INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Bendita entre todas

a.jpg

Anónimo Cuzqueño del siglo XVIII, María Inmaculada con el Niño Jesús en el vientre. Colección privada, Lima, Perú. Obra incluida en “Libro Iconografía del arte Colonial” de Héctor Schenone. Foto: Archivo El Litoral

Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe

Como cada 8 de diciembre, mañana celebramos la Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Cuando hablamos de Dios nos parece que debemos negar todo lo que sea humano. Sin embargo lo propio de la revelación cristiana es que Dios se manifiesta, llega a nosotros, a través de lo humano. Lo creado es radicalmente bueno, es obra de Dios. Esto no niega, ni desconoce, su fragilidad. La huella del pecado original permanece.

A lo largo de la historia, Dios ha utilizado al hombre para expresar su voluntad salvífica. Podemos recorrer este camino desde la elección de Abraham, como nos dice la carta los Hebreos: “Después de haber hablado a nuestros padres por medio de los Profetas, ahora, Dios nos habló por medio de su Hijo” (Heb, 1, 1).

En este marco del camino de Dios debemos ubicar la presencia de la Santísima Virgen María. Ella es la mujer elegida por Dios para ser la madre de Jesucristo. Esto es lo propio de María. Aquel saludo “¡Alégrate llena de gracia!”, que luego su prima Santa Isabel llena del Espíritu Santo, lo confirma con su testimonio: “¡Tú eres bendita entre todas la mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!” (Lc. 1, 28.42), nos habla de su elección.

Su Inmaculada Concepción es la primera consecuencia de aquel “llena de gracia”, porque iba a ser la madre del Salvador. Nació como nosotros, de Santa Ana y San Joaquín, pero fue preservada en su concepción de la mancha del pecado original. Esta gracia personal no le quita su condición humana con todo lo que tiene de pequeñez y límite. María sigue siendo mujer, aunque en su vida se haya dado una intervención especial del plan de Dios.

Esta obra de Dios, que ella la expresa diciendo: “El Señor hizo en mí maravillas”, es la fuente del reconocimiento e inmediata devoción de los primeros cristianos. Será luego el mismo Jesucristo cuando, estando al pie de la cruz, le dice y nos dice: “Mujer, aquí tienes a tu Hijo” y a nosotros “Aquí tienes a tu madre” (Jn. 19, 26-27).

“Hagan todo lo que él les diga”

El fundamento de la devoción a la Virgen María tiene raíces profundas en el plan de Dios. Tampoco debemos hacer de la Virgen lo que no es. No ocupa el lugar de su Hijo que es el único mediador y salvador, ella siempre nos dirá: “Hagan todo lo que él les diga” (Jn. 2, 5). No es lo propio de María, por ello, dar mensajes, cuando alguien dice que ha recibido un mensaje a modo de revelación privada, el único criterio para discernir su validez es la palabra de Jesucristo y el juicio de la Iglesia, a quien El le ha dado la misión de predicar y cuidar su Evangelio.

Con Jesucristo ha concluido la revelación de Dios a los hombres, será la obra del Espíritu Santo ayudarnos a ahondar en el conocimiento de esta revelación y, función de la Iglesia, asistida por él, discernir toda interpretación. La Iglesia no es un agregado al Evangelio, sino la continuidad querida por Jesucristo. No podríamos hoy hablar de Cristo sin referencia a la Iglesia, su cuerpo, comunidad creada por él y asistida por la promesa del Espíritu Santo; como tampoco podemos hablar de la Iglesia sino a partir de Jesucristo.

Que en el día de su Inmaculada Concepción ella reciba a través de nuestra voz, el cumplimiento de aquella frase de su Magnificat: “En adelante todas las generaciones me llamará feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas” (Lc. 1, 48-49).