Señal de ajuste

Tenemos una noche, guau

La nota

El nuevo formato es conducido por Mariano Iúdica, quien, con su vocabulario limitado, habla de un “formato increíble” y una “megapresentación”.

Foto: Gentileza Ideas del Sur

Roberto Maurer

Aun quienes mantienen relaciones estrechas con la pantalla chica pueden resultar confundidos con los múltiples “Bailando”, “Soñando”, “Patinando” y “Cantando”, que pueblan la tele con sus jurados fungibles. También nuestro limitado entendimiento puede enredarse, por los parecidos, con “Talento Argentino” y la inminente “La voz argentina” que prepara Telefé.

Acaba de estrenarse “Soñando por cantar” (El Trece, viernes a las 21.30), una competencia que recorre las provincias argentinas, las pobres, las ricas y las pertenecientes a los Rodríguez Saá. Cada una aporta finalistas que rivalizarán por un lugar en “Cantando por un sueño”, que los sábados animan Listorti y Dumas, y que no debe ser confundido con este flamante “Soñando por cantar”, su tributario federal.

Desde San Luis

La primera jornada del nuevo envío de Ideas del Sur tuvo por sede a Córdoba y siguió en San Luis, en un polideportivo donde 1.500 eufóricas personas acudieron para disfrutar de cómo 25 comprovincianos suyos iban a ser maltratados en un escenario, en directo para todo el país.

Se trata de un mamarracho colorinche y con el conductor apropiado a su mal gusto: Mariano Iúdica, quien, con su vocabulario limitado, habla de un “formato increíble” y una “megapresentación”, y que sigue ganando posiciones en la empresa de Tinelli, gracias a su perseverancia en lo referido a congraciarse a cada rato con su patrón. Los lacayos siempre triunfan pero no duran toda la vida.

A fin de sostener el interés durante dos horas y media, con buen criterio se ha profundizado el sadismo en este formato mexicano donde cada participante dispone de sólo un minuto y medio, y la voluntad del jurado se expresa a través de un sistema de palancas y chicharras, verdaderamente aterrador. Cada uno de los cuatro jurados acciona una palanca cuando debe manifestar su desagrado. A la primera palanca, desaparecen los bailarines del escenario, con la segunda se esfuman la iluminación y el telón de fondo, y a la tercera se corta el acompañamiento musical, o sea que el participante queda solo, cantando a capella, ya convertido en un despojo humano. Se los ve tensos y nerviosos en la instancia de afrontar durante un minuto y medio el sonido hiriente de las chicharras que los van fulminando paso a paso, mientras cantan o lo intentan. La experiencia, en varios casos, termina con estallidos de llanto. Es un sistema de palancas que impresionaría a los guardias de Sing Sing encargados de la silla eléctrica.

A veces los participantes son consolados, pero siempre se acaba con una frase que termina con cualquier discusión establecida sobre bases sentimentales: “Esto es un concurso”, les dicen, despidiéndolos, como si hace siglos a Cristo le hubieran dicho: “Lo siento, acá crucificamos”.

Misterios del comportamiento humano

Algunos competidores cantan y se mueven muy mal, y representan el enigma de la personalidad. ¿Son chabones en estado puro que creen poseer condiciones artísticas? ¿Se trata de personas comunes que de repente pierden la cabeza? ¿Todos estamos expuestos a perder el sentido del ridículo por un minuto y medio de la tele? ¿No tienen algún familiar o amigos que los aconsejen para evitarles el papelón?

Los jurados son Oscar Mediavilla, Reina Reech -en reemplazo de Valeria Lynch-, Patricia Sosa en el papel de tierna, y Marcelo Polino como villano (imperturbable, desmerece a un cuartetero diciéndole: “Estás más para cantar en el cumpleaños de un sobrino”).

En algunos casos, el espectáculo es tan deplorable que el jurado pide perdón al público. “Es lo que hay”, se disculpa Mediavilla, para mayor humillación de la piltrafa que está en el escenario.

Durante el programa, un helicóptero de Tinelli sobrevuela la ciudad de San Luis para mostrar el polideportivo y algunas luces prendidas de la ciudad, que no es Las Vegas. El helicóptero carece de función alguna, sólo es una demostración de fuerza de Ideas del Sur, y ofrece la oportunidad para que Mariano Iúdica vocifere: “¡Qué lindo que está San Luis”, en relación con esas lucecitas encendidas apenas visibles en la noche.

Un audaz

Héctor López canta “Mi historia entre tus dedos” y se atreve a caminar por la pasarela hacia el jurado, mirando fijo a Patricia Sosa, mientras suenan las chicharras. Cuando se encuentra cara a cara con la jurado, le arroja su anillo: “¡Bajá, bajá la palanca que está tu marido!”, le dice Polino a ella. Luego el participante, muy confusamente, conmueve con sus explicaciones. Es un hombre solo, y la participación en el concurso le brinda la posibilidad de un contacto con el mundo.

Francisco Vidal Sierra trató de cantar “Cuando me enamoro”, pero el sistema de palancas lo eliminó antes de empezar con la letra: apenas tarareó durante segundos. En cambio, Oscar Gil se ganó el aprecio de Patricia Sosa entonando un tema de Luis Miguel. Eso sí, debe aprender a colocar los graves, y entonces la cantante brindó una clase de técnica vocal: es la blanda del jurado y también coherente con su compromiso con causas nobles, se sabe.

María Soledad Vucas canta “Muero por besarte” y sus condiciones vocales son inversamente proporcionales a su físico exuberante. Van sonando las chicharras y queda cantando a capella, ya que nadie acciona la cuarta y última palanca. El jurado demora el acto de rematarla para prolongar la agonía: el truco ya era conocido en el circo romano. “Creí que era una pesadilla”, comentará Polino.

Cuando lloran son consoladas y se acurrucan en el pecho del presentador, ocultando su rostro bañado en lágrimas, y él las abraza. “Tenés toda una vida por delante, cielo”, anima Reina Reech a una participante, mientras el animador grita “tenemos una noche, guauuu”. Se sabe, Iúdica es un barato capaz de afirmar que “Sólo le pido a Dios” pertenece a Mercedes Sosa. Cuando se presenta una estudiante de Letras, ladra: “Tenemos una literata, guau”.

Lourdes Miranda se atreve con una canción de Patricia Sosa. La versión es penosa, y la jurado la consuela (“por ahí nos encontramos en una fiesta y cantamos juntas, pero esto es un concurso”). Como las lágrimas continúan, se para y canta junto con la participante. Hasta Iúdica y Reina Reech lloran o parece.

De Trulalá a una voz notable

Un tipo llamado José Araniz aparece con un acordeón para acompañarse en un tema de Trulalá. Es un hombre de 43 años, no manifiesta vergüenza y resulta lo más patético del show. A esa altura, son freaks cuyo lugar natural sería el establo de Anabela Ascar en Crónica TV.

En el escenario se presenta Isabel Alizegui. Tiene 57 años, una actitud humilde, y produce la impresión de que viene de lavar la ropa de los chicos y no tuvo tiempo de cambiarse. Hace una versión maravillosa de “Alfonsina y el mar”, con una voz grande y una interpretación extraordinaria: felizmente, resulta elegida entre los tres finalistas de esta preselección puntana. Luego le tocará a los salteños y a los mendocinos. Hay más provincias.