editorial

El regreso del terror

Según los oficialistas Florencio Randazzo y Miguel Pichetto, la presidente cometería un grave error político si hiciera caso de las advertencias planteadas por el titular de la Unidad de Investigaciones Financieras (UIF), José Sbatella, acerca de las “actividades terroristas” que podrían llegar a practicar los medios de comunicación.

Por su parte, Eugenio Zaffaroni, uno de los jueces supremos más estimados por el gobierno, calificó a la llamada ‘ley antiterrorista‘ como un ‘verdadero disparate jurídico‘. En la misma línea se pronunciaron dos aliados del gobierno: Horacio Verbitsky y Estela Carlotto.

Según Sbatella, la figura del terrorista podría incluir las opiniones de los medios de comunicación orientadas a propagar noticias alarmistas o exageradas, capaces, según sus palabras de ‘aterrorizar a la población‘. Las opiniones del controvertido funcionario -quien como los jerarcas de la pasada dictadura militar no logra o no quiere establecer diferencias entre subversivo y disidente- provocaron previsibles alarmas, porque en el fondo todos suponen que sus palabras no provienen del capricho, sino que están avaladas -o por lo menos consentidas- por las máximas autoridades de la Nación, sobre todo si se tiene en cuenta que estas declaraciones se dan en un marco de acelerada ofensiva contra un segmento de medios de comunicación privados.

A ningún observador se le escapa que en el campo de la libertad de prensa, la consigna de los talibanes del oficialismo es ‘ir por más‘ o ‘ir por todo‘, lo que traducido al lenguaje cotidiano, significa, lisa y llanamente, aplicar en la Argentina la fórmula que Chávez, Correa o los Castro han aplicado en sus respectivos países. Para ello disponen de una abundante batería de argumentos que intentan justificar en nombre de la causa ‘nacional y popular‘ la dictadura mediática. Basta leer los textos de sus oráculos, y ver su fervor militante en demonizar a la prensa opositora, para prever el destino que le aguarda a la libertad de expresión en la Argentina si se consumaran sus objetivos.

A diferencia de otras iniciativas de los Kirchner, esta declamada ‘ley antiterrorista‘ ha motivado abiertas disidencias internas. Habrá que prestarle atención al alcance de estas disidencias y observar lo que hará el poder político con ellas. Por lo pronto, la polémica está abierta. Nadie ignora, en este sentido, que en última instancia la libertad de prensa depende de una sociedad que esté dispuesta a defenderla.

Al respecto, no hay que perder de vista que en las usinas del poder siempre anidan tendencias autoritarias a las que les molesta la crítica y el ejercicio de la libertad. Estas tendencias suelen no consumar sus objetivos porque las sociedades se los impiden. No obstante, no se debe perder de vista que la ofensiva contra la libertad de prensa no logra sus objetivos de un día para el otro, sino que suele ser un proceso continuo que se propone desarmar ideológicamente a la ciudadanía hasta resignarla a convivir en una sociedad dominada por un pensamiento único.