A PROPÓSITO DE “LA ÚLTIMA EN LLEGAR” DE MARÍA DEL PILAR RODRÍGUEZ

Emotivas formas breves

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Rodríguez indicó que los relatos giran en torno a la mujer. Pero además tienen cabida dentro de otro ámbito que también es femenino y maternal: la ciudad. La autora ya había publicado, en 2006, “Soles en reposo”, y es integrante del taller literario Temps era Temps.

Estanislao Giménez Corte

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I

La narrativa breve, quién lo desconoce, ostenta densos, poderosos antecedentes, que escapan al correr mismo del teclado, a la memoria antojada de nombres. Los nombres que escapan, empero, representan otra cosa, más allá de su nominación o del juego mnemotécnico que implican: esos nombres, esos hombres y mujeres que han hundido las manos en la creación de ficciones sintéticas encuentran, en la concisión de una idea, en su exposición acotada, en la construcción/deconstrucción de un argumento de una página, o de dos, una estética, un sentido, un género acorde a una noción que nebulosamente se otea en el horizonte; tras la que se va con intranquilo espíritu, con el celo del que desea.

Podríamos arriesgar una lista, unos nombres, pero la tendencia a enumerar suele desmoronarse en pálidas comparaciones o tiene el velado propósito de exponer una fingida o aparente erudición.

Aún así, en la decisión de un autor de trabajar con esa materia, con esa arcilla, resuenan lejanamente las palabras de Arlt: el comienzo de un texto tiene que ser como un cross a la mandíbula; de Kafka: aquello de que el texto tiene que ser como un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro; y la reflexión borgeana: “desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros, el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos”.

II

El pasaje que va de la prosa poética al cuento; el que va de la narrativa breve al microcuento; los préstamos, las cópulas entre géneros, registros y estilos; el barro entre la crónica y la ficción, los mestizajes entre la poesía y la narrativa, entre el cuento y la reflexión existencial, hallan en la concisión buscada, pretendida, anhelada, su quintaesencia. La brevedad como norte, como aspiración, tiene, como materia sustantiva, justamente, una suerte de ley de simplicidad nunca escrita pero presente. Y suma a ello una ley de la poesía, que no es de simplicidad pero sí de eliminación de lo accesorio, de lo excesivo, de lo innecesario. La confesada tendencia a no malgastar papel y tinta en eternos parlamentos inútiles también se ausculta en todo aquel que emprende textos breves.

III

Las narraciones, los cuentos, los textos de Pilar Rodríguez, si hubiésemos de situarlos en algún “lugar”, se hallarían cómodamente en aquella tradición: la de la narrativa breve que dialoga abiertamente (con otros géneros; con su propia naturaleza). Una fuerte impronta de un registro coloquial o dialógico, un estilo que podría encuadrarse en lo conciso y despojado, dan volumen a su prosa, aunque estaría uno más tentado de hablar de una suerte de pretensión de emotivismo. Para definir ello, el emotivismo, podríamos recurrir a dos figuras, ya que lógicamente no nos referimos a la tendencia filosófica que lleva idéntico nombre. Una primera, quizás la más importante, es la de la pintura. ¿Pintura de qué?: Rodríguez ofrece una pintura vital de su propia experiencia, de ella hacia adentro y de ella con los otros. Hacia adentro, la pintura es una suerte de deconstrucción de los años a partir de una mirada entre piadosa y de añoranza. Pilar vuelve en la página a auscultar su propio trayecto y observa todo con perplejidad y ternura, en un arduo equilibrio de tristeza y rescate; con los otros, forja una suerte de recorrida por la memoria de abuelos, tíos, campos de la niñez, primos, a los que interpela y cuestiona.

Si coincidimos en que todo texto es autobiográfico, el libro de Rodríguez no es la excepción. Ve con sus ojos de ahora ese pasado: lo escruta, lo sopesa, lo interroga quizás porque, como tanto se dijo, el paraíso es la infancia o el paraíso está en la infancia. La pintura toma la forma de textos que, a veces como notas, encuentran su epílogo de súbito, sin necesariamente portar una u otra estructura.

La segunda figura o metáfora es la del viaje: Rodríguez visita sus recuerdos acronológicamente y va y viene, entre la crónica, la ficción de invención, los soliloquios insertos dentro del cuerpo del texto, los diálogos, los alter-egos, las descripciones en la distancia. El motor de ese viaje es el propio sentimiento de la autora, aquel emotivismo, que retorna a sus momentos como quien escoge hacer un trazado. Esa memoria funciona como pretexto narrativo; a partir de allí la autora va modelando pequeñas piezas de sensibilidad en carne viva.

El texto más logrado, sólido y preciso en la sintaxis, sin desmayos en lugares comunes o en la apelación a la sensiblería, es “Como un mar de lino”. “Una moneda para el dios” también se destaca. Pero hay un tono de conjunto, o una cadencia, temática, de estilo, que se engloba acertadamente en esta caracterización que acabamos de hacer.

IV

En una novela de 1988, “La inmortalidad”, Milan Kundera juega y deforma la idea cartesiana clásica del cogito ergo sum (pienso, luego existo) y aboga por lo que llama el homo sentimentalis (siento, luego existo). El emotivismo de Pilar podría sumarse a esta leve pero fundamental exhortación del checo.