Entre la verborragia y la oratoria

Zizí Bonazzola

Un buen silencio vale más que parrafadas inconsistentes. Así lo decía Disraeli. Esta frase de oro en la mayoría de las ocasiones, no significa una valoración despectiva de la belleza de la lengua, oral o escrita, sino que procura alcanzar sus expresiones óptimas.

Uno de los items a considerar es la correlación entre fondo y forma, ya analizada, hace bastantes años, con profundidad y maestría, por José Luis Víttori. Un escrito o una disertación con exquisito lenguaje se desmerece si tiene poca pulpa, si no transmite riqueza intelectual. Es la distancia que media entre la verborragia y la oratoria, pasando por términos, acaso sinónimos, como locuacidad, facundia, verbosidad, vocinglería, que implican distintas gradaciones. Es bien conocida la opinión de destacados filólogos de la talla de Manuel Seco, María Moliner, Dámaso Alonso, que sostienen que no existen sinónimos perfectos, que todos ellos contienen, en significantes distintos, significados sólo aproximados, porque cada uno refleja un matiz diferente, una aunque leve variación expresiva o un otro nivel de lengua.

Así, la verborragia es, simplemente, verbosidad excesiva o abundancia de palabras en el hablar, mera facundia que denota facilidad en la expresión, afluencia de vocablos. En tanto, la oratoria implica el arte de hablar con elocuencia. Conforma un género literario con el discurso,la disertación, el sermón, la arenga. La característica predominante es la persuación. No alcanza tal denominación el hablar sólo con fines informativos o la simple relación de una historia, un suceso.

Desde los antiguos logógrafos como Demostenes o Cicerón, hasta Ghandi, Churchil, Martin Luther King y nuestros más cercanos Joaquín V. González, Alfredo Palacios, Raúl Alfonsín, la fuerza de su decir se une a la maestría en el uso del idioma y la capacidad carismática, para lograr una suerte de magia en la transmición de las ideas.

La Señora Presidente se ha convencido de que goza de dotes oratorias excepcionales e inagotables. Se embarca casi a diario en exposiciones, cualesquiera sea el tema o la materia, sin ver que su poder de convicción apenas alcanza a los aplaudidores profesionales que, obligadamente, sienta para integrar su auditorio.

Desdeña hasta las normas protocolares, como abrir las Sesiones Parlamentarias no con un discurso escrito, sino con supuestas improvisaciones. Desprecia a los destinatarios de su alocución no dedicándoles la misma y, en su lugar, invoca a los sindicalistas, las Madres de Plaza de Mayo, un juez extranjero, que no es más juez, ni tiene ninguna representación oficial. Llama la atención que ningún representante o bloque haya reaccionado ante tamaña desconsideración.

Su decir suele poblarse de frases comunes, clisés reiterativos de palabras grandilocuentes que integran el vocabulario demagógico del populismo, algunas carentes del tono que su investidura requiere y, las más de las veces, usando diatribas e injurias. Cuando nó, recurriendo a ficciones narrativas que reciben el apodo de “relato”. Combina su exposición con mohines adolescentes y expresiones de irónica sorna, inadecuadas a su alta posición.

El luto, como manifestación externa de su viudez, destinado a inspirar conmiseración, desvirtúa su índole y deja de ser signo exterior de duelo si el negro muestra profusión de brillos, lentejuelas y rasos. El vestuario debe ir de consuno con la circunstancia. Y quien tanto exteriorizó su tragedia personal, demoró cinco largos días en condolerse con compatriotas que padecían similar trance por un luctuoso accidente, en gran medida, atribuíble a su “modelo” de descontrol e irresponsabilidad.

Pero lo más grave es la discursiva unidireccional, que no admite preguntas ni repreguntas, y mucho menos refutaciones. Las conferencias de prensa están abolidas. El diálogo, característica esencial del espíritu democrático, es inexistente. La lengua es afilada, pero los oídos tienen manifiesta obturación. Esto es cruel indicio de propención al despotismo.

La primer mandataria posee, por cierto, profusa verborragia, capaz de perorar durante tres horas y media, pero dista mucho de ser una oradora.