editorial

Escandaloso Oyarbide

Es probable que en el futuro el juez federal Norberto Oyarbide sea recordado, al menos, por dos motivos. El primero: haber desestimado con inusitada rapidez las inconsistencias contables que, según especialistas, se desprendían de las declaraciones juradas de Néstor Kirchner y de su esposa Cristina Fernández. Y el segundo: haber exhibido orgulloso en sus breves dedos un anillo de 250.000 dólares.

Si bien algunos consideran que la imputación más seria que se le puede hacer al juez es su relación complaciente con los poderes políticos establecidos y su afán visible de congraciarse con ellos mediante fallos hechos a la medida de sus intereses, no sería aconsejable subestimar esta otra actitud ostentosa, consistente -entre otras conductas controvertidas- en exhibir un anillo cuyo valor parece está por encima de sus ingresos económicos conocidos, al punto que para justificar la adquisición de esta joya no se le ocurrió nada mejor que decir que realizó la compra gracias a regalos obtenidos en los últimos tiempos.

Al respecto hay que decir que aquellos jueces que se jactan de infrecuentes conductas privadas o discutibles aficiones públicas, no deberían perder de vista que representar la majestad de la ley y disponer de la facultad de juzgar a otros exige conductas que se correspondan con semejantes responsabilidades. Más allá de que la modernidad ha desvanecido ciertos pruritos sobre el perfil de los jueces, lo cierto es que el ejercicio de la magistratura está asociado con determinados valores reales y simbólicos. En este sentido, los devaneos farandulescos y la proximidad con empresarios de la diversión nocturna se dan de patadad con los atributos de austeridad, recato y sobriedad que reclama la función judicial.

En este encuadre, resulta obvio que la conducta de Oyarbide aparece ubicada en las antípodas. El argumento de que pudo adquirir el referido anillo gracias a la venta de regalos que había recibido, no hizo más que empeorar su situación porque crea suspicacias sobre el origen de tales gratuidades y sobre el monto o quantum de cada una de ellas, difíciles de explicar cuando se honra la tarea de juez. En suma, ese comportamiento extraño y autoincriminatorio refuerza las sospechas que pesan sobre su persona.

Es llamativo que a Oyarbide se le haya escapado que su escandalosa ostentación habilita las peores consideraciones y un probable nuevo pedido de juicio político por enriquecimiento ilícito. ¿Por qué hace estas cosas? Sin entrar en el terreno de la psicología, podría decirse que sus “frivolidades” se vinculan con un sentimiento de impunidad que ha sido reforzado por el escudo protector del oficialismo en el Consejo de la Magistratura. De todas maneras, el juez que, para consternación de la estadística, tiene todos los números del bolillero y, por lo tanto, sale sorteado en todos los casos que complican al poder, esta vez parece haber atravesado el límite. Y es probable que, cegado por el brillo de un brillante dorado, no haya podido ver el mal paso y sus consecuencias.