SOBRE LA INESPERADA RESUCITACIÓN DEL CONCEPTO DE “RELATO”

Los relatos y las cosas

Los relatos y las cosas

Estanislao Giménez Corte

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“Le pregunto si cree que uno debe escribir un artículo como un cuento. BORGES: ‘Yo creo que todo debe ser narrativo. Todo debe tener forma de relato‘. SILVINA (OCAMPO): ‘¿Cómo? ¿los poemas también?. BORGES: ‘Los poemas también. Todo debe ser una situación o un desenlace (...) hay que hacer los artículos como pequeños cuentos”.

Adolfo Bioy Casares, “Borges” (2006)

I

¿Todo conduce a un relato? ¿todo es un relato? ¿todo es relato?. Si pudiésemos sintetizar aproximadamente las consecuencias de cierto clima imperante en la cruzada medios-gobierno, tal vez llegaríamos a una conclusión cercana a la última posibilidad aquí anunciada. Pero ¿y entonces? ¿se trata sólo de eso, de quién es el más hábil en la elaboración de una construcción, narrativa digamos, sobre los sucedidos y protagonistas?; ¿es eso nomás, todo esto, la difusión de una historia motorizada por cadencias, rítmicas, personajes que van tras la empatía del otro, que van tras la imposición sobre las otras historias, que van tras la seducción del que ve?

II

La disputa -verbal, ideológica, existencial, pero sobre todo verbal- acaecida desde 2008-09, entre lo K y lo no-K, casi como la de dos universos en combustión permanente, ha producido un sinfín de interesantes planteos al interior (tomo la expresión de la antropología cultural, creo) del periodismo. Pero también, y por extensión, ha generado una nunca reconocida reflexión a viva voz sobre el uso del lenguaje para refrendar unas y otras posturas. Hoy se cuestiona como nunca quién dice qué. Es un ejercicio que no deja de ser saludable, a no ser por la lapidación pública que suele gestarse a consecuencia de ello. Quiero decir: el auspicioso análisis suele decaer en la condena sumaria. Una de las derivas (tomo la expresión de la crítica cultural, creo) de esta situación es, casi insólitamente, el rescate de viejos términos un poco oxidados; de términos, conceptos, palabras de peso arraigado en la memoria que, al calor de aquella combustión permanente, han encontrado nuevos aires, o más bien, nuevas formas de seguir ardiendo, si se me permite la figura, un poco obvia y torpe, por cierto. Una de esas palabras, casi rescatadas de la más hermética discusión académica, es la palabra relato.

III

Periodistas, militantes, políticos, politólogos, funcionarios, empresarios y, en fin, todo hombre de buena voluntad que quiera habitar este suelo, parece en los últimos meses habilitado para observar sus pareceres respecto del relato, o más bien, del Relato, así, con mayúsculas. Ahora ¿qué relato? ¿relato sobre qué? y, un poco más allá, ¿qué lectura se desprende del uso redivivo de este pesado término?. La primera aproximación puede escribirse así: como se sabe, muchos oficialistas critican el ‘relato‘ de los medios (de los opositores lógicamente), como una construcción falaz de lo que sucede, como una suerte de invención crepuscular y antojadiza, con el único objeto de demoler las bases del gobierno en funciones. Y por ello el gobierno, y sólo por ello, a su vez, se ve obligado a la construcción de su propio ‘relato‘ respecto de lo que sucede, que no es, lógicamente, lo que narran los medios. De modo que, si se nos permite visualizar gráficamente lo que decimos, en un lugar (en un no-lugar) hallaríamos a la ‘realidad‘ a secas y, a los lados, sobre ella, debajo, esforzadamente, un sinnúmero de relatos, sobrevolándola, pugnando por imponérsele, pegársele como una peste, abrazarla para someterla, limitarla, circunscribir su enorme e inabarcable meridiano de realidad a una línea precisa que toma y desecha lo que de ésta eventualmente nos sirve.

El problema es que no se trata sólo de una cuestión de pareceres políticos o ideológicos, sino también de un problema de procedimiento: el sólo hecho de pretender contar amerita una primera fase de construcción. Para contar lo que sucede, necesariamente cualquier sujeto debe apelar a ciertos mecanismos y recursos (palabra, imagen, etc). De modo que, per se, lo que estoy contando es una construcción (de lo real, digamos) y nunca deja de serlo.

Así las cosas, el sujeto de a pie se hallaría como ante el péndulo: entre dos relatos, o entre cien relatos: uno oficial, otro opositor; uno radicalizado; otro componedor; uno paranoide; otro conspirativo, etc., en pugna por lo que algunos definen como “colonización de la subjetividad”.

Pero aquí casi no hay novedad: la complejidad de lo real y la necesidad de pensarlo a partir de determinadas perspectivas o categorías aborta lógicamente la posibilidad de ver o asir el todo. Pero ello siempre ha sido así; la única diferencia posible de advertir es que cada uno de los relatos, merced a la defensa de los intereses que dice representar, se aleja cada vez más de lo real y se acerca cada vez más a lo ficcional. De modo que, casi, estaríamos ingresando en una suerte de era o etapa de puro relato o de relato a la segunda o tercera potencia. Relato contra relato, como en una maravillosa puesta teatral, o en una espiral ascendente sin fin, sólo que ésta ve cómo se le escapa lo real. Los dos relatos tendrían en su fuero íntimo partes de verdad manipuladas con un objeto preclaro. En ambos casos, la noción de relato a la que nos aproximamos es aquella que, palabras más, palabras menos, sugiere que se trata de una construcción discursiva más o menos alejada de la realidad. El relato como construcción se usa, en algunos casos, como un símil del relato literario: una fantasía, una ilusión, una ficción. Lo real, la realidad, entonces, pareciera el botín a conseguir entre dos relatos contrapuestos, ambos urdidos bajo intereses particulares (o inconfesables) a menudo reñidos justamente con el concepto de verdad.

IV

La noción de relato ha sido largamente estudiada por diversas disciplinas, de la filosofía a la lingüística y la semiología. Vamos a evitarnos la trabajosa tarea de adentrarnos en esa espesa selva conceptual y terminológica, pero sí querríamos rescatar la mención que hace un autor como Barthes, en un famoso libro de los 70. Barthes atribuye la existencia de “innumerables” relatos y géneros del cine a la poesía, de la prensa a la novela- a la bien humana “pulsión de contar”. Y se propone de alguna forma desmontar la arquitectura íntima de estos relatos que circulan por doquier. De alguna forma, esta insistencia en hacer una suerte de hermenéutica del periodismo parece un poco la continuación de aquellos estudios. Pero el problema de los últimos tiempos no es sólo el alejamiento de lo real merced a la pátina de relatos que la tapan, sino que los relatos de uno y otro “bando” se hacen, no ya sobre lo real, sino sobre el relato del otro: una capa inabordable de relatos va acreciendo de tal forma sobre lo real a secas, que en su espesor obtura la comprensión sobre lo que sucede a nuestro lado. Tal grado de toxicidad nos ha llevado, quizás, a este momento: un relato responde a otro relato que responde a otro relato y así.

En un conocido libro de Elisabeth Noelle-Neumann, “La espiral del silencio”, se dice que “la tendencia a expresarse en un caso (en el que la opinión del sujeto se encuentra en sintonía con la de la mayoría), y a guardar silencio en el otro (en el caso contrario), engendra un proceso en espiral que en forma gradual va instalando una opinión dominante”. Durante los noventa, era poco menos que un bochorno que alguien se declarase oficialista. Los gobiernos kirchneristas han doblegado esa tendencia: su tan anunciada “vuelta de la política” es, en alguna medida, el hecho de que mucha gente se reconozca como simpatizante del gobierno. Pero el riesgo ostensible, entre otros, sería pasar de una espiral del silencio a una espiral del relato. ¿O será que ya estamos aquí, en esta instancia que haría empalidecer al realismo mágico, un país atosigado de relatos circulantes, contrapuestos, que no puede o no quiere ver la dura piedra de la realidad sobre la que éstos rebotan?