Adiós a Vaclav Havel

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El fallecido intelectual y político checoslovaco.

foto: agencia efe

Rogelio Alaniz

Se fue con la discreción y la elegancia que lo distinguieron durante su vida. Tenía setenta y cinco años y desde hacía más de quince años venia librando una lucha denodada y silenciosa contra el cáncer. Casualidades o signos de la época: con diferencia de horas murieron Kim Jong Il, el dictador de Corea del Norte y Vaclav Havel el artífice de “la revolución de terciopelo” en Checoslovaquia.

La muerte de un déspota repugnante y grotesco y la de un demócrata que fue al mismo tiempo un intelectual y un artista, provoca sensaciones encontradas. Havel y Kim Jong Il se preocuparon a lo largo de sus vidas por expresar exactamente lo opuesto. Uno dedicó su vida a luchar contra el comunismo, el otro a consolidarlo en sus variantes mas bárbaras y reaccionarias; uno defendió la libertad, el otro el despotismo: uno luchó contra el poder, y cuando lo conquistó lo ejerció con moderación y luego regresó a sus libros, a sus amigos y a sus salas de teatro; el otro heredó el poder y se aferró con uñas y dientes a todos los privilegios; uno era un artista, el otro un psicópata, responsable de consolidar y ampliar los campos de concentración que ya había levantado su padre; Havel fue un militante leal y convencido de la dignidad del hombre; Kim Jong Il fue un violador sistemático de los derechos humanos.

Finalmente, el último gesto de Havel fue escribir memorias risueñas sobre su vida y sus experiencias en el poder, memorias en las que se permitía burlarse de sí mismo y a las que tituló “Sea breve por favor. Pensamientos y recuerdos”. Kim Jong Il, murió recorriendo los campos de concentración, protegido por sus matones.

Lo único que compartieron sin proponérselo fue la baja estatura. Pero también en ese punto había diferencias entre estos dos hombres. Havel vivía ese dato con naturalidad, sin hacerse demasiados problemas; Kim Jong Il no sabía qué hacer para aparentar otra cosa y martirizaba a sus fotógrafos para que lo retratasen esbelto y fornido, al tiempo que les exigía a sus zapateros que le fabricaran zapatos que lo hicieran diez centímetros más alto. ¿Un detalle? Un detalle. Pero también en esos detalles las grandes personalidades se diferencian de los pigmeos mentales.

Murieron con unas horas de diferencia, pero las diferencias reales podrían haberse medido en años luz. Diferencias políticas, pero también éticas y estéticas. Vaclav Havel no se había hecho anticomunista por prejuicio, egoísmo, o porque alguien le habló mal de la “causa mundial del proletariado”. Se hizo anticomunista por haber padecido sus rigores en carne propia. El anticomunismo de Havel siempre tuvo que ver con los grandes valores de la humanidad: la libertad y la solidaridad.

Havel pertenecía por linaje familiar a esa burguesía ilustrada checa que supo expresar los niveles más altos de creatividad y progreso. Los historiadores aún se preguntan cómo pudo ser posible que un país como Checoslovaquia, con sus extraordinarias tradiciones políticas, con su brillante campo intelectual, cayera en manos de una dictadura comunista infame y vendepatria. En Rumania, Bulgaria o Albania podía entenderse ese desenlace trágico, pero no en Checoslovaquia, no en el país que había dado a estadistas del nivel de Benes y Masaryk, escritores de la talla de Jan Neruda, Milan Kundera o Bohumil Hrabal y músicos como Antonin Dvorak, Leos Jarocek o Pavel Haas. O directores de cine como Milos Forman o Karel Reisz.

No, no era fácil de entender cómo pudo ser posible semejante tropelía. Tampoco se pudo entender cómo en plena década del sesenta los tanques rusos ocuparon la nación y sofocaron a sangre y fuego lo que se conoció como “La primavera de Praga”. ¡Ironías del destino o cinismos de la historia¡ La invasión de Checoslovaquia pretendió justificarse en nombre del internacionalismo proletario!

¿Que habrá pensado acerca de ese argumento Havel, que se dedicaba a poner en escena obras calificadas como teatro del absurdo? No sabemos exactamente lo que pensó entonces, pero sabemos de sus luchas, sus padecimientos y sus cárceles. El joven que no puede acceder a la universidad porque el “partido de los trabajadores” lo había descalificado por su “origen burgués”, fue el mismo que se dedicó al teatro y escribió obras como “La fiesta” y “El memorándum”.

Fue en aquellos años cuando encabezó la firma del petitorio conocido con el nombre de “Manifiesto de las dos mil palabras”. Lo acompañaron en ese desafío el ajedrecista Ludek Pachman, el escritor Ludvik Vaculik , el historiador Jan Teser, el filósofo Lubos Kohout y el periodista Vladimir Kepras. El resultado de semejante desafío era previsible: todos los firmantes fueron a la cárcel.

A finales de la década del setenta organizó con Jan Patocka el manifiesto “Carta 77”. Esa vez la prisión fue más dura: cinco años de cárcel. En la prisión escribió su bellisimo libro “Cartas a Olga”, su esposa. Cuando recuperó la libertad continuó su militancia pacífica contra la dictadura. Sus obras eran conocidas en toda Europa, pero él estaba prohibido en su patria. La prohibición lo enorgullecía.

En esos años constituyó el grupo opositor “Foro Cívico”. El comunismo soviético se caía a pedazos y sin la “ayuda solidaria de la URSS” el régimen checoslovaco no podía sostenerse un día más. La anécdota más representativa de aquella situación quedó expresada en un diálogo que Havel mantuvo con un disidente alemán. Éste le dijo que en Polonia, organizar el cambio llevó diez años; en Hungría, diez meses; en Alemania, 10 semanas...¿y en Praga? se pregunta el disidente. “En Praga, diez días, dijo Havel. Y no se equivocaba.

Havel será el último presidente de Checoslovaquia y el primer mandatario de la flamante República Checa. La “revolución del terciopelo” permitió pasar del comunismo a un sociedad abierta sin derramar sangre. Pero también fue una hazaña que la autonomía de Eslovaquia se hubiera producido sin guerra civil. “ La verdad y el amor superarán las mentiras y el odio”, fue su gran consigna. Que descanse en paz.