Aniversario del comienzo de la “Primavera Árabe”

La llama sigue encendida un año después

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La revista “Time” nombró al manifestante como “la persona del año” 2011, en alusión a la importancia de las protestas de la primavera árabe en Oriente Medio y los movimientos de los indignados en Europa y Estados Unidos. Foto: EFE

Jorge Fuentelsaz - EFE

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Mañana, hace un año en que el joven tunecino Mohamed Buazizi se roció de gasolina y se prendió fuego para denunciar la humillación a la que le sometía el régimen que se había incautado de su único medio de subsistencia, un puesto ambulante de frutas y verduras.

Ese acto de rabia e impotencia prendió como la pólvora en el pueblo natal de ese joven de 26 años, la ciudad obrera de Sidi Buzid, y se extendió por todo el país hasta llegar a Túnez capital.

El 14 de enero, el presidente Zine al Abidine ben Ali, sobrepasado por las circunstancias, abandonado a su suerte por el Ejército y en un acto sin precedentes en el mundo arabe, huyó.

Animados por la caída de Ben Ali, que en su último discurso, viéndose perdido, había lanzado un grito desesperado solicitado el perdón: “Fahemtkum” (os he entendido), dijo, las revueltas se extendieron como un aluvión.

Inmediatamente después, Egipto tomó el relevo y convocó una manifestación para el 25 de enero. Una protesta que incluso sus participantes no dudaban en que sería una de tantas como las que se habían convocado desde 2005.

Sin embargo, la llama que había prendido Buazizi, que murió el 4 de enero en un hospital, al que el propio Ben Ali se acercó para visitarlo, había calado profundo en los ánimos.

Otras revueltas

Como luceros que anuncian una nueva alba, las convocatorias fueron irrumpiendo en los anquilosados regímenes que repetían y siguen repitiendo que sus países son excepcionales y ajenos a lo que comenzó llamándose “la revolución de los jazmines” de Túnez y terminó por convertirse en “la Primavera Árabe”. Así, en Argelia, el 22 de enero; en Yemen, el 3 de febrero; en Siria, el 4; en Baréin, el 14; en Libia el 15 y en Marruecos el 20 del mismo mes, las manifestaciones pacíficas fueron iniciándose.

El calendario árabe se fue llenando de días en rojo, de convocatorias a través de las redes sociales que se fueron renovando semana tras semana y especialmente viernes tras viernes, tras la oración del mediodía.

Pero no todos los brotes “revolucionarios” lograron florecer con la misma fuerza. Sólo cuatro han logrado medrar -Túnez, Egipto, Libia y Yemen- y, de momento, ninguno ha terminado de madurar.

Tampoco todos triunfaron con la misma facilidad con la que, por ejemplo, los egipcios tumbaron a Mubarak, en sólo 18 días, desde el 25 de enero hasta la renuncia del “rais” el 11 de febrero.

En Libia la revuelta pacífica pronto se convirtió en una insurgencia armada que necesitó ocho meses y la ayuda de la OTAN para librarse de un régimen que llevaba enquistado en el poder desde hacía 42 años.

En otros países como Marruecos y Argelia, la introducción de algunas reformas y la promesa de más parece haber aplacado, al menos momentáneamente, los ánimos de los ciudadanos.

No obstante, como ocurrió en Libia la mayoría de los regímenes optaron por la represión. Baréin, que el 15 de marzo declaró el estado de emergencia, acudió incluso del Ejército saudí para sofocar las protestas que se habían hecho con el control de la emblemática plaza de Lulu (la Perla), en Manama.

En Yemen, el presidente Alí Abdalá Saleh firmó finalmente el pasado 23 de noviembre una iniciativa que estipulaba su renuncia al poder.

En Siria, a pesar de las cada vez más duras represalias y de la apariencia de inquebrantable unidad del régimen, del que sólo algunas unidades militares parecen haberse desligado, continúan a diario las manifestaciones que se cobran numerosas víctimas.