“Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo”

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La Iglesia de la Natividad, en Belén, Franja de Gaza, reúne a católicos de todo el mundo a orar en el lugar donde se cree que nació Jesús, para celebrar la Navidad. Foto: EFE

Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe

 

Navidad es la fiesta que nos habla de la cercanía y del camino elegido por Dios para llegar al hombre. Esta es la gran noticia que cada año celebramos: “Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Señor” (Lc. 2, 11), es el simple anuncio de Navidad. ¿Cuál es el motivo de este nacimiento? La única respuesta es el amor: “Sí, nos dice el mismo Evangelio, tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo, para que el hombre participe de su misma Vida” (cfr. Jn. 3, 16). Navidad nos habla tanto del compromiso de Dios con el hombre, como de la vocación del hombre a participar de la vida de Dios.

El hombre tiene sed de vida y felicidad que es, en última instancia, sed de Dios; es a Él a quien “buscan como fuente de vida” (Ap. 350). Esta apertura y sed del hombre es signo de su espiritualidad y vocación. Esto que hace a la verdad del hombre como ser espiritual es un derecho que necesita, por lo mismo, de las condiciones que lo posibiliten. Lo religioso no es un agregado al hombre, sino una dimensión propia de su condición espiritual, y que hace a su plena realización. Lo religioso, bien entendido, es también un tema de alcance político porque compromete al Estado en cuanto responsable de crear las condiciones del bien común. Estamos hablando de la dimensión religiosa como vocación en la vida del hombre.

“Que nos miremos como hermanos”

No podemos dejar de pensar, sin embargo, en todo aquello que debilita y ataca la dignidad de la vida humana. No sólo en la fragilidad de la vida naciente con la amenaza del aborto, sino en todo su desarrollo posterior. Violencia y maltrato de la niñez; presencia de la droga que avanza y deteriora a nuestros jóvenes; marginalidad y exclusión siguen siendo desafíos que todos debemos asumir; una cultura que necesita de valores que la eleve para dar sentido a la vida del hombre; recuperar el valor de la palabra dada que engendra confianza y credibilidad en nuestras relaciones; valorar y cuidar la vida de nuestros mayores; superar enfrentamientos estériles que nos aíslan y postergan las repuestas a los verdaderos problemas. Todo esto debilita la dignidad de la vida y nos empobrece como argentinos.

Que al reunirnos esta noche renovemos el deseo de construir una Patria donde el cuidado y el respeto por la vida, en todo su desarrollo, nos comprometa. Que nos miremos como hermanos y tengamos la libertad y la confianza de darnos un gesto que nos ayude a encontrar “la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda”. Al acercarme al pesebre y contemplar el Niño de Belén, tendré una oración muy especial por la Patria, por sus autoridades y todos mis hermanos. Feliz Navidad.

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Pesebres de todo el mundo se exhiben en el Museo del Convento de San Francisco (Amenábar 2557), donde pueden visitarse todos los días de 8 a 12 y de 15.30 a 17.30. Foto: Luis Cetraro