El sol, la playa y ¡la arena!

Hay gente que adora el mar pero odia la arena, algo así como que te guste la cerveza pero deplores la espuma, o que te encante el sexo pero niegues el contacto físico. La arena es adorable, filosófica, fotogénica. Y odiosa, jodida, real y entrometida. Se los digo en noviembre, para que no digan que no les avisé con tiempo.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

El sol, la playa y ¡la arena!

Yo conozco gente que es capaz de hacer esa discriminación: adoran la playa, el mar, las olas, el viento, sucundún-sucundún, arenosa, arenosita, pero por alguna razón que requeriría atención médica o por lo menos psicológica, odian la arena, el desorden que propone. Querría esta gente una playa prolija y de fotografía, de catálogo, algo así como esos afiches de promoción de vacaciones donde los mares son inmaculadamente azules o verdes y las arenas amarillas, doradas, blancas.

El problema para esta gente es que ese paisaje armadito y compuesto se subdivide luego en miles de millones de granitos -la arena- que se meten por todos lados, van arteramente hacia la Quebrada de Humahuaca -y no diré más y no se escandalicen ni se hagan los pudorositos, que nos pasa a todos-, se meten entre los dedos, vuelan, entran en nuestros ojos, nos dejan el pelo a la miseria y otras concretas acciones que hace el paisaje real, en movimiento, en contraste con la foto...

Además, una playa ordenada y prolija va contra la esencia misma de todo: nada hay quieto en el universo y no hay por qué pretender que la arena sea obediente. Es curioso ver cómo personas que van incluso con la expectativa de conocer gente nueva, linda y fresca, no acepten que ese combo presunto, ese futuro posible, ese movimiento para sus vidas quietas, incluya necesariamente molestias. Querés que se te mueva el corazón (por usar una metáfora) pero que la arena siga quieta. Pretensiosa criatura.

Es cierto que en la playa tenés promotores culturales -no naturales- del movimiento de arena. Uno acepta el vaivén de las olas, entiende que el castillo construido por dos largas horas se caiga con una sola ola; uno comprende que el fresco y vivificante viento del mar también desplace partículas de arena para todas partes. Pero tenés perros, chicos, vendedores, humanos, deportistas que se empeñan en magnificar el natural movimiento intrusivo de la arena.

Los perros, por ejemplo, que en una playa como la gente deberían estar prohibidos, ya son felices escarbando en la tierra, que es más compacta y les ofrece más resistencia, ¡cuánto más en la arena, donde no sólo escarban sino que son retroexcavadoras los guachos, justo encima de tus masitas, tu termo, tu piel bronceada...!

Están también los chicos, tan simpáticos siempre, capaces de alternar su palita juguetona y tan certera -propinadora de exactos puñados de arena en la cara o arriba de tu caipiriña recién comprada- con súbitas y alocadas carreras que terminan en derrapes areneros sobre tu prolija manta.

Los jovencitos que adoran el deporte y la vida al aire libre y que suelen dispensarte un soberano pelotazo justo ahí, pelotazo que suele venir precedido, acompañado o posdatado con dosis generosas de... ¡arena! (¿qué otra cosa podría ser en la playa?); o que pasan corriendo o que disfrutan descaradamente de aquello que uno deplora: llenarse de arena, por ejemplo...

Hay que sumarle, vendedores de todo, trotadores, caminantes, tuercas, ciclistas, jugadores de tejo, de vóley, de tenis, fútbol o rugby playeros, todos tipos que levantan jodida arena para tus jodidas ganas de tener una playa en orden, prolija, armoniosa.

El problema es tuyo, desde luego, porque no conozco mejor representación ontológica para nosotros mismos que la arena. Somos un granito minúsculo, una nada en medio de todo. Y luego está esa cuestión que viene del circo romano, por aquello de que te lanzan a la arena -ahí hay leones, dejás de preocuparte por los granitos que se te incrustan por todas partes- y arreglate. Me pongo a pensar en esas cosas profundas, me deprimo y quiero irme ya mismo a la playa, donde todo es más ligero, más volátil, más etéreo. Como la arena, bah...