Castillos de arena

Castillos de arena
 

Si vas a la playa con chicos a veces pasa sin ellos, por el niño interior que todos tenemos, ¿vieron?- hay por lo menos dos clásicos: vas a terminar juntando caracolitos sí, vos, viejo pirata, que antes sólo buscabas bikinis y sus inmediatos alrededores- y vas a construir un castillo en la arena. No es una nota en balde, así que vamos al grano.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

La parte buena es que el mar y la playa como propuestas son fantásticas para los chicos que pueden pasarse horas y más horas jugando en la arena con una palita, un balde y un par de moldes con formas de estrellas de mar, de pez, de tortuga... La diversión, relativamente económica hasta allí, requiere sólo cierta relajada proximidad paterna, pues el o los pibes la pasan bárbaro yendo y viniendo hasta el agua, cavando. Pero en algún momento o tu hijo, o la traidora de tu mujer, o algún pibe cercano, mete en tu criatura la idea humana de la construcción: ¿y si hacemos un castillo? Ahí tenés el contraste a pleno: la naturaleza tan majestuosa e imponente con su mar, y el humano con su necia idea de “mejorarla”, de dejar su huella, de poner su impronta.

Ya está: la idea prende y tu hijo ya no juega tan solo porque requiere de la experiencia y la sapiencia de sus padres, que ya deben pasar a la etapa de los hechos, arrodillarse, enarenarse las manos, ir y venir también, coordinar esfuerzos, actuar de maestro mayor de obra, arquitecto y albañil al mismo tiempo. Y encima, la biblioteca pedagógica y políticamente correcta te dice con voz calma y melosa que está muy bien que juegues con tu hijo, que te tomes el tiempo de estar con él tiempo que le mezquinaste el resto del año-, que compartas, que te arrodilles y te pongas a su altura y todas esas cosas bellas de la vida...

Hasta allí todo transcurre en relativa armonía entre el hombre y su entorno. Pero el mar la playa- tiene otros hombres y entonces la cosa comienza a complicarse. Tu nene estaba fantástico hasta que el otro nene que está diez metros más allá, con la artera ayuda de un padre con dedicación full time, levanta un jodido y ostentoso castillo en el que por lo menos podría representarse Hamlet sin problemas.

No hay provocación lisa y llana eso ya es poroso y alto- todavía pero sí cierto engolado orgullo, cierta morosa y pedante caminata hasta el mar y regreso, cierto marketinero aspaviento con fotos incluidas. El padre y el hijo poseedores de “el castillo”, sabedores de que tienen ventaja, hasta cancherean y ya recogen las mieles humanísimas del halago y se parecen a un natural pavo real en cortejo: mostrando todas las plumas. No te preocupes, le mascullamos a nuestro hijo, ese tipo es un pavo...

Pero a la vez ya recogimos el guante y completamos el jodido circuito de la envidia y el instinto de superación: vamos a hacer un castillo más grande, carajo. Todo comienza a dirimirse, de verdad, como en el circo romano o en las grandes justas deportivas, en la arena. Se terminó el descanso: manos a la obra.

De golpe, la competencia está planteada porque ya hay una cuestión de orgullo personal y familiar mansillado y en tren de asegurarte una victoria, de golpe te acordás de que el tío Carlos es arquitecto, que a lo mejor Niemeyer anda por esa playa y que la casi siempre inútil de la Pitu tiene dos años de decoración que bien podría aplicar, con alguna idea superadora, en este castillo que se levanta ante la faz de la tierra como una nueva y gloriosa nación...

Ya estamos embarcados, por usar una metáfora marinera. Y así seguimos hasta plantear una ajetreada batalla, algo más parecido al estrés del trabajo que al descanso, al solaz, al esparcimiento. Y hablando de cimiento, el castillo ya tiene un metro de alto, varios metros cuadrados más que el departamento que alquilaste-, torres, almenas (al menos cuec- por ahora), adornos, banderas, fosos...

Con el final de la tarde, podemos descansar satisfechos y contemplar la obra, sacarle una foto presuntuosa y... observar cómo el agua, que fue subiendo, o peor, un grandote distraído, o peor un pelotazo de los pibes que hacen un picado o peor, o peor, deshace en un segundo lo que construiste en toda la tarde...

Pavada de metáfora de la vida, al final el agua, las olas y el viento, los sucundunes (un guiño para los mayores) desarman por igual toda huella humana, por más fastuosa que pudiera mostrarse un rato antes...Mañana, cuando el de al lado construya su castillo, harás dos sabias cosas: esconderás el balde y la pala de tu hija, y, haciéndote el distraído, mientras retrocedes con torpe inocencia para sacar una foto, le pisás a conciencia la construcción hasta que no quede nada. De arena somos, de la arena venimos y a la arena vamos.