Pigna reinvindica a las mujeres

En el libro “Mujeres tenían que ser”, el historiador toma como eje la figura femenina desde los días de la Conquista hasta 1930, un período ilustrativo de las vicisitudes vividas en pos de su emancipación, donde sobresalen aquellas que rompieron el molde.

TEXTOs. MORA CORDEU (TÉLAM). FOTO. EL LITORAL.

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“La mujer es el negro del mundo”, cantaba John Lennon en la década del ‘60, “una canción que expresa muy bien su situación en la historia y que yo elegí para poner al comienzo del libro”, arranca el historiador Felipe Pigna al hablar sobre su libro “Mujeres tenían que ser”.

“Sin embargo, en la época de la Conquista, en algunos lugares de América, en la zona del Caribe adonde llega Colón, hay una sociedad menos guerrera donde el rol de la mujer es activo y puede vivir a pleno su sexualidad”, ejemplifica.

En otras sociedades más severas, explicita, “los hombres y mujeres eran juzgados con la misma vara como el caso de los Incas. Nada que ver con la moral cristiana donde siempre la culpa recae en la mujer y el varón es perdonado y elogiado por sus deslices”.

El término mestizaje es muy interesante, dispara el autor de “Los mitos de la historia argentina”, “porque es un término animal y algunos derivados como mulata, que viene de mula, habla de una cruza, casi un tratamiento zoológico”.

“En muchas crónicas, el mestizaje es pintado como algo amoroso, cuando en muchos casos fue una violación masiva. La riqueza pasaba por la posesión de mujeres. De ahí los harenes tan impresionantes de los conquistadores como el de Irala”, remarca.

A fines del siglo XVI, el 96% de los que llegaban a América eran varones “y eso lleva a que la propia Corona con la Iglesia propusieran la instalación del primer prostíbulo en Puerto Rico (1526). Después, los españoles fueron obligados a viajar con sus mujeres: si no, corrían riesgo sus propiedades”.

En esa primera etapa sobresale el racismo, “producto de un sistema de castas que se instaura en la sociedad colonial iberoamericana”, sostiene Pigna.

LA AMANTE DE CORTÉS

Su libro rescata a la Malinche, la amante de Hernán Cortés: “Su vida es muy desgraciada y su pueblo estaba en guerra permanente con los aztecas. Ella cree que una alianza con los españoles los va a beneficiar. No hay una traición, es su aliado el que traiciona y terminan todos esclavizados”.

Durante el siglo XVIII, “serán los hechos sociales y políticos, la ilustración misma, la que trae aparejada cambios en la vida de las féminas, aunque siempre su accionar -sobre todo en las casadas- esta mediado por el control masculino”.

“Las invasiones inglesas provocan un quiebre: la mujer participa aunque sigue sojuzgada. Ahí está Manuela Pedraza -menciona Pigna- o Martina Céspedes, dueña de un negocio de bebidas que detiene a los ingleses que entran a su local”. Mariquita Sánchez de Thompson, que aparece en varios capítulos, “pide una dispensa al virrey Sobremonte para casarse con su primo y no con quien habían elegido sus padres. Y consigue su objetivo”. Un patriota que sobresale por su defensa de las mujeres es Manuel Belgrano, que plantea la igualdad, la posibilidad de educarse y de enseñar.

SOLDADOS Y ESCLAVAS

Se da también la incorporación de las mujeres a su tropa como el caso de la llamada madre de la Patria, María Remedios del Valle: “El dato de su negrura es una mala noticia para los racistas, era una mujer muy heroica, que pierde a su marido y a su hijo en el frente de batalla y sigue peleando. Después queda en la miseria, pero es reconocida y le conceden una pensión”.

“Me parece muy lindo que tengamos una madre de la Patria y que dejemos de lado el concepto de Madre Patria”, observa Pigna.

Las esclavas grafican las condiciones extremas de muchas mujeres: “Cumplían desde la función de amantes e iniciación de los jóvenes en las casas hasta la negrita del coscorrón: la rapaban y le dejaban un mechón para calmar los vapores de la ama”, ilustra.

A través del género epistolar, las mujeres describen la vida de Buenos Aires: “Guadalupe Cuenca de Moreno escribe catorce cartas que no llegaron a destino porque su marido ya estaba muerto. Son muy informativas, vuelca la situación política, qué pasa con el partido morenista y con la contrarrevolución”. Más adelante aparece el romanticismo y una imagen idealizada. Es un retroceso, apunta Pigna.

“La mujer queda impregnada de la literatura de ese momento y hay contradicciones: el caso de Encarnación Ezcurra y Manuelita Rosas, mujeres muy fuertes, y otras imbuidas de una fragilidad muy literaria”.

Ya en el período de organización nacional, aparece cierta legislación de protección a la mujer: “El Código Civil es un avance y un retroceso, Alberdi dice que a la mujer le conviene ser viuda o soltera porque la casada depende de su marido en todo”.

PERIODISMO DE GÉNERO

Un hecho novedoso es el pedido de un grupo de mujeres, “las federalas”, “para votar y ser votadas, aduciendo que quieren integrar las bancas de la legislatura”. “Argentina es pionera en el periodismo de género -apunta el investigador- y van a surgir figuras con mucha claridad acerca de los derechos de la mujer, como Eduarda Mansilla o Juana Manso, que brega por una educación común para todos”.

Con la inmigración hay un cambio, comienza una crisis en estructuras como la familia y la ciudad que hay que compartirla con gente nueva. La segunda oleada genera un crecimiento importante de la población femenina.

La crisis de 1889-1890 muestra los alcances de la Argentina agroexportadora y abre un camino en el que las mujeres comienzan a tener cada día una participación política mayor. En el Centenario, verdadero punto de inflexión con mayor participación femenina en las huelgas, “surgen figuras anarquistas como Juana Rouco o Virginia Bolten”, quien fundó el periódico La voz de la mujer con el slogan “Ni Dios, ni amo, ni marido”.

La Primera Guerra Mundial cambia al mundo y ya nadie puede decir que la mujer no merece derechos civiles. “Julieta Lanteri es la primera sudamericana que logra votar a través de un artilugio con sus papeles de ciudadanía”, agrega el autor.

El radicalismo, que gobernó la Argentina por veinte años hasta el golpe de Uriburu, repasa Pigna, “profundizó la participación femenina en las luchas laborales y sociales. A lo largo de la escritura me fue sorprendiendo esta persistencia femenina: ante el temor y la represión a la que eran sometidas, su convicción de no ceder en la lucha por sus derechos contra viento y marea”, remata Pigna.