“El Padrino” de la música de películas

¿Qué tienen en común “The Godfather” (El Padrino), “Otto e Mezzo”, “Il Gattopardo” o “Plein Soleil”? A simple vista, todas son obras maestras, pero quizá no lo serían tanto si no hubieran contando con la partitura del gran maestro italiano de la música de cine, Nino Rota, de quien se cumplen cien años de su nacimiento.

TEXTO. MATEO SANCHO CARDIEL. FOTOS. EFE REPORTAJES.

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Nino Rota, el más grande de los compositores italianos de música de cine.

Nacido en Milán el 3 de diciembre de 1911, el pequeño Giovanni Rota Rinaldi pronto desarrolló un espectacular talento musical: a los 11 años ya componía y dirigía sus propias partituras.

“Mi hijo será un nuevo Beethoven”, decía su madre. Pero en el siglo XX, la manera de llegar a la popularidad estaba unida al cine, a ese nuevo arte para las masas que seguía explorando sus múltiples posibilidades.

UNA EUROPA ESQUILMADA

Rota, además de por un talento innato en una familia de tradición musical, se vio favorecido por toda una generación de genios que habían emigrado a Hollywood por su sangre judía. El austríaco Erich Wolfgang Korngold, famoso con sus partituras clásicas en Salzburgo, acabó poniendo música al pizpireto Robin Hood, de Errol Flynn. El húngaro Miklós Rózsa llevaba sus hipnóticas influencias de la música centroeuropea a la psicoanalítica “Spellbound”, de Hitchcock. Franz Waxman impregnó de la decadencia del Viejo Continente “Sunset Boulevard”, de Billy Wilder.

Rota, sin raíces hebreas, llevó a cabo su formación entre los maestros italianos Alfredo Casella e Ildebrando Pizzeti, y consiguió tickets de ida y vuelta para estudiar en el Curtis Institute de Filadelfia, logrando un eclecticismo musical que tanto servía para las composiciones para piano, la música de cámara o las partituras para orquesta sinfónica que le hizo romper la tendencia a la traslación casi exacta de los auditorios a las salas de proyección, aunque tardaría en encontrar su sitio en ellas.

Su primer intento de componer para películas pasó desapercibido en 1933 con “Treno popolare”, de Raffaello Matarazzo. Su segunda experiencia no llegaría hasta 1947, cuando en pleno auge del neorrealismo italiano, su espíritu musical ajeno a lo agreste y lo descarnado parecía artificioso.

Rota tenía que desarrollar todavía ese sentido de lo melódico tan acentuado y que convertía sus instantáneamente en clásicos populares. En ocasiones, sus temas lograban tanta fama que la crítica tendía a desprestigiarlos, como sucedió con su trabajo para “Romeo y Julieta”, de Franco Zeffirelli, acusada de sentimentalismo.

Tardarían años en llegar autores que lo reivindicaran como influencia y apostaran por lo romántico sin pudor, como Maurice Jarre, George Delerue y Michael Nyman.

TANDEM CON FELLINI

El encuentro fundamental para Rota se produjo en 1952, cuando conoció a Federico Fellini. “Lo sceicco bianco” abría un tándem que cumplió mejor que muchos matrimonios aquello de “hasta que la muerte los separe”, porque no fue hasta 1978, con “Prova d’orchestra”, cuando concluyó su relación profesional, interrumpida por el fallecimiento de Rota el 10 de abril de 1979.

Entre esas dos películas, Rota tradujo la fragilidad muda de “La Strada” en una bellísima balada para trompeta, musicó el ruidoso carrusel de vacuidades de “La dolce vita”, siguió las andanzas entre románticas y caprichosas de “Otto e mezzo” y dulcificó el exceso grotesco de “Amarcord”.

Rota exhibía en cada composición un conocimiento profundo de la música regional de su país y se alejaba de la farándula en su casa en Apulia (sur de Italia), donde llegó a componer más de 140 bandas sonoras en 35 años.

Pero además de su trabajo para Fellini, Rota no dejó de participar en algunos de los títulos fundamentales de los años ‘50 y ‘60 en Europa. Creó para Luchino Visconti el suntuoso vals que vistió su adaptación de “Il Gattopardo” de Lampedusa, pero también bajó a las calles con él para “Rocco e suoi fratelli”. Y en Francia, de nuevo inspirado por el rostro perfecto de Alain Delon, René Clément utilizó su música sugerente para dar verosimilitud al asesino irresistible de “Plein Soleil”.

SU AMARGA OBRA CUMBRE

Aunque King Vidor requirió sus servicios para “Guerra y paz”, Nino Rota solo realizó puntuales colaboraciones con el cine de los grandes estudios de Hollywood. En cambio, su partitura más famosa se fraguó en la Meca del Cine, si bien respiraba “italianidad” por todos sus poros.

Un joven director llamado Francis Ford Coppola lo contrató para dar continuidad a su grandioso retrato de la Mafia italiana asentada en los Estados Unidos. Alegres tarantelas, hermosos valses y un tema central épico acabaron redondeando una obra maestra, “The Godfather”, que en cambio le hizo vivir a Rota un amargo capítulo.

Favorito al Óscar a la mejor banda sonora original en 1972, la Academia de Hollywood acusó a Rota de autoplagio, aduciendo que parte de la banda sonora eran melodías repetidas en su filme “Fortunella”, de 1958, y cambió su nominación por la de John Addison por el filme “La huella”, de Mankiewicz.

Afortunadamente, el disparate se solucionó dos años más tarde de manera no menos disparatada: le dieron el Óscar por “El Padrino II”, que evidentemente compartía el tema central que la primera. Un final “made in Hollywood”.

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Rota creó un magnífico tándem con el director Federico Fellini, para el que compuso todas las bandas sonoras entre 1952 y 1958.

En ocasiones, sus temas lograban tanta fama que la crítica tendía a desprestigiarlos, como sucedió con su trabajo para “Romeo y Julieta”, de Franco Zeffirelli, acusada de sentimentalismo.

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Rota orquestó a Mario Monicelli, Franco Zeffirelli y Luchino Visconti.


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El trabajo para “El Padrino” es el más popular de todo su corpus creativo.