El menos leído

El menos leído
 

Este año, la casualidad, que siempre acomoda las cosas de modo tan infaliblemente causal, hizo que el Toco y me voy cayera en el último día del año. No tengo más opciones, me rindo: escribo sobre el último día del año y es lo último que escribo.

TEXTOS.NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

El de hoy debe ser el Toco y me voy menos leído de la historia. A ver: no es que aglutine habitualmente a multitudes -las últimas que vi por mi barrio quemaban gomas y pedían subsidios-, pero yo tenía mis seguidores incorruptibles, hasta que se murió mi tía Carlota que no sólo leía sino que recortaba y coleccionaba los tocos, a la espera de un hipotético libro que nunca llega Pero hoy, sábado 31 de diciembre, pretender encontrar algún lector a las cinco o seis de la tarde, cuando ya todos están en otra cosa, es realmente de ilusos.

Así es que ya asumí que nadie va a leer este artículo que sólo se escribe para solaz y esparcimiento de su autor, por la fuerza de la costumbre, para llenar un espacio o por lo que fuera. Y nadie va a leerlo.

Pasemos a enumerar: a las cinco o seis de la tarde uno ya está irremediablemente embarcado -y está muy bien- en la dinámica de la celebración de fin de año: o está consiguiendo hielo, o chamuyando al que te va a cocinar el pavo -siempre hay, también, un pavo que cocina- o saliendo de última a reforzar el chupi porque hace calor o porque en la previa ya se bajaron tres de los seis totín de reserva.

Para esa hora o un ratito después, es decir, para la hora que uno se sienta con las patas para arriba a leer el diario recién horneado, empiezan a pasar por casa los que no van a compartir la cena de despedida de año pero igual tienen algún compromiso afectivo o de otra índole para sentir la obligación moral de saludar. Viene tu amigo, viene tu sobrino que es rápido para la heladera -y para todo-, viene un hermano que viaja de su suegra. Y a toda esa gente uno no la va a largar al mundo seca y vacía, que no golpearon en tapera... así que se abre una botellita por aquí, un choricito por allá, un piononito, un bocadito, una picadita y en fin todo lo que nos hace ser tan colesterolmente amables y tan etílicamente anfitriones

Ya se pasó la hora del diario, del Toco y me voy ni hablar, y alguien grita desde adentro “viejo, bañate que se nos hace tarde”. Ya sabemos que cuando las mujeres nos piden a nosotros que nos apuremos es porque ellas están atrasadas mucho más de la cuenta y tratan de ganar tiempo o de delegar parte de la culpa o de bloquear un reproche o un comentario ácido. Pero ese no es el tema, sino que la hora se va pasando, uno ya está como el chancho: adobado y el pescado sin vender.

El diario sigue allí, sin tocar, como entró a la casa, hasta que alguno se da cuenta que hay que envolver el tupper con vitel toné, o el arrollado de la nona o camuflar el vino bueno para que no lo abaraje el grosero del Tunca, al que le da mismo un tetra que un fino elixir de trescientos mangos...

El diario se abre pero para envolver algo y uno por lo menos se siente un inútil útil, por cuanto lo que uno escribe no sirve para nada pero sirve para envolver huevos o medio lechón.

Así que ya está asumido y sumido: no es que yo me dé artículo pero este artículo es para mí solo, porque ni tu mujer, ni tus hijos ni tus lectores más in-fieles (a esa hora out-fieles) están para leer nada en este momento, ni siquiera las bellas mentiras de las etiquetas de los vinos, aunque remitan a frutos secos, higos de Kuala Lumpur o frutos rojos pero de Abisinia.

Hoy, sábado 31 de diciembre, pretender encontrar algún lector a las cinco o seis de la tarde, cuando ya todos están en otra cosa, es realmente de ilusos.

Nadie leerá hoy; nadie leerá mañana (el pedal dura varias horas y cuando uno se despierta sigue comiendo; además quedó sólo medio diario, que es para hacer fuego, matar una cucaracha indiscreta o abanicarse) y el lunes ya será un diario tan irremediablemente viejo -un diario del año pasado, fijate- que no miento si digo que ésto lo leo yo solito y mientras lo escribo. ¡Feliz año nuevo, entonces, para mí! Y punto. Me voy. Hoy sí que puedo decir que el año está perdido. Total, ¿quién va a discutírmelo?