Lenguaje y visibilidad

Un interesante debate quedó planteado por estos días en España, cuando un informe de la Real Academia cuestionó el contenido de guías sobre lenguaje no sexista elaboradas por instituciones de aquel país (universidades, sindicatos y otros organismos públicos) que proponen, entre otros puntos, evitar el uso genérico del masculino para designar a los dos sexos. De esta manera, la palabra ciudadanos, que en el uso corriente involucra a hombres y mujeres en esa condición, debería ser reemplazada por ciudadanía; clientes por clientela; consumidores por consumo; profesores por profesorado, y, en el caso específico del país ibérico, “parados” por personas sin empleo.

Bajo el título “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, y sin desmerecer la razón y el objetivo de las mencionadas guías, el informe de la RAE cuestiona, por un lado, que la mayoría haya sido elaborada sin consulta previa con lingüistas, y advierte que tales recomendaciones serían factibles en el lenguaje oficial con lo que se provocaría una separación del uso real del idioma.

El debate no es menor. No es necesario subrayar que resulta imprescindible defender el idioma como sistema de comunicación, reservorio cultural y herramienta expresiva, vivo y dinámico pero sujeto a reglas, en medio de la vertiginosa evolución de las sociedades. En tanto, sería inexacto considerar que se trata sólo de cuestiones formales o veleidades intelectuales, sin efecto sobre la realidad, ya que está sobradamente demostrado que las palabras no son neutras: otorgan existencia a aquello que nombran.

Su actualidad también está fuera de discusión: el recurso de sumar el sustantivo femenino al masculino aparece en el discurso oficial, y fue expresamente incorporado por la presidenta de la Nación. Además, existen trabajos publicados y recomendaciones para el ejercicio de un periodismo más inclusivo en nuestro país.

A los fines de la percepción, el efecto suele sonar recargado y volver farragosa la lectura. Pero no pueden negarse razones para contemplar la cuestión. Culturalmente, el plural masculino se impuso como genérico -incluso en grupos en que la presencia de varones sea numéricamente ínfima-, en consonancia con una realidad social que en forma tardía y lenta comenzó a modificarse.

Hoy por hoy, el debate sobre la visibilidad de la mujer se disputa en temas como la igualdad de oportunidades, la equiparación salarial y una distribución más pareja de las tareas domésticas, entre otras realidades. Por otra parte, la lengua se modifica conforme a los cambios que la propia sociedad genera. Y hasta hace poco, la corrección o conveniencia de expresiones como “presidenta” o “jefa de Estado” no parecía un tema apremiante de la agenda.

En resumidas cuentas, ningún extremo es positivo: ni el que impulsa un purismo que paraliza la evolución de lengua, ni el que termina forzando y desvirtuando el idioma, aún por razones atendibles. Una vez más, se impone trabajar para hallar la síntesis adecuada, por encima del calor de los fundamentalismos o la miopía de la desvalorización.