Felices fiestas

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Remo Erdosain

La proximidad de las fiestas habilita las reuniones amplias, las despedidas, los brindis y las comilonas. Todos los excesos culinarios y etílicos parecen estar permitidos estos días en nombre de fiestas cuyo fundamento religioso considera a la gula como uno de los grandes pecados capitales.

-Son fiestas religiosas -dice Marcial- pero hay que admitir que los paganos ganaron la partida.

-No todos se abandonan a los excesos -reflexiona José.

-No todos, pero sí la mayoría- corrige Abel.

-A mi me da la sensación -digo- que en los últimos años los excesos se han reducido.

-Es una sensación -observa Marcial- que como toda sensación suele promover conclusiones equivocadas.

-Admitamos -insisto- en que la onda de la vida sana, la juventud eterna, la buena salud ha provocado sus efectos y todos nos cuidamos un poco más.

-Puede ser -consiente Abel- puede ser, aunque a primera vista no lo parece -agrega- mientras mira a su alrededor el trajinar de las multitudes que entran y salen de los locales de ropa y de comidas, pasean cargando grandes paquetes y bolsas.

-Yo por mi parte -dice Marcial- más que disfrutar de las fiestas las padezco. Me molesta esa ansiedad por reunirse en grandes comilonas, me molesta esa obligación de estar de fiesta y me molestan todas esas despedidas y promesas de amor eterno que nunca se cumplen.

-A mi no me molestan tanto -admite José- pero el que seguramente está muy molesto es mi hígado.

-Convengamos -observo- que las fiestas son también un gran negocio. El comercio, las agencias de turismo, los supermercados, todos venden el doble o el triple de lo que venden en tiempos normales.

-Yo creo -señala Abel- que además de ser un negocio, las fiestas son un termómetro de la situación económica de una sociedad. Cuando las cosas andan bien el consumo sube por el ascensor y cuando andan mal bajan por la escalera.

-A veces más que bajar por la escalera se tiran al vacío -dice Marcial.

-Fue lo que pasó hace diez años -recuerda José- cuando gobernaban los radicales y casi nos llevaron al suicidio colectivo.

-Si me permitís -digo- los radicales no gobernaban, gobernaba la Alianza.

-¿Qué diferencia hay? -pregunta José.

-Hay varias diferencias. Entre otras, las responsabilidades compartidas. Cavallo fue ministro porque el lobby armado por Chacho Alvarez fue poderosísimo. Pero además, hay que recordar que hoy los principales dirigentes de la Alianza vía Frepaso están con este gobierno.

-¿Como ser? -pregunta Abel.

-Empezando por Chacho Alvarez, siguiendo por Nilda Garré y terminando con Abal Medina. Y hay más informaciones para este boletín, como le gustaba decir a Ariel Delgado.

-El crimen de la crisis del 2001 no fue tanto el hambre como los muertos -dice José.

-Hubo muchos muertos -admito -y hubo mucha impunidad. Metieron presos a dos o tres ladrones de gallinas, pero los responsables reales de los crímenes como, por ejemplo, el de Pocho Leprati, ni siquiera fueron a declarar.

-En la lista de los responsables -observa Marcial- habría que agregar a los señores que soliviantaron a la gente para que saliera a la calle. El otro día miraba las imágenes de los asaltos a los supermercados y la catadura de los personajes estaban más cerca de rateros y lúmpenes que de militantes sociales.

-Eso que decís es una gorileada de punta a punta -responde José. -El que se movilizó fue el pueblo.

-¿Y quién te dijo que los lúmpenes y los rateros no forman parte del pueblo? -retruca Marcial con su inefable sonrisa.

-Sin embargo, lo que yo creo -digo- es que lo que obliga a renunciar a De la Rúa no son los lúmpenes, sino la clase media. Cuando a la tarde la clase media porteña, la misma clase media que lo venía votando desde 1973 salió a la calle a protestar, De la Rúa consideró que la batalla estaba perdida.

-La batalla la venía perdiendo desde hacía rato -observa José- nunca un gobierno perdió capital político en tan poco tiempo.

-En eso tenés razón -dice Abel- Yo lo voté a De la Rúa y lo primero que hizo el gobierno que voté fue bajarme el sueldo y aumentarme los impuestos.

-Yo creo que era un inservible, un inútil, un pavo real -juzga José.

-Sin embargo, fue medalla de oro de la universidad, es un profesional ponderado en los foros judiciales, fue jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires y su gestión fue buena...

-Todo lo que quieras -concede José- pero como presidente fue un desastre, y un desastre en todo, en las cosas grandes y en los detalles. ¿O alguien se olvidó del papelón que hizo yendo al programa de Tinelli?

-Yo creo -digo- que De la Rúa tiene todos los méritos que le reconocen, salvo el de ser un estadista de temple. Es más, creo que en condiciones normales se hubiera desempeñado como un presidente normal, nada brillante porque no lo es, pero tampoco una calamidad. Lo que pasa es que le tocó gobernar en medio de una crisis y la crisis lo desbordó y puso en evidencia todos sus defectos.

-Vos sos bastante benévolo en tus juicios -dice José.

-Yo no descarto -insiste Marcial- la conspiración peronista. Yo admito que los momentos eran bravos, pero en un país normal, cuando hay una crisis, no se alienta a la negrada para que salga a incendiar, sino que se la contiene. Lo que hicieron personajes como Ruckauf y Duhalde fue promover el incendio.

-Y si el corralito fue inoportuno, el corralón que vino después fue mucho peor...

-Mucho más grave que lo que decís -dice Abel- fue lo que hicieron luego. La transferencia de recursos de los sectores más débiles de la sociedad a los más poderosos, fue extraordinaria. Nunca los pobres se vieron tan perjudicados por una crisis.

-No comparto -dice José.