Pretemporadas eran las de antes

Pretemporadas eran las de antes
 

Ahora todo está desregulado, hasta la utilización individual e individualista del espacio público. Hasta hace un tiempo, la costanera era para correr, la utilizaban los equipos de fútbol o de algo y mal sobrevivían una parejita caminando. Hoy hay de todo. ¡Correteeeee!

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Pasado el período de comilonas masivas del tramo fiestas de fin de año-despedidas y recibimiento de año-vacaciones, y confiando en que uno ha sobrevivido y se decide a encarar una vez más la cuesta de actividades para todo el año, conmueve ver en qué cosas se aplican los santafesinos.

Una de ellas, envidia pura, es la actividad física de las pretemporadas que encaran los equipos de cualquier cosa en cuanto lugar nuestra ciudad lo permita. Y si no lo permite, igual. Planteles de fútbol completos, de vóley, de jugadores de póker, de paddle y de metegol: todos trotan por la costanera o por el parque sur.

Y mientras para algunos el período de morfi y chupi arriba mencionado no termina en todo el año, y para otros muchos, austeros, no comienza nunca; otros se afanan transpirando de lo lindo: una, dos, fanfarronas tres vueltas al lago, ida y vuelta por distintos tramos de la costanera, subir y bajar escaleras, hacer arena, pesas.

Son las pretemporadas, y no nos referimos precisamente a las que concretan de manera más aparatosa y publicitada los equipos profesionales. Estas son de grupos de chicas y chicas que practican deportes en forma amateur o que le dan al trote de puro masoquistas que son nomás.

Tienen de bueno estas pretemporadas que se encaran en conjunto, con lo que se demuestra el alto grado de paranoia colectivo que es capaz de exhibir el humano. Y de esa manera, hasta el gordito que sufre al final de la cola sigue corriendo, cosa que no haría si estuviera solo, o siquiera cuerdo.

Pero ya está. A fines de enero, a principios de febrero, los corredores solitarios, que ya tienen hecha una rutina, ven como su espacio se ve de golpe invadido (y esa es la palabra correcta, porque son verdaderas hordas) por grupos de veinte o treinta que vienen a hacer actividad física más o menos coordinada y destinada, aseguran, a limpiar las impurezas etílicas y adiposas de las fiestas y a preparar una base física para toda la temporada.

Santa Fe no está muy preparada para este verdadero asalto de promotores culposos o convencidos de salud que se verifica cada año. La costanera ofrece, además de su belleza natural y del aire fresco, un estrecho sendero en el cantero central y los vagos se cruzan muchas veces entre autos, o bajan a la calzada, mientras su ritmo de trote se afianza: pesado los primeros días, ligero y pretensioso sobre final de febrero o principios de marzo. Y el parque del sur, también ve congestionarse con rapidez su circuito.

Conviven con difícil armonía los caminantes (señoras y señores que salen a hacer un ejercicio, muchas veces por prescripción médica), algún ciclista, los que trotan, y los que te aplastan. Hay que sumarle un grupo activo de perros callejeros y territoriales que te acompañan o tarasconean -según los casos- un tramo, y luego le pasa la posta a otro can.

Súmese también a los neo habitantes urbanos en patines, rollers o patinetas: jodido llevarte puesto o que te lleven puesto porque esas criaturas adquieren una velocidad considerable, no compatible con un choque frontal con doña Marcia, que camina por prescripción y proscripción médica.

Y hay que agregar a los que están en onda disfrute: familias enteras que instalan su mesita y se clavan sin complejos, deportivamente, una pizza en plena costanera, mientras vos sudás la gota gorda y ellos ingieren la gota fría.

Así estamos: hasta los programas individuales de cada uno de los habitantes de la ciudad pretende encontrar cabida en el mismo sitio y todo está bien y siempre entra uno más. Pero se complica: este servidor, sin ir más lejos, que tiene un modesto trote canyengue, tiene para devolver una sombrilla playera que se llevó por delante, en tanto jura que volverá a encontrar al flaco que le dejó la patineta aviesa en el camino. Dos cosas, le voy a decir: que nunca fui tan rápido. Y que me duele todo.