La musa etrusca de Giacometti

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En primer plano, un detalle de “El hombre que camina”, de Alberto Giacometti. Foto: Archivo El Litoral

Javier Albisu

(EFE)

Las estilizadas figuras del milenario arte etrusco y el existencialismo en bronce de las esculturas del suizo Alberto Giacometti, inspiración primitiva para unos y semejanza casual para otros, se someten a un controvertido examen en la Pinacoteca de París.

Se trata de una recurrente confrontación de dos universos artísticos con la que la muestra “Giacometti y los etruscos”, que puede visitarse hasta el próximo 8 de enero, pretende contribuir a enriquecer el debate de la historia del arte, explican los comisarios de la exposición, Claudia Zevi y Marc Restellini.

Entre las esculturas filiformes de esa extinta civilización mediterránea llegadas a París se cuenta la estatua votiva de casi sesenta centímetros que el poeta Gabriele D’Annunzio bautizó como “L’Ombra della sera” (“La sombra de la noche”), y que nunca antes había salido de Italia.

El mayor de los tesoros etruscos, de 2.300 años de antigüedad, dialoga en el espacio con una “Femme debout” (1952) del suizo, de pareja estatura, un parecido razonable que no satisface a todos los críticos de arte, a pesar del manifiesto interés de Giacometti por las artes primitivas.

“Las exposiciones evocan regularmente la pretendida analogía entre las esculturas enlazadas del artista y esa figura etrusca, pero es una lectura reductora e históricamente inexacta”, escribía recientemente la directora de la Fundación Giacometti, Véronique Wiesinger, quien considera que “el hecho de colocar al lado esculturas que tienen un aire parecido impide verlas salvo de manera superficial”.

Una crítica razonable que no soslaya la muestra de París, pero que apoya la tesis sobre la que basa la exposición en los propios bocetos de Giacometti (1901-1966), que acostumbraba a garabatear los márgenes de los libros con dibujos a lápiz, algunos de ellos directamente vinculados a piezas etruscas.

Es el caso del catálogo de una exposición sobre los etruscos que Giacometti visitó en el Museo del Louvre en 1955, en el que se pueden observar una serie de bosquejos alrededor de un mapa de Italia que guardan cierto parecido con la escultura instalada al lado y la más cotizada del artista, “L’homme qui marche I”.

Esa serie creada en 1960 por el suizo instalado en París, de la que un ejemplar llegó a adjudicarse en Londres en 2010 por 65 millones de libras (74,1 millones de euros, 104,3 millones de dólares), es posterior a su “descubrimiento” de la civilización etrusca a través del Louvre, lo que apoya la tesis de quienes ven musas etruscas en las concepciones de Giacometti.

Aquella muestra “provocó en el artista una conmoción considerable y constituye una de las llaves esenciales para comprender su forma de creación más conocida y más fuerte: la figura filiforme”, argumentan los comisarios de la muestra de la Pinacoteca de París.

Sin embargo, las primeras esculturas filiformes de Giacometti datan de 1946-1948, es decir, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, por lo que algunos críticos vinculan esas estilizadas figuras icónicas al horror del Holocausto.

“Lo que cuenta es que en el contexto de un regreso a la Antigüedad preconizada por el surrealismo -movimiento al que perteneció el suizo- Giacometti encuentra un mundo donde la estética le resulta muy cercana”, añaden los comisarios.

Más allá de la controversia instalada entre los historiadores de arte, la exposición de París es una excelente oportunidad para aproximarse al arte Etrusco, un misterioso pueblo que desarrolló un “tipo de arte excepcional”, compuesto principalmente por “sarcófagos esculpidos y poderosas figuras guerreras”, pero también por “una forma de escultura longuilínea única en la época, que atestaba una peculiar modernidad estética”, subraya la Pinacoteca de París.

Es además la ocasión de ver reunidas una nutrida serie de piezas del artista, apoyada en múltiples libros y cuadernos en los que Giacometti siguió cultivando una afición en la que se inició de niño con los libros de arte de su padre, también pintor: imitar los trazos de obras maestras de la historia del arte, fueran estas esculturas etruscas, autorretratos de Van Gogh o bustos egipcios.

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“Piazza” (1948-49), de Alberto Giacometti. Foto: Archivo El Litoral