Navidad serrana

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La historia milenaria del nacimiento de Jesús ha emigrado tal como lo hacen las aves y, como ellas, ha anidado en las regiones más dispares del orbe. Dondequiera que se encuentren cristianos, hoy -como antes- celebran el nacimiento de Jesús cada 24 y 25 de diciembre.

TEXTOS. ZUNILDA CERESOLE DE ESPINACO.

La Navidad tiene un mágico encanto que como una aureola ilumina los corazones, propiciando detener la propia lágrima para enjugar la ajena, pulsar en horas de dolor la cuerda del último regocijo, atemperar con un fresco viento interior viejos resentimientos que se borran con el perdón, renacer en cada manifestación de amor hacia el prójimo y conservar la lámpara encendida y las puertas del corazón abiertas para guiar y dar abrigo a todo peregrino que vaga desorientado por los senderos de la existencia.

Esta historia recrea el nacimiento de Jesús en un ámbito serrano de nuestra patria, tomando el sabor local.

LA HISTORIA

Inmersa en una zona serrana se erigía una casita de adobe con horcones de algarrobo y techo de enramado.

Allí vivía un matrimonio: el esposo se llamaba José y era un hábil trabajador de la madera, aparte de construir muebles, ventanas y puertas afines con su oficio de carpintero. Él recorría las sierras buscando diferentes maderas como las del retamo con la que hacía catres y cajas; las del duraznillo del campo, especial para realizar cucharones y objetos pequeños; también la del itín que empleaba en la producción de cabos de herramientas y bastones. La madera de este árbol le proporcionaba la materia con que producir fuego para la cocción de la comida o para, en las gélidas noches invernales, dar calor en la vivienda.

La esposa se llamaba María; su mirada era clara como la de un arroyito cercano a la montaña. Su carácter dulce y dócil hacía reinar la paz en el hogar; sumamente hacendosa, aseaba la humilde vivienda, cocinaba, recogía hierbas para preparar tés saludables y tejía en el telar ropas, mantas y ponchos que los abrigaban durante la estación invernal.

En época próxima a la fecha en que alumbraría a su hijo, un serrero vecino les avisó que por orden de la autoridad debían ir a determinado pueblo a registrar sus nombres, al igual que todos los habitantes del lugar.

Dispuestos a cumplir con la orden, iniciaron el viaje, María montada en un burrito y José a pie; la marcha era lenta y penosa, y la noche los sorprendió en el camino.

Todo era desolación y sombras: María comenzó a sentirse descompuesta; José, preocupado, oteaba tratando de hallar una casa donde refugiarse, cuando vio a lo lejos una luz macilenta. Se encaminó hacia allí tomando al burro por las riendas para orientarlo y velar por su preciosa carga. Consiguieron llegar al rancho de donde procedía la luz y pidieron amparo, mas el matrimonio que lo habitaba se los negó y les pidió de muy mala manera que se fueran.

Continuaron su camino y escucharon voces que cantaban acompañadas por el sonar grave de una caja. Guiándose por el estímulo sonoro alcanzaron a llegar al lugar donde varios serranos participaban de una reunión. La historia se repitió: la insensibilidad y el egoísmo de aquella gente les negó asilo.

María sentía que el niño ya estaba por nacer cuando hallaron un pesebre que alojaba a un buey de gran cornamenta y redondos ojos de mirar apacible; entraron y José improvisó con pajas un lecho para ella quien, muy cansada y agotada por el esfuerzo provocado por el viaje, se recostó.

Al momento, el llanto de un niño invadió el sitio y se expandió en ecos sonoros por la serranía, en tanto una estrella iluminó con un brillo esplendoroso la noche, señalando el sitio del nacimiento de Jesús, el Niño dios que vino a salvar el mundo.

José y María acogieron a la criatura con infinito amor.

Atraídos por la luz potente y misteriosa de la estrella, se acercaron los lugareños y al ver a Jesús y a sus padres con tanta escasez y pobreza regresaron a sus hogares para traer regalos, ya que la gente pobre comprende lo que son las necesidades por sufrirlas en carne propia.

Cuando retornaron, como ofrenda dieron panes de patay, choclos, empanadillas de cayote, tunas, quesillos de cabra, zapallo, charqui, ushutas, ponchos y mantas, es decir, todo lo que pudieron conseguir para brindarlo generosamente.

Ante el niñito se presentaron, también, tres hombres con vestiduras extrañas y lujosas; dos de ellos tenían la tez muy blanca, el tercero poseía una tez tan negra como el ébano. Todos traían un cofre y, postrándose, los ofrecieron en honor al recién nacido.

Estos singulares personajes eran Melchor, Gaspar y Baltasar, los Reyes Magos. Ellos, siguiendo una estrella que les señaló el camino, viajaron desde el lejano Oriente para adorar al Niño Dios.

Sin prisa ni pausa pasan los años y en cada Navidad se renueva el milagro de amor de la primera, haciéndonos sentir menos egoístas, más buenos y solidarios. Es que en esta época nuestro corazón se transforma en una cuna que mece a Jesús.

UNA COPLA

Un grupo de copleros llegó para cantar en honor del recién nacido, coplas surgidas de sus almas humildes.

Ya llegamos compañeros

al niñito a adorar

con copas y con canciones

y la caja dele y dele retumbar.

Manojito de carne

que hoy has nacido,

tu cara es como el cielo

Niño Dios querido.

Que ría la luna,

que ría el lucero,

ha nacido un niño

que vino del cielo.

Pastores serranos

vienen a adorar

al niño precioso

que duerme en el pajar.

Con empanadillas

vino una serrana,

con una almohadilla

una pobre anciana.

Un manojito

de albahaca y romero,

un hombre viejito

trajo en el sombrero.

En el cielo las estrellas,

la luna en el carrizal

y en este pobre pesebre

el que nos vino a salvar.