Para envolver los regalos

No quiero dorarle la píldora a nadie, ni mandarle un paquete raro, ni envolverlo con el meloso juego de las palabras, pero, me parece, merece considerarse el tema de los papeles con que presentamos los regalos navideños o cualquier otro. Y si querés romper, rompé...

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Para envolver los regalos
 

Vengo de la época en que tu vieja, tu tía, tu nona y capaz que hasta vos mismo, desaprensivo y salvaje habitualmente, tomabas con mucho cuidado el regalo recibido y lo abrías con meticulosa y serena tranquilidad, tratando de no romper el papel del envoltorio, porque era llamativo, porque escaseaban, porque serviría para envolver otro regalo... Imaginen el corazón desbocado de un niño (cuando crecés se te van desbocando otras partes del cuerpo) frente a un regalo, que ya de por sí eran excepcionales y encima tener que abrir el paquete con la misma delicadeza con que un especialista en explosivos intenta desarmar una bomba: un paso en falso, un temblor de la mano, un ínfimo movimiento y todo estalla en pedazos.

Esos papeles recuperados iban a parar a una prolija caja desde donde luego salían para ornamentar un regalo. Por entonces, nadie sabía qué corno era un packaging y a la hora de regalar uno se concentraba sólo en el contenido, en el producto en sí. El papel, el envoltorio y el moño eran lujos, detalles, casi excesos. Luego pasó a ser, sutilmente, un rasgo más del regalo, la presentación era importante y no sólo el contenido (de allí que ponerle el moño a algo era coronar una obra, mejorarla) y otros etcéteras que tenían que ver también con un cambio general de la percepción de las personas. Antes, los gringos debían ser primero buenos tipos, honestos, laburantes, francos y directos pero a nadie se le ocurría reclamarles además que olieran bien o estuvieran elegantemente vestidos, “afrancesados” dirían entonces con sorna...

Pues bien: el envoltorio pasó a ser más importante que el contenido y así hoy tenés unos regalitos de morondanga (y no me atrevo a continuar el paralelismo con las personas) pero envueltos en unos paquetes, con unos papeles y unos moños increíbles, regalos en sí mismos...

En el medio, se vulgarizó el hecho de disponer de muchos y bellos papeles para envolver. El diseño hizo maravillas. Entre tantos motivos navideños, nos llenaron de renos y trineos, de nieve y bellotas y a nadie se le ocurrió hacer un pedestre papel santafesino con moncholos, porrones, mosquitos y calor. Les regalo la idea.

El cajón de la cómoda o la caja especial que albergaba esos papeles le dejó paso a controles o enchufes de celular porque ya no parece necesario guardar papeles por más extravagantes y luminosos que se presenten, pues todo es así.

Allí incluso se generalizó esa otra tendencia de romper los papeles para abrir el regalo, sin cuidados y sin reparos, porque de tan común ya no importa preservar el envoltorio para llegar más rápidamente hacia el objeto deseado. Lo quiero ya es el mensaje que emana de ese discurso que los comerciantes y los vendedores de papeles y envoltorios aceptan gustosos. En breve, llegaremos a entender que toda esa demanda tiene costos ecológicos y quizás volvamos a cuidar esos papeles o a no usarlos.

En muchos súper o casas de regalos, se deja a disposición del cliente el trabajo de envolver la compra realizada, con lo cual el bien que antes se guardaba con unción aquí está despilfarrado y en masiva oferta. No son, en general, los envoltorios más caros o llamativos, pero cumplen y sé de algunos desaprensivos -es la misma impronta que nos hace ser depredadores profesionales de jaboncitos de hotel, servilletas o cubiertos de restaurantes y otras raterías por el estilo- que aprovechan y se llevan varios metros del papel en cuestión, sólo para tener en casa, de repuesto. Paralelamente, han crecido y mejorado las bolsas de cada negocio, con lo que en algunos casos, el envoltorio no hace falta. Y nos vamos yendo: no quiero empaquetar a nadie, pero es hora de ir poniéndole el moño a esta entrega, justo antes de hacer un papelón.