Con la UCR en sus manos, Barletta

revela al hombre detrás del político

Con la UCR en sus manos, Barletta revela al hombre detrás del político

Confesiones. “Las decisiones que tomé nunca estuvieron asociadas a lo que lógicamente debería haber resuelto”, aseguró el ex intendente al repasar los principales hechos que marcaron su vida política.

Distendido, relató las decisiones que tuvo que enfrentar y las emociones que vivió en sus cuatro años de gestión. Desafíos y temores del nuevo rol que deberá desempeñar.

 

Lía Masjoan

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A modo de despedida, y antes de ser elegido presidente de la Unión Cívica Radical, el ex intendente Mario Barletta habló con El Litoral. Sobre sus hombros ya no cargaba la mochila de conducir los destinos de la ciudad. Quizás por eso se mostró más distendido que de costumbre y accedió a mezclar el balance de su gestión con vivencias personales, sensaciones que lo acompañaron durante los cuatro años de gobierno y emociones encontradas que precedieron su partida.

El desafío que tiene por delante -de “quemar las naves” para “repensar y reformar el radicalismo”, como destacó el viernes al asumir- no es sencillo y reconoce que, en parte, lo “atemoriza”. Pero está acostumbrado a pilotear situaciones complicadas y a navegar con viento en contra: “Así fue cuando ingresé a la Universidad en 1984, después de la dictadura y de que el radicalismo le ganara al peronismo la presidencia en 1983; fueron dos años terribles. Y también cuando llegué a la intendencia porque tuvimos que tomar decisiones corajudas para enfrentar los nichos de corrupción que había”, recuerda.

Al repasar los principales roles que le tocó jugar en su vida pública -en la Universidad Nacional del Litoral, en el municipio y ahora como presidente de la UCR- traza una línea común: “Las decisiones que tomé nunca estuvieron asociadas a lo que lógicamente debería haber resuelto”, dice. “Hasta el ‘83, no había tenido vida partidaria ni política. Yo, ingeniero en recursos hídricos, estaba trabajando en Paraná Medio (Corrientes), en la obra más importante que se estaba construyendo en el país. Y vienen los chicos de Franja y me ofrecen ser decano de la Facultad. Era comprarse una changa paraguaya; era el radicalismo ganándole al peronismo, entrar a la universidad después de la dictadura, llamar a concurso a profesores que eran mis jefes en Agua y Energía. Nos hicieron tantas salvajadas, hasta me metían perros embarrados en mi despacho y me cambiaban la cerradura. Esa decisión fue extraña: estaba en el mejor lugar en el que podía estar un ingeniero y me metí en un lugar complicado. Y llegué a ser rector.

—¿Sintió lo mismo cuándo decidió ser candidato a intendente?

—Fue igual. Estaba en un lugar soñado, en el momento en que empezaba a recoger los beneficios de la tarea que habíamos hecho durante tantos años. Era absurdo aceptar la candidatura a intendente porque era candidato a perder. Y no te das una idea cómo me daba vueltas en la cabeza la idea de volver como rector si perdía. Y nadie sabe por qué tomé esa decisión. Y mucho menos por qué se dio, si fueron las manos de Dios, de las brujas o de quien crea cada uno. O porque apareció el Cachi Martínez (que dividió las aguas en el peronismo) y hasta el día de hoy me dice que tengo que agradecerle. Pero además, Hermes (Binner) me planteaba que sea candidato a vicegobernador y todos me decían que era lo mejor si me decidía a empezar una carrera política. Y no me pregunten por qué me emperré con ser candidato a intendente.

— ¿Y la candidatura a gobernador también la inscribe en este tipo de decisiones?

—No, porque en ese caso estaba convencido de que el radicalismo lo necesitaba. Porque fui candidato y por la elección que hicimos, el socialismo cambió de actitud a la hora de conformar el actual espacio de gobierno y tuvo una consideración distinta con el radicalismo. Eso tiene que ver con esa muestra de fortaleza que hicimos.

—¿Por qué no intentó quedarse cuatro años más en la ciudad? ¿No se arrepiente?

— No, para nada. Primero porque la vida es un constante tomar decisiones. La candidatura a gobernador fue una experiencia maravillosa que me agregó muchísimo. Me abrió otro espacio que fue el de la provincia donde también pude conocer y ver las inequidades y dificultades. Además, estoy seguro que no ganábamos las elecciones si no íbamos a internas. Rubén (Giustiniani) era un poco más conocido pero ni Antonio (Bonfatti) ni yo teníamos niveles de conocimiento y adhesión, y la interna sirvió para eso. No me arrepiento de nada.

—Y le permitió proyectarse a nivel nacional.

— Es lo mismo que cuando fui decano o intendente. Porque yo no lo busqué, no me lo imaginé, no lo deseé. Juro que no moví un dedo por esto.

—¿Y cómo llegó?

—Creo que la gestión en la Municipalidad trascendió mucho más allá de lo que imaginábamos y ya cuando recorrí la provincia me llamó la atención como en todos lados sabían algo de lo que habíamos hecho, e incluso actores nacionales que empezaron a convocarme.

—¿Qué siente con este desafío por delante?

—Me da cierto temor porque estoy acostumbrado a conformar equipos de trabajo para llevar adelante las cosas y esta tarea es más solitaria. Además, soy un bicho de ciudad, vivo en la casa de 4 de Enero desde que tengo un año y ahora voy a tener que estar bastante en Buenos Aires. Y los capitostes de este Partido no terminan de entender que es la primera vez que un desocupado toma la conducción. Este cargo es ad honorem y siempre los presidentes fueron senadores o diputados. Así que me van a tener que dar un sueldo porque yo soy un seco del diablo, estoy pagando dos créditos todavía.

—¿No se incrementó su patrimonio en los últimos años?

—En nada, al contrario. Los que se hacen millonarios con los cargos públicos es porque roban o porque lograron llevar la actividad pública con la privada.

Etapa cumplida

—¿Cómo se siente, ya alejado de la Municipalidad?

—Cuando se concluye una etapa tan importante como conducir los destinos de una ciudad uno no puede negar que hay sensaciones encontradas en lo más íntimo. Cuando recorrí las oficinas para despedirme de los empleados, a veces me ganó la emoción. Pero al mismo tiempo me siento bien porque tengo la conciencia muy tranquila y la sensación del deber cumplido. En lo personal me voy con optimismo y con mucha esperanza porque veo una Santa Fe que ha vuelto a recuperar su autoestima. No es sencillo conjugar la vida familiar y personal en gestiones tan intensas. Y yo a esta gestión le coloqué una intensidad enorme.

—¿Qué diferencias hay entre el Barletta que llegó y el que se fue?

— Me acuerdo cuando arrancamos y visité todos los pisos. Me llamó la atención que muchos me decían que era la primera vez que un intendente los iba a saludar. Y cuando vengo a mi despacho, me agarro la cabeza y digo “no voy a poder hacer nada”, tenía la sensación de que no contábamos ni con lo mínimo indispensable para poder enfrentar lo que había que enfrentar. Pero fue una experiencia maravillosa.

—¿Por qué?

—En la gestión de una ciudad, aparecen sensaciones muy distintas a las que viví en la Universidad. Y tienen que ver con sentir que pudiste hacer algo por los que menos tienen. Eso es lo que más moviliza los sentimientos y te hace sentir mejor.

—¿Y en qué situaciones experimentó esa sensación?

— Cuando fui a la escuela Gálvez, a la Falucho, a la Malvinas Argentinas o a la Juan Manuel de Rosas y vi el gesto de los chicos cuando se calzan el violín en el hombro y empiezan a tocar. Y ver además 750 pibes de las escuelas más pobres de la ciudad que están escuchando música clásica y no vuela una mosca. Es milagroso hasta para las maestras. Y la regularización dominial es otra. Me acuerdo que el cura (Atilio) Rosso me insistía tanto que me comprometa con esto, pero hasta que no entregás la escritura a la gente, no terminás de dimensionar el valor que le dan a eso. Son cosas que no tienen tanta trascendencia como la transformación del espacio público pero son las que a mí más me llegaron.

—¿Cuál es el mayor capital que se lleva?

—La gestión en la Municipalidad me agregó el contacto con la realidad del que sufre y escuchar a la gente, el valor que tiene estar. El afecto de los pibes es una cosa que no termino de entender, uno piensa que es porque te ven por televisión y sos famoso. De eso hay mucho. Pero cuando te abrazan, sentís ese problema que ellos viven de falta de afecto y de contención. Y a mí esas cosas me cambiaron la vida y reafirmaron cada vez más la necesidad de trabajar fundamentalmente por los que menos tienen. Por eso me daba un poco de chinche cuando los concejales, y a veces los medios, planteaban que trabajamos entre bulevares: lo que hicimos en los barrios no tienen que ver solo con obra pública: SOS música, regularización dominial, Polideportivo La Tablada, descentralización no son obras públicas y no se dan una idea lo que significa para esa gente porque cuando uno tiene determinadas cosas al alcance de su mano, no entiende todo lo que sufre aquel que no tiene acceso.

—¿Y lo que le quedó pendiente?

—En todos los rubros queda algo. Pero me hubiese encantado que en mi gestión hubiese empezado a funcionar el tren. Y lo otro es que no se resolvió la discriminación del gobierno nacional. Acá no hay ni un cartel que diga “La Nación acá también crece”, y te cruzás a Paraná y hay un montón.

Ahora, como líder nacional del radicalismo, el desafío es otro. No se trata ya de construir ciudad, sino de reconstruir un partido histórico pero fragmentado. En la universidad y en el municipio, supo convertirse en líder y llevar adelante procesos de cambio. El tiempo dirá si logra transformar “una organización con escaso reconocimiento social en una fuerza con vocación de gobierno y con capacidad para cambiar la realidad”, uno de los objetivos que destacó el viernes al asumir la presidencia del partido radical.

“Te salvé la vida y ahora vos me la salvás a mí”

Los cuatros años al frente de la Municipalidad dejaron innumerables anécdotas. Pero al momento de elegir una, Mario Barletta menciona un nombre: “Lucía”.

¿Quién es? “Cuando yo era muy chiquito, la cera venía sólida en lata. Y para aplicarla en los pisos había que derretirla en la cocina. Un día, la cera derretida se volcó e hizo un charco de llamas alrededor mío. Papá era dentista y había una mujer que trabajaba en casa y lo ayudaba. Apenas me vio, ella se metió entre las llamas aunque estaba descalza y me rescató. Tuvo todas las piernas quemadas. A los años se fue de casa y nunca más la vi. Un día, con mis 57 años, estaba entregando escrituras en barrio San Lorenzo. Le doy el certificado a una mujer, que me abraza y me dice: ‘Yo te salvé la vida y ahora vos me estás salvando la vida a mí. Yo soy Lucía’. Y me largué a llorar”.

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Íntimo. “No es sencillo conjugar la vida familiar en gestiones tan intensas”. En la foto, con su hija menor, Juana. Foto: Mauricio Garín