Preludio de tango

“Pa’ mí es igual”

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Manuel Adet

Se dice que los buenos poemas de tango cuentan una historia en tres minutos. Es así. Es más, los devotos aseguran que el tango se distingue por ser el único género musical en el mundo que cuenta historias. No lo creo. Para ponderar las virtudes del tango no hace falta exagerar o faltar a la verdad. En Francia, en Estados Unidos, por citar ejemplos rápidos, los cancioneros populares se distinguen por contar hermosas historias. Sin ir más lejos, los boleros cuentan historias de amor, por no hablar de los corridos mexicanos a través de los cuales, por ejemplo, se puede conocer, hasta en los detalles, la historia de la revolución de Zapata y Villa. O la historia actual del narcotráfico con sus héroes y malvados.

De todos modos, admitamos que los tangos cuentan pequeñas historias, relatos que muy bien podrían llevarse al cine, al teatro, a la novela, al cuento o a la pintura. Habría que observar que no todos los tangos cuentan una historia, si por historia entendemos algunas peripecias con inicio, desarrollo y fin, pero a ojo de buen cubero puedo citar sin demasiado esfuerzo alrededor de cien letras que cuentan excelentes historias.

Una de ellas, es la que nos ocupa hoy: el tango de Enrique Cadícamo, “Pa’ mí es igual”. No es el tango más difundido de este autor creador de temas como “Nostalgias”, “Garúa”, “Madame Ivonne”, “La casita de mis viejos”, “Tres esquinas”, por citar al azar algunos de los más conocidos. “Pa’ mí es igual”, es un poema que todo tanguero de ley conoce, pero convengamos que no ha adquirido la popularidad -por ejemplo- de “Los mareados”, popularidad que le ha permitido al propio Cadícamo decir que “éxito es estar parado en una esquina cualquiera y descubrir que a tu lado pasa un tipo silbando un tango de tu autoría”.

“Pa’ mí es igual” fue escrito en 1932. Como “Anclao en París”, este tango tiene carta de ciudadanía en esa otra gran capital mundial del tango que fue Barcelona. Se dice que “Anclao en París”, Cadícamo lo escribió de “una sentada” en el Hotel Oriente de la capital catalana. Lo hizo a pedido de Guillermo Barbieri y Carlos Gardel que en esos momentos estaban alojados en un hotel de Niza, disfrutando de las playas, las mesas de juego y la noche de la Costa Azul.

“Pa’ mí es igual”, tuvo una gestación parecida a la de “Anclao en París”. Cadícamo estaba en Barcelona y Roberto Fugazot, Lucio Demare y Agustín Irusta le pidieron que les escribiera un tango para anunciar como estreno exclusivo. Cadícamo cumplió con el pedido y esa misma noche “Pa’ mí es igual” fue estrenado en el distinguido cabaret Edén, de la ciudad de las ramblas. Conviene recordar que en Barcelona para esos años, la ceremonia del tango era celebrada por una feligresía fiel y devota que se reunía todas las noches en los clubes lujosos de los barrios distinguidos o en los boliches rantifusos del barrio Chino.

Los registros que dispongo me dicen que “Pa’ mí es igual” pudo haber sido grabado a mediados de la década del treinta por el gran Charlo. Lo seguro es que en 1942 lo interpretó Juan Carlos Miranda a través de la orquesta de Lucio Demare. Hubo otras grabaciones: señalo una de Jorge Vidal y otra de Oscar Larroca con la orquesta de Alfredo de Angelis. Pero a mi modesto criterio, la mejor interpretación, la que expresa con más elocuencia los matices de este poema, con el tono y el ritmo vocal justo, es la de Julio Sosa, quien lo grabó en 1954, muy bien acompañado por la orquesta del maestro Francisco Rotundo.

El poema evoca la amistad entre dos hombres, una amistad herida por la interferencia de una mujer y puesta a prueba el día que muere la madre de uno de ellos. La historia se inicia cuando el protagonista se hace presente en el velorio de la madre de su amigo. Uno de los aciertos del poema es cómo va dosificando la información y cómo esa información se expresa en un lenguaje viril, un lenguaje de hombres duros y guapos que son capaces de sufrir sin dejar de ser ellos mismos.

“Aquí estamos los dos frente a frente, dame tu mano, machucá la mía”. Así arranca. Después nos enteramos de que ha muerto la madre de uno de ellos y que esa madre, hace muchos años, fue importante para los dos: para el hijo y para el amigo del hijo.

En la segunda estrofa, tomamos conocimiento de que hay algo más que la visita de un amigo. El velorio, la muerte de la madre, se transformará en un pretexto para recordar y olvidar cosas que han pasado entre ellos, cosas que sospechamos que deben de haber sido graves, porque significaron diez años de separación. También nos enteramos de que se trata de hombres mayores: “Mirame hermano que hace mucho tiempo, que no nos vemos que no nos hablamos.¿Sabés que estamos viejos?, que blanqueamos, estas canas que hoy cinchan la vejez”.

En la última estrofa se aclara el motivo de la pelea y se precipita el desenlace. Los dos temas están resueltos con notable delicadeza poética. “Total por unas trenzas y una boca, más roja que la sangre de esa tarde, ninguno de los dos fuimos cobardes, me tiraste un hachazo, me atajé”. Se podrá decir que la historia no dice nada nuevo bajo el sol. Es verdad. El tango y la literatura en general están plagados de historias en la que dos amigos se pelean por una mujer. Pero lo que diferencia una historia de otra no es la anécdota, sino el lenguaje, la riqueza de las imágenes, la calidad literaria, el empleo de las palabras justas.

La comparación de la boca de la mujer con la sangre de la tarde tal vez no sea original, pero es adecuada a la situación y se corresponde con la personalidad del personaje. La descripción de la pelea es de una discreción perfecta. “Ninguno de los dos fuimos cobardes, me tiraste un hachazo, me atajé” Como en los buenos poemas , no hay una palabra de más ni de menos.

El final está a la altura del poema y lo consagra. No es fácil concluir una buena historia. Los últimos versos son decisivos y hay excelentes tangos que se arruinan en la última estrofa. No es este el caso. “En fin, eso pasó, ¿estás llorando? Mirá si te hace daño mi pasada, después de darle un beso a la finada, yo me voy, si vos querés, pa’ mí es igual”.

¿Por qué llora el amigo? Por la presencia de su rival y la evocación de la mujer perdida? ¿Por la muerte de la madre? ¿Por la amistad destruida? ¿Por todo eso junto? No dar respuestas a estas preguntas es también un acierto poético. Y la respuesta de los motivos de la visita está a la altura del héroe del tango ¿Por qué? Porque es discreta, sin dejar de ser varonil. El hombre se despide suponiendo que su pasada por el velorio le hace daño al amigo. Se despide, pero como al pasar dice que lo hará “después de darle un beso a la finada”. Y finalmente anuncia que se va y lo anuncia con las palabras que serán el título del tango: “Yo me voy, si vos querés, pa’ mií es igual”.

Son pocos los tangos en los que el último verso coincide con el título. Pienso en “Cuando me entrés a fallar”, “Lo que vos te merecés”, “Margot”,” Pa’ que sepan cómo soy”, “Sólo se quiere una vez”, “Los cosos de al lao”. El tango “Pa’ mí es igual” es uno de ellos y, en este caso, sin ese final el poema perdería fuerza, calidad. Hay que escucharlo a Julio Sosa decir esas cuatro palabras, porque en ese momento se le quiebra la voz y esa inflexión es decisiva para entender lo que realmente está ocurriendo con el personaje .

Sucede que cuando él dice “Pa’ mí es igual”, lo que importa es que la procesión va por dentro, porque en realidad está diciendo exactamente lo contrario. Y esa situación de decir algo para disimular un sentimiento oculto o más profundo es muy tanguero, tiene que ver con el pudor del hombre de tango, con esa suerte de vergüenza que le impide manifestar sus sentimientos. Todo el poema, el tono de las expresiones, los giros verbales, las palabras usadas, contribuyen a hacer real la puesta en escena. La anécdota es creíble, pero sobre todo es creíble el temple de esos hombres, su recato, su entereza para vivir una situación límite donde lo más importante está en lo que no se dice o apenas se sugiere.