trama de la sociedad civil suele ser densa y compleja; y a esa trama, una fuerza política como el peronismo está en mejores condiciones para representarla que los partidos que sólo conciben a la representación con categorías que funcionaban o eran aptas para las sociedades de principios del siglo veinte. Si esto es así, podemos encontrar entonces una causa objetiva para señalar que el peronismo está en mejores condiciones que los opositores para asegurar la gobernabilidad.

Alguien podría decir que en el pasado histórico más lejano el peronismo no fue una fórmula eficaz de gobernabilidad. Es un buen argumento. En 1955 el peronismo fue derrocado y su caída tuvo que ver con las conspiraciones de los opositores, pero también con sus propias torpezas. El conflicto con la Iglesia Católica, el incendio de los templos y las arengas del ex presidente Perón convocando a exterminar a los opositores, contribuyeron de manera notable a precipitar los acontecimientos.

En su momento se sostuvo que la ruptura con la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas fue un error del peronismo, pero no faltaron los que dijeron que, más que un error, lo que el peronismo hizo fue ser consecuente con sus naturaleza: el control absoluto de la sociedad. Golpistas hubo desde que el peronismo asumió el poder, pero el golpismo se pudo concretar cuando amplias franjas de la sociedad se sumaron a la asonada. Ello fue posible gracias a los errores del peronismo más que a las “virtudes” de la oposición.

La experiencia peronista de 1973 a 1976 fue catastrófica. Seguramente esta fuerza política debe poseer reservas de vitalidad muy especiales para sobrevivir como alternativa de poder después de haber instalado en el gobierno a un rufián de baja estofa como Lastiri, a una bataclana como Isabel o a un líder que, entre otras virtudes, no vaciló en autorizar el funcionamiento de una banda terrorista conocida con el nombre de “Tres A” para exterminar a los mismos terroristas que estimuló desde el exilio.

Tal vez el otro indicio de ingobernabilidad presente en el peronismo, se manifestó en la llamada crisis del campo. El tema de las retenciones fue el disparador del conflicto, pero a las pocas semanas lo que se instaló como discusión fue el tema de la autoridad. En condiciones normales, los Kirchner podrían haber negociado con los propietarios rurales. La experiencia ha demostrado que en general nunca le han hecho asco a acordar, si es necesario, con Drácula y el Hombre Lobo ¿Por qué no lo hicieron? Porque no aceptaron que el principio de autoridad personal, la imagen que ellos tiene de sí mismos para ejercer el poder, fuera puesta en discusión. En este punto, el caudillo de Santa Cruz y el peronista histórico se dieron la mano.

Como se recordará, fueron derrotados en toda la línea. Y así como el demonizado “yuyo” es hoy el que les salva las cuentas, fueron las denostadas instituciones liberales, empezando por el Congreso, las que les permitieron sacar las papas del fuego, porque de no haber sido por el rol que cumplió el Parlamento y por el voto de Cobos, el destino de los Kirchner era volver a Santa Cruz, el exilio o el calabozo.

De todos modos, admitamos que al principio de gobernabilidad hoy, en la política nacional, lo asegura el peronismo. Para bien o para mal. La observación es importante porque ante la realidad de un sistema político constituido sobre la base de un partido hegemónico o dominante, la pregunta a hacerse es la siguiente: ¿Es deseable que así sea? ¿Si las contradicciones inevitables en toda sociedad no se expresan a través de otros partidos, es deseable que lo hagan a través de las corporaciones, la prensa, o estallen en el interior del peronismo? ¿Es imposible pensar en un partido o en una coalición de partidos con capacidad real de alternar en el poder? Interesantes preguntas para pensar en la semana. Es lo que voy a hacer para intentar responderlas el próximo sábado.

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