Preludio de tango

Pedro Blomberg, el poeta de Corsini

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Manuel Adet

En 1929, Ignacio Corsini estrena en Radio Prieta el poema “La pulpera de Santa Lucía”. Fue un éxito inmediato. Se dice que en pocas semanas se vendieron más de 200.000 placas, una cifra que hasta el día de hoy sigue siendo notable. La música del poema la compuso Enrique Maciel y la letra es de Héctor Pedro Blomberg, un joven escritor que hasta la fecha era conocido en ciertos ambientes de la bohemia porteña como poeta y periodista.

La letra de “La pulpera de Santa Lucía” incorpora los temas de la historia nacional en el repertorio de la música ciudadana. Blomberg no es el primer autor ni será el último en incursionar en temas históricos, pero es quien de alguna manera constituye una obra con este tipo de inspiración. En esos años, Carlos Gardel graba el tema de Carlos Max Viale “La virgen del Perdón”. No por casualidad Max Viale escribirá junto con Blomberg, “La parda Balcarce”. Y aludo a la “casualidad”, porque será Max Viale uno de los que más entusiasmará a Blomberg para que se dedique a escribir este tipo de poemas. Max Viale y Elías Alippi.

Homero Manzi escribirá milongas y candombes ambientados en tiempos federales. Uno de ellos estará dedicado a Juan Manuel de Rosas. En 1941, Carlos Di Sarli, con la voz de Roberto Rufino, estrenará “Mulateada”, un candombe escrito por Carlos Pesce y que luego grabarán Libertad Lamarque y Enrique Dumas

“La pulpera de Santa Lucía” es un vals ambientado en los tiempos de Rosas y los protagonistas, además de la célebre rubia de ojos celestes, son los soldados de Lavalle y los payadores mazorqueros. Es una historia de amor con todos los componentes sentimentales y épicos del caso. El éxito de este vals va a dar lugar a una saga de poemas que indagan en la misma línea poética. Mujeres enamoradas de soldados de Rosas o de Lavalle, soldados federales prendados de la belleza de alguna “salvaje unitaria”, mulatas de ojos claros, payadores populares, cuchilleros temidos, son los personajes que desfilan en las letras entonadas por Ignacio Corsini con su habitual maestría.

El escenario histórico son los años de Rosas. Los poemas de Blomberg poseen la discreción e incluso la sutileza de hablar de temas históricos controvertidos sin despertar la suspicacia de la censura. Las letras no propagandizan la obra del Restaurador de las Leyes, pero sin duda que reconocen, a veces de manera bastante directa, su popularidad, su presencia en el mundo popular, lo cual, dicho sea de paso, no dejaba de ser rigurosamente cierto.

Tal vez no sea casualidad que el prestigio y la fama de estos poemas hayan coincidido con el comienzo del revisionismo histórico, la corriente historiográfica que justamente en aquellos años inicia la reivindicación del gobierno, la obra y la personalidad de don Juan Manuel de Rosas. Pero el acierto de la poesía de Blomberg no reside sólo en haberse metido en la historia patria, sino en hacerlo con un delicado equilibrio entre la épica y la lírica eludiendo las emboscadas de la propaganda facciosa o beligerante, emboscada en las que cayó años después voluntariamente un cantante justamente olvidado que se llamó Rimoldi Fraga.

Los personajes de Blomberg son hombres y mujeres anónimos que el poeta rescata a través de esas dos grandes pasiones de la poesía de todos los tiempos: el amor y el coraje. Las referencias a los personajes reales de la historia son discretas y precisas y sortean las trampas de la propaganda o el partidismo, motivo por el cual las canciones son disfrutadas por todos. Es verdad que por lo general los poemas cantan las pasiones de los hombres y las mujeres de la causa federal, sin embargo, “Canción de Amalia” alude a los personajes de la novela de José Mármol, personajes cuya identificación con la causa unitaria es más que evidente. Pero incluso en los poemas más federales, lo que se impone son las “traiciones” del corazón.

Tal vez la letra en la que está situación se manifiesta de manera más evidente es en “Tirana unitaria”, cuando un mazorquero que no disimula su admiración y respeto por Ciriaco Cuitiño, el feroz cuchillero de Rosas, se enamora perdidamente de una joven hermosa identificada con la causa de sus enemigos. Es ese amor lo que lo lleva a colocar en su guitarra las cintas celestes o asistir a las misas de San Nicolás o bailar los valses de Alberdi o cantar cielitos unitarios. Y es ese amor que llega a conmover al propio Cuitiño, quien le asegura a nuestro héroe que mientras él esté con Oribe en Uruguay a su novia nadie se atreverá a faltarle el respeto “Y el buen mazorquero juró por su daga que por ti velaba la Federación”.

No sólo poemas “federales” escribe Blomberg, compone Maciel y canta Corsini. También pertenecen a esta exclusiva sociedad los poemas de Francia: “La que murió en París” y “Viajera perdida”. Al poema “La que murió en París”, Blomberg lo escribió recuperando una anécdota del tiempo en que vivió en esa ciudad como corresponsal del diario La Razón. El escenario es típico: París, la nieve y el frío, el amor y la muerte por tuberculosis. Se dice que Blomberg narra una historia de su vida, su relación con la escritora Alicia Elsa French que murió en París en invierno consumida por la tuberculosis. Para los amigos de las curiosidades, no está de más saber que Alicia era bisnieta de Domingo French, uno de los héroes de la Revolución de Mayo.

Lo cierto es que para la historia del tango quedaron grabadas este puñado de canciones identificadas con la voz de Corsini y la música de Maciel, quien dicho sea de paso, para esa época escribió los acordes del poema de Celedonio Flores: “Mala entraña”. Hay que decir, por último que la mayoría de las creaciones de Blomberg fueron compuestas por Maciel, salvo “Novia del mar” y “Bajo la Santa Federación”.

Las canciones de Blomberg en aquellos años no fueron grabadas ni por Gardel ni por Charlo. La excepción la puso Agustín Magaldi interpretando “La parda Balcarce”. Años después Alberto Castillo se le animó a “La que murió en París” y Edmundo Rivero a “Viajera perdida”. Por su lado, “La pulpera de Santa Lucía” tuvo diversos intérpretes, incluido Palito Ortega y Andrés Calamaro. Sí, merecen escucharse las interpretaciones de Nelly Omar, Ginamaría Hidalgo y Soledad Villamil. Algo parecido puede decirse de “Viajera perdida” en la versión de Rubén Juárez, pero hechos estos reconocimientos, hasta el aficionado más distraído sabe que esas canciones tienen dueño y nadie, ni siquiera los más talentosos, se han atrevido a poner en discusión este sagrado principio de propiedad.

Héctor Pedro Blomberg, nació en Buenos Aires el 18 de marzo de 1889 y murió en la misma ciudad el 3 de abril de 1955. Sus biógrafos coinciden en destacar la presencia de un abuelo marino en la sangre, abuelo que le contagió su afición a la poesía y a los viajes. Por su lado, a los cultores del revisionismo les encanta saber que su madre fue sobrina del mariscal paraguayo Francisco Solano López, relato que debe completarse recordando que su hermano fue ejecutado por Francisco cuando se resistió a admitir que la guerra contra la Triple Alianza estaba terminada hacía rato.

El itinerario biográfico de Blomberg no difiere demasiado del de muchos de los poetas tangueros de su tiempo. Fue periodista, dramaturgo y escritor. Fiel al mandato de sangre de sus mayores, en 1911 se subió a un barco y durante dos años viajó por el mundo. De regreso, publicó poemas en “Caras y Caretas” y “Fray Mocho”, las grandes revistas de su tiempo. En 1929, se editó “Las puertas de Babel” un libro que recopila sus escritos periodísticos Otros textos publicados por el fueron “La canción lejana” y “Gaviotas perdidas”, poemas que en algún momento Raúl González Tuñón los rescatará del anonimato.

Los personajes de Blomberg son hombres y mujeres anónimos que el poeta rescata a través de esas dos grandes pasiones de la poesía de todos los tiempos: el amor y el coraje. En 1920, su libro de poemas, “A la deriva”, recibió un premio municipal. El segundo lugar, el jurado se lo otorgó a Alfonsina Storni. Su respuesta lo pinta de cuerpo entero. “Las damas primero”, le dijo al jurado y renunció al primer premio para darle paso a una Alfonsina enamorada y veinteañera.