Los problemas de la educación en la Argentina (I)

El 6% del PBI no alcanza

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Alberto Cassano

Desde el año 1960 estoy directamente vinculado al deber social de la educación del lado de la pizarra (y desde un tiempo a esta parte, la pantalla con transparencias). Nunca usaría las palabras “oferta educativa” porque estaría renunciando a mis ideas. Sólo interrumpí esta labor entre 1964 y 1968 cuando, como estudiante del doctorado en Estados Unidos, estuve de nuevo del lado de los bancos. Y si la salud me lo permite, pienso seguir por un tiempo.

Dentro de algunos años espero poder dedicarme de lleno a escribir unos libros para los que nunca puede hacerme tiempo. Con la docencia a veces me llevo muchas desilusiones (más frecuentes en los últimos años) pero en general es una de las actividades que habitualmente forma parte de mis diversiones. En realidad, casi todo mi trabajo ha sido casi siempre una aventura divertida en el mundo de la ciencia y la tecnología. En una porción de todo este período y hasta hace muy poco, he estado en contacto con la enseñanza primaria y secundaria aunque ya no como profesor, sino como padre que ayuda, aconseja, se interesa y pide buenos resultados.

Reconocer la existencia de falencias en nuestro sistema educativo no es nuevo, pero el hecho es que se han ido magnificando peligrosamente por lo menos en los últimos cuarenta años. Siempre se aplican medidas de emergencia, parches e improvisados planes, que por los resultados nunca han tenido éxito. El asunto es que muchos no piensan como yo y todo sigue como si estuviera bien. Y lo peor es que en el resto de mundo varios países siguen progresando y otros al menos no retroceden en tan ostensible medida, con lo que cada vez nos estamos quedando más atrás. Queda poco tiempo para no perder el tren para siempre.

Creo que nuestra educación tiene problemas estructurales que son socio-culturales y geográficos. Estos son los más graves y difíciles de resolver en el corto plazo y sin decidir la aplicación de ingentes recursos nunca se solucionarán. Desde mi punto de vista, después de resolver la cuestión del empleo amplio y legal (que es urgente y en parte una de las trabas estructurales antes citadas) la segunda prioridad debería consistir en atacar seriamente los problemas socio-culturales, cosa que nunca se ha hecho en la medida necesaria. Vienen enseguida en la lista los de infraestructura. Zanjarlos implica un orden de magnitud inferior en dificultades, tiempo y definición de medidas correctivas -aunque no de recursos- que los primeros. Casi me atrevo a decir que se trata de tener ideas y luego voluntad política en las asignaciones presupuestarias y el cambio del régimen impositivo existente. Y finalmente, casi en el mismo nivel, pero con distintos apremios temporales, tenemos los problemas organizacionales y de formación del personal. De ellos, los primeros se pueden empezar a resolver a partir del momento en que se tome la decisión, pero no son ajenos a aquellos de infraestructura. Aunque ambos deberían ser abordados conjuntamente, acometer la organización implica un costo algo menor.

Por otra parte, respecto a los problemas de formación de personal en forma muy imprudente podría decirse que se pueden solucionar en poco tiempo; pero implicaría no tener en cuenta que tienen implícitos una cuestión de trascendencia humana de inmensa magnitud, que no puede ser dejada de lado porque estamos hablando de personas con diferentes dificultades de vida y muy variadas edades. Por lo tanto, es también un proceso de largo aliento, que tiene costos importantes y obstáculos sociales no muy fáciles de salvar.

No voy a decir que personas, tiempos y costos son las únicas variables importantes, pero ciertamente que están entre las primeras de la lista. Seguramente que a lo largo de este desarrollo conceptual recibiré críticas y comentarios válidos, argumentando que la cosa no está tan mal o, lo que es más probable, que estoy planteando una utopía. A lo mejor es cierto; pero si no la tenemos en el horizonte, nunca alcanzaremos una situación real medianamente satisfactoria. Pensar utópicamente para mejorar la realidad sería el camino deseable.

La Ley 26.075 estableció como un gran objetivo lograr que en el año 2010 el presupuesto total consolidado de la Educación alcance el 6% del P.B.I. Entre el 6% y el 9% es lo que habitualmente dedican la mayoría de los países más desarrollados, con lo que nos podríamos sentir satisfechos. Pero hay un grave y doble error: primero, aquellos países con poblaciones aún más reducidas que la nuestra, tienen un P.B.I. mucho mayor y, segundo, en su gran mayoría tienen resueltos muchos de los problemas de infraestructura y de formación de personal, que son los que, con los estructurales, demandan mayores costos y plazos para alcanzar un situación aceptable de adelanto. Es decir, fundamentalmente sólo necesitan inversiones de mantenimiento. Es como si en la Argentina, la gran mayoría del sistema educativo (desde el jardín escolar hasta el estamento cuaternario y en todo su territorio) tuviera, cada uno en su momento temporal, el nivel que hasta hace unos años atrás mostraba el Colegio Nacional de la Universidad de Buenos Aires o yendo un poco más atrás, la Escuela Técnica Otto Krause y muy cerca nuestro, la Escuela Industrial Superior dependiente de la Universidad Nacional del Litoral, para citar algunos ejemplos. En valores relativos siguen formando parte de los ejemplos líderes, pero sólo si dejamos de lado el consuelo de los tontos. Tal vez con menor intensidad, todos han sido arrastrados por el contexto general de deterioro de ellos y de los que allí concurren. Y aunque así no lo fuera, sólo serían parte de un reducido núcleo de excepciones.

De modo que me anticipo a aclarar que el 6% del P.B.I. argentino dedicado a educación no resolverá nunca el problema. ¿Debería duplicarse? Tal vez no y podría bastar sólo un sustancial incremento si se dan al menos tres condiciones: la primera es que se tengan ideas muy claras de lo que hay que hacer, la segunda es que es imprescindible una fuerte intervención del Estado Nacional y la tercera, poner mucho más empeño en la correcta y eficiente utilización de los recursos disponibles. ¿Estoy proponiendo que la educación luego del problema del empleo, debe ser la máxima privilegiada prioridad? Ciertamente que sí. ¿Qué la tarea a realizar es muy compleja, de largo plazo y llena de dificultades? También. ¿Y que fuertes y tal vez autorizadas opiniones se opongan a muchas de mis ideas de cambio? Seguro. Pero o empezamos en algún momento o nos resignamos a no molestarnos cada vez que en la estadísticas internacionales de calidad, nuestras universidades estén muy abajo e incluso hayan sido superadas por la UNAM mejicana y un par de brasileras que tiempo atrás no lo hacían. Y es bueno reconocer que un buen egresado universitario -salvo las excepciones de aquellos que casi no necesitan de maestros y profesores- se empieza a formar como mínimo en la escuela primaria. Y un buen ciudadano, mucho más aún.

Las propuestas que haré apuntarán a que en la educación pública, ser un maestro se transforme de nuevo en una profesión ansiada, satisfactoriamente ejecutada y recompensada, que los profesores continúen la obra iniciada por los primeros, enseñando sobre todo a pensar más que a recordar y que también cumplan su función con agrado, complacencia y una retribución gratificante. Y finalmente, que la universidad deje de ser una playa de estacionamiento temporaria para muchos que no quieren ni trabajar ni estudiar y disponen de recursos para estar en ella; entonces, con mucha complacencia y casi infinitas facilidades, se gradúa menos del 20% de los alumnos regulares y apenas el 6% de los que se inscribieron en algún momento. Que los educadores sean respetados en todos los niveles por las autoridades, los padres y los propios alumnos y que exigir rendimientos, premiar la excelencia, darle valor al estudio y volver a transformar la educación en el motor del progreso social para todos, sea la mejor manera de aprovechar los aportes económicos que la sociedad hace para sostener esta trascendente función.

(Continuará)