EDITORIAL

Infanticidios

La desaparición del niño Tomás Dameno Santillán tuvo el peor de los desenlaces. El chico fue encontrado muerto en un potrero ubicado a pocos kilómetros de la localidad de Lincoln. Según las pericias, la muerte se produjo por el golpe de un objeto contundente. La justicia ha detenido al ex padrastro de Tomás, considerado el principal sospechoso. Los indicios lo responsabilizan a este señor, pero importa advertir que por el momento sería apresurado o injusto adelantar juicios definitivos al respecto.

Por lo pronto, basta con saber que la movilización del Estado fue mucho más ordenada y eficaz que la practicada en el “caso Candela”, episodio ocurrido hace ochenta días y que concluyó con la muerte de la niña. En el caso que nos ocupa, no hubo show mediático por parte de los investigadores, se preservaron las pruebas y se impidió el acceso de extraños a los lugares del hecho. Desde ese punto de vista, hay que admitir que se ha progresado, aunque en este caso ninguno de estos avances alcanzó para preservar la vida de Tomás Dameno Santillán.

Las consideraciones acerca de este crimen están en los diarios y seguramente en los próximos días la información se va a ampliar. Al respecto no hay mucho más que decir, salvo reclamar que las investigaciones continúen con el rigor empleado hasta ahora y que, el, o los responsables de este crimen incalificable sean juzgados y sancionados por su delito.

Desde otra perspectiva importa reflexionar sobre qué está pasando en Argentina, que en menos de tres meses se produjeron dos episodios criminales que concluyeron con la muerte de niños. Por lo pronto, sería importante dilucidar si lo sucedido es una casualidad o registra una determinada tendencia social.

Emile Durkheim, el fundador de la sociología, indagó en su momento acerca de las tendencias “suicidógenas” de una sociedad. Estableció algunos paradigmas teóricos que siguen siendo válidos para interpretar estas orientaciones de las sociedades modernas. Al respecto habría que preguntarse si no es necesario una investigación acerca de lo que está pasando con los secuestros y muertes de los niños.

En ese sentido a nadie se le escapa que los asesinatos de Tomás y Candela fueron promovidos por mayores. En ambos casos los chicos han sido víctimas de los odios, resentimientos o ambiciones de sus mayores. Lo novedoso y lo terrible en estos casos, es que los chicos hayan sido la variable de ajuste. Hasta hace unos años se sabía que hasta los delincuentes más feroces tenían contemplaciones con los niños. Su estado de indefensión, su “inocencia”, eran considerados barreras infranqueables. Ese mito o ese tabú es el que ahora parece estar roto.

Es verdad que las generalizaciones sociológicas suelen ser riesgosas y dejan abierto amplios márgenes de error, pero no es menos cierto que una sociedad responsable no puede menos que prestar atención a algunas tendencias sociales por más incipientes o aisladas que parezcan al primer golpe de vista. En definitiva, algo está pasando en una sociedad donde un niño pudo haber sido sacrificado por una rencilla de pareja.