Sorpresa de Nochebuena

La Sociedad Argentina de Escritores de Coronda realizó dos certámenes literarios referidos a la Navidad, que tuvieron gran convocatoria. Este año compiló las ediciones 2010 y 2011 en un libro, “Cuentos de Navidad”, que reúne los trabajos premiados. A continuación, transcribimos el que obtuvo el primer premio 2011: “Navidad con sorpresas” de Osvaldo Bordone, de Rosario.

TEXTOS. REVISTA NOSOTROS. FOTOS. EL LITORAL.

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Doña Ula cuenta con los dedos los días que han pasado desde que bajó al pueblo a cobrar la pensión. Fue el día después de la celebración de la Virgen. Cuatro días más tarde, según sus cálculos, parió la cabra. Ahora los cabritos ya caminaban firme y hasta le pareció verlos dar pequeños brincos. Serían unos diez días más. No está lejos, entonces, la Navidad. No tendría esta duda si cuando estuvo en el pueblo no se hubiera olvidado de comprar pilas para la radio.

El sol de diciembre se ha ensañado con el rancho de doña Ula. Acá, en lo alto de la montaña, ella sabe bien que tanto frío como calor no tienen piedad. El rancho es de grandes piezas de cuarzo, que en esta zona de San Luis son tantas como espigas en un maizal. El techo es de paja pero después que enviudó de Pedro ella le puso arriba una lona, que si bien se calienta mucho, deja pasar menos el agua y aguanta más la nieve.

El Toro Olivari da vueltas y vueltas alrededor del camión, nervioso, como un animal esperando lo larguen al campo. Ya no le entusiasma escuchar música sentado en el asiento, ni tomar mates, ni nada. Es consciente de que si el domingo hubiera salido más temprano de su casa, en Tandil, o si no paraba en el boliche del gringo, en Pergamino, quizá ahora ya estaría de regreso. En cambio, está esperando que los empleados de esta cantera cordobesa terminen de almorzar. Ruega que no se les ocurra brindar por anticipado, y dejen la carga para el veinticuatro a la mañana. Por ahí siente ganas de imponer su físico y apurarlos por las malas. Sabe que no serviría de mucho, además estos son días de paz.

Al fin, a las cinco lo hacen pasar y comienzan a cargarle el acoplado. Saca cuentas. Si terminan a las diez y sale rápido, mañana al mediodía está en su casa, rogando a Dios, no se cruce ningún imprevisto. ¿Por qué se va a ensañar Dios con él?, piensa, si es un buen tipo, que lo único que hizo es laburar todo el año. Deja un rato el camión, mientras lo cargan, camina unas cuadras hasta una cabina telefónica. El teléfono anaranjado funciona, tiene cables y todo. Llama a su casa, anuncia que “si Dios quiere” llega mañana, cerca del almuerzo.

Ahora ya no duda Doña Ula, mañana es la Nochebuena. Recuerda, triste, cuando todavía estaba Pedro, y del otro lado de la montaña venían su hermano, su cuñada y sus sobrinos. Siente una opresión en el pecho, cuando llegan estos días y se da cuenta de que se acostumbró por demás a la soledad. Una sobrina la invitó para que la pasara en su casa, en el pueblo, pero ella no quiere dejar solas a las gallinas y las cabras.

Se ha hecho la tardecita, el sol con su bravura se ha marchado y es posible respirar el aire serrano en el patio de la Ula. Allí, sentada en una silla de paja, mirando a lo lejos, se siente menos sola, desde que a alguien se le ocurrió hacer una ruta en lo alto de la montaña. No pasa cerca la ruta, serán como cinco kilómetros, el ruido de los autos casi ni se escucha. Doña Ula se entretiene mirándolos aparecer y luego cómo se pierden en los cerros. También disfruta imaginándose las caras de quienes van sobre esos vehículos.

El Toro vuelve a la cantera silbando una zamba. Está alegre. Comunicarse con su mujer y sus hijos le hizo bien. No le importan el calor y el camino polvoriento, ni que pasará la noche meta y ponga, haciendo cambios arriba del Mercedes.

Cuando llega al camión algo no le gusta, el guinche está parado. Antes de que se las agarre con cualquiera, el encargado, un cordobés grandote y feo, le aclara que se rompió el motor de la grúa. Y que el mecánico, si hace falta, trabajará fuera de horario para que le carguen el resto y se pueda ir lo antes posible.

Recalcula el “Toro”: con mucha suerte podrá llegar a la medianoche, para brindar y recibir la Navidad con los suyos. Ruega, que al menos tenga esa opción.

Doña Ula está, dentro de todo, contenta. Al amanecer ya decidió que asaría un cabrito, sidra tenía de la navidad pasada. Le haría una leche de cabra con pan duro, que tanto le gustan a los patos y las gallinas. Al fin, son los seres vivos con los que comparte todo el año. Se ha propuesto disfrutar de este día y ser agradecida de todo lo que tiene.

El Mercedes 11-14 viene bramando, el Toro conduce con la adrenalina de quien debe bajar un récord. Mira el cuentakilómetros y cada número que avanza es uno menos que le falta. Ahora su meta es la llanura, ahí puede mejorar el promedio, el motor sufrirá menos y será todo más fácil. Pero para llegar a la llanura debe pasar la peor parte, las curvas y contracurvas que lo esperan en la alta montaña. La cabina del camión es un horno, el Toro va en cuero, con una malla de baño y unas ojotas que aprisionan el acelerador hasta el fondo.

Todo viene bien. Se imagina llegando a Tandil, a los bocinazos en el frente de la casa y abrazando a sus hijos. De pronto, un ruido parecido a un violento martillazo se escapa del motor del Mercedes. No le da tiempo a ninguna reacción. Enseguida humo, que llena la cabina, escasa fuerza para tirar y el detenerse lento. La puteada como un rugido, del Toro impotente, seguida de una patada a la cubierta del camión luego un llanto de rabia, y la resignación a que pasaría la Nochebuena solo, comiendo el fiambre que había comprado en Villa Mercedes.

Mientras camina al costado del camino, pensando cómo le podría avisar a su familia, allá abajo ve salir un humito. Baja unos metros, para esquivar un cerro que le impide tener mejor visión. Ahora puede verlo, es un rancho perdido allí entre las montañas, una pirca de piedras, algunas cabras, perros, y una persona vestida de rojo.

Cuando el Toro se va arrimando al rancho, los perros deben haber escuchado la voz tranquilizadora de su dueña para dejarlo llegar.

En el patio que circunda el rancho de Doña Ula, entre gallinas y patos que saborean su manjar, pasan la Nochebuena. Agradecen a Dios que les haya puesto al otro en el camino, ese día tan especial, y brindan recibiendo la Navidad juntos, bajo un cielo limpio que se va llenando de estrellas, las cuales los iluminan, recordándoles que nunca se debe perder la fe de que algo bueno nos sorprenda.