Entre San Lorenzo y Santa Rosa de Lima

Desapareció Lorena una chica sin rostro

La madre recordó a otra adolescente que a la 12 años -la edad de Lorena- fue raptada y vendida por los cafiolos. No quiere esa suerte para su hija.

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María del Carmen Ortiz dijo que no tiene una foto para buscar a Lorena, su hija de 12 años. Foto: Danilo Chiapello

José Luis Pagés

jpages@ellitoral

Se llama Lorena Graciela Calderón, tiene 12 años y se fue, es decir nada sabe de ella su padre que vive en el Arenal del barrio San Lorenzo y menos su madre que vive en el vecino Santa Rosa de Lima.

María del Carmen Ortiz (38) tiene nueve hijos y entre ellos está Lorena, la del medio. Ante la casita que alquila en Moreno y Estrada, la prolífica madre dijo que a su hija no la ve desde el 11 del corriente.

“Recién ayer denuncié en la subcomisaría 10a., porque cuando fui a la seccional de Santa Rosa de Lima no me quisieron atender”, dice y aclara que en realidad el domicilio de Lorena figura en el Arenal, San Lorenzo al fondo.

“Ella vive con el padre en San Lorenzo -Amenábar al 4600, aclara-, pero viene a la escuela Zazpe, de Santa Rosa de Lima -está en 5º grado y ahí tampoco la volvieron a ver-. No fue a la casa de las hermanas mayores, así que no sé dónde puede estar ahora”.

Como en el caso de Brisa, la nena que fue llevada por su madre a la ciudad de Córdoba, no existe un solo retrato que sirva de ayuda para encontrar a Lorena. Ni una foto de la escuela tiene la madre, nada.

“Nunca antes se fue de la casa como ahora, pero le gusta salir y ser independiente”, asegura María del Carmen para quien su hija se fue atraída por alguien que anda con las drogas.

Esa es la preocupación de la madre que habla con la seguridad de quien sabe o sospecha que, más allá del terraplén ferroviario, no hay para ella otra cosa que basura, perros sarnosos y un horizonte gris.

La mujer, que sobradamente conoce el escenario donde transcurren sus días, señala a los personajes que pretenden decidir sobre su vida -y la de los suyos- en medio de la extrema pobreza, los narcos, los cafiolos -dice-, los que mandan.

Por ejemplo, refiere la madre de Lorena una historia que a ella la tocó de cerca, “eso le pasó dos años atrás a una nena de 12 años”, cuyo nombre reserva porque “a esa chica la tengo cerca”.

Lo que cuenta María del Carmen es un largo y penoso capítulo en la historia personal de R.C. quien fue raptada y entregada a una organización prostibularia del departamento Castellanos.

María del Carmen no quiere que a su hija Lorena le pase lo mismo que a R.C., porque a ésta última “la engancharon con la droga, la enviciaron y después la robaron”.

La madre de Lorena refiere la desaparición de R.C. -cuando, como Lorena, tenía 12 años- sin que se le mueva un músculo de la cara, y para rematar recuerda que aquella chica regresó por sus medios un año después.

“Esa nena estaba cambiada; volvió llena de moretones, todo el cuerpo lastimado porque la mataban a golpes. R.C. contó que un ‘cafiolo gordo’ -así lo definió María del Carmen- la había vendido en Rafaela para trabajar en la prostitución”.

“Ella se escapó o la dejaron ir, no sé bien -dice la madre de Lorena-, pero cuando la piba volvió estaba re mal porque desde entonces anda por el barrio, detrás de la droga. Por todo eso -recuerda- metieron presa a una mujer”.

El relato de María del Carmen es descarnado, pero ella habla desapasionadamente como si fuera merecedora de todas las desgracias por no ser alguien, o por no guardar en su casa ni una sola foto de su hija desaparecida.