Disquisiciones sobre la heladera

...o debajo de la heladera, o alrededor de ella o mejor, dentro: no es lo mismo ese artefacto según pasan las horas, los días, los meses y las estaciones. Las calorías se reemplazan por frutas y verduras; los sólidos por líquidos. Y uno tiene que otear y manotear diferente. Me da calor escribir sobre estas cosas. Pero igual vamos.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

cold.jpg
 

Hay claros cambios entre la heladera de la primera quincena y de la segunda, incluso hay cambios entre semanas, desde una briosa y sobreactuada y hasta fanfarrona imagen la semana en que cobraste el sueldo; hasta el ascetismo minimalista de los últimos días, en que las botellas de agua reinan soberanas. Pero a esos cambios que podríamos relacionar con lo económico, se suman los cambios estacionales. No es lo mismo, mis chiquitas, la heladera de invierno que la de verano.

O sea que la heladera, así concebida, con sus cambios, con sus movimientos, con sus marchas y contramarchas, lejos de ser esa cosa pesada y quieta recluida en un rincón de la cocina, tiene en realidad un swing, una flexibilidad, una adaptación digna de cualquier paradigma posmoderno. Se los dije. Esa cosa, al fin y al cabo, está viva, se mueve, es un termómetro (aunque vire hacia el frío) de nuestro poder adquisitivo, de nuestros cuerpos, de nuestros deseos, de nuestras aspiraciones, de nuestro estilo de vida. Somos nuestra heladera, déjenme que se los diga así brutalmente...

No es que quiera decirle que la traten como a un prócer, pero, por favor, la próxima vez que la encaren, o la miren, o la usen, comprendan su importancia, escuchen su trascendente mensaje, sopesen la postulación de nosotros mismos -de toda una familia- que la señorita hace. Más respeto con la heladera, carajo.

Hecha esa salvedad, los cambios diarios de la heladera aparecen como más evidentes a simple vista, que los cambios estacionales. Los primeros tienen cruel correlato con el sueldo y con las ganas concretas de comer o beber algo determinado que puede estar o ya no en los haberes de la heladera.

Los cambios estacionales son más sutiles y sólo podemos advertirlos cuando se hace la operación, inhabitual, de comparar y reflexionar sobre ellos. Es como en el súper: en algún momento del otoño, con el primer frío, solitos nos vamos al estante de los fideos a manotear algún paquete, sólo porque algún reflejo interior, atávico, nos pide secreta y prospectivamente más calorías. Con la heladera, lo mismo.

Conforme vienen los días de mayor calor, las botellas y botellones de agua, que apenas figuraban en invierno, empiezan a ganar terreno. Los líquidos en general ocupan más espacio y llenan las puertas y los estantes.

Se puede convenir que en invierno aparecen pollos, medio cerdito que un amigo trajo del campo, unas pocas verduras (sólo se observan toneladas de papas), una fuente con ravioles que sobraron del domingo (que uno no va a tirar tan fácilmente, aunque después debamos “climatizar” o calentar esos cuadrados duros y pegoteados), dos o tres potes de crema (contra ninguno del verano) y media torta sobreviviente del cumpleaños de Doña Marcia (las tortas de doña Marcia son de 180 metros cuadrados, por eso sobra un poco, por unos días...). Hay más chocolates que yogures, más dulce de leche que mermeladas y, en fin, más calorías.

En verano, el frío paisaje de la heladera cambia, reverdece, casi que se llena de colores. Aparecen gaseosas, agua, vinos, sidras, yogures y otros líquidos. Hay lechuga, rúcula y achicoria. Hay tomates. Hay frutilla, damascos, alcahuetes alcauciles o sonoras alcachofas (como prefieran, a mí me da los mismo), hay espárragos. Hay que ubicar media sandía correntina, que te come media heladera. Es como llevar a doña Marcia en moto... Hay helado en el freezer, media pizza, sandwiches y mucho hielo...

Y nos vamos yendo. Quería nomás, de onda, que reflexionemos sobre el cambiante contenido de una heladera, sometida a variaciones climáticas, estacionales, económicas, sociales, al buen o mal humor de sus dueños, a su buena vida o, ni dios lo permita, al régimen nuevo que comenzaron. Ahora empieza a regir, a reinar, la época de la heladera de verano. Jodido cuando coinciden lo estacional con el crudo y coyuntural fin de mes. Me pasa eso: tengo catorce botellas de agua, ni un porroncito siquiera, dos tomates arrugados y nada más. Y entonces empiezo a pensar y escribir pavadas. Mmmmm: ¡helado me dejaste!

hot.jpg