lengua viva

Balance obligado (II)

Evangelina Simón de Poggia

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Hablábamos de nuestros jóvenes, de sus comportamientos, objetivos de vida, etc. También, de nuestra preocupación por su formación, de sus vacíos cognitivos, del accionar de los adultos responsables de su formación, de la desorientación que nos invade, y tantas otras sensaciones objetivables.

Los absurdos vienen planteados desde los discursos contradictorios de los adultos instalados en el poder, desde sus posicionamientos frente a los más débiles. No importa cuánto sea el poder, importa cómo se usa: desde el telefonista del cual dependés para hacer una llamada hasta el presidente de tal o cual institución o el que ostenta millones; todos intentarán hacerte sentir en algún momento ese ridículo, pobre y perverso poder.

Pero ¿El poder es perverso? ¡No! Es una abstracción. La perversidad o como quieran llamarlo está en las personas que lo manejan mal cada día. Podríamos decir lo mismo de las instituciones que fueron creadas para fines loables y beneficiosos para la comunidad. Los que le dan el perfil son quienes las manejan.

Nosotros, los adultos, aplaudimos discursos políticos (o politiqueros) como si hubiéramos llegado a interpretar lo que verdaderamente nos están comunicando cuando, en realidad, escuchamos y nos informamos a medias. Pero, lo que es peor, tampoco nos importa demasiado pues ¡son a veces tan contradictorios!.

El individualismo está instalado. El hombre está perdiendo de vista su destino social, el interés por la palabra del otro, por sus problemas. ¡Nos hemos mentido tanto! Este contexto es en el que están viviendo nuestros jóvenes.

Ante las situaciones por las que atraviesan sus hijos, las actitudes de los padres son un tanto quijotescas. Obviamente, quieren defenderlos, hasta que ven la realidad que ignoraban y sus voces se van apagando avergonzadas preguntándose ¿Cómo no nos dimos cuenta? ¿Cómo no vimos sus compañías poco loables, su escaso interés por el conocimiento?. Pero ¡claro! La culpa la tenía siempre el docente y así se lo hacían saber, lo importante era el título, más allá del merecimiento y de la formación recibida.

Así vamos instalando en la comunidad profesionales sin la preparación debida y la humildad necesaria como para saber que deben comenzar a caminar por la profesión de la mano de alguien que esté en posesión del conocimiento y de la experiencia. Los jóvenes arrebatan como si supieran y nosotros, los adultos, los dejamos abandonados a su propio criterio, sea cual fuere, sin nuestro acompañamiento, ya sea por comodidad, impotencia, incapacidad o ignorancia.

Reflexionemos. Caminemos más despacio para poder darnos un lugar de encuentro con nuestra juventud. Seamos un ejemplo de congruencia. Escuchémoslos, pues tienen mucho para decirnos y ellos están deseosos de ser escuchados. Tengamos claro que en ellos encontraremos a la vida.