A PROPÓSITO DE LA MODA DE LAS “SIT-COMS” EN LA TV

El elogio del efecto

Estanislao Giménez Corte

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I

Alguna vez, en alguna entrevista, Roberto Fontanarrosa me confió que publicaba muy irregularmente su “Inodoro Pereyra” por la complejidad natural que él mismo le había dado a personaje e historia. Cada una de las viñetas, me dijo, debía ser un chiste en sí mismo, tener autonomía, ser autosuficiente; pero a la vez, subrayó, estos cuadros estaban inmersos lógicamente- en una continuidad narrativa que se remataba al final. Como en tantas otras cosas, y como en las buenas novelas, no lo dijo pero creí entender que quiso decir, el zumo de la cosa no estaba en el final ni en el remate, sino en el trayecto. Cada viñeta, entonces, tenía una pequeña magia para ofrecer, un pequeño pero sutil hallazgo. Así, el gran gaucho delirante deleitó a cientos de miles, pero ese delirio telúrico supuso una suerte de inmolación: un ejercicio agotador para su autor, una suerte de conspiración del personaje contra la mano que lo hizo. Algo similar podría arriesgarse sobre Quino y su Mafalda: el piso de calidad urdido por el propio autor estaba tan alto -un latigazo a la sensibilidad y a la inteligencia en cuatro cuadros-, que llegar a ello, a diario, acabó convenciendo al creador de abandonarla.

II

Que se denomine sit-com -“comedia de situaciones” en traducción literal- a unos envíos televisivos de ciertas características, implica, para cualquier sujeto más o menos sensible al uso de la lengua, la nada misma. Algo así como llamar sucesión de fotogramas a una película o continuidad de actos a una puesta teatral. Pero esa redundante o tautológica nominación explica en parte la actualidad del rumbo televisivo que, quizás, domine en parte lo que viene. Las sit coms se imponen, arriesgamos, porque en ellas todo es efecto y síntesis, casi la quintaesencia de la TV. Y, en especial, de una TV en crisis, atosigada por el crecimiento de otros dispositivos y formatos, diluida en cientos de ofertas, y con internet “comiéndole” el tiempo y la organización de la diversión de los individuos. Disputándole ya, o ganándosela, la primacía ostentada durante 50 o 60 años.

Las sit coms dominan el panorama de los canales de cable (Warner, Fox) o de grandes compañías y “miden” en general más que las películas. Uno de sus grandes secretos, creemos, es la brevedad -un capítulo standar oscila entre los 21 y 24 minutos-, una media hora contabilizando las tandas publicitarias y la difusión institucional y artística del canal.

Otro es, por así decirlo, la concisión y la densidad de efectos (humorísticos) constreñidos en unas pocas escenas. Léase: presentados los personajes y los ámbitos, en general interiores urbanos, todo gira en torno a una suerte de comedia de enredos autorreferente: unos pocos conflictos menores, entre los mismos personajes, en los mismos ambientes, pero en escenas trabajadas hasta la extenuación.

Hay en las sit coms una suerte de eliminación de cualquier elemento accesorio. Se busca una concatenación de efectos, lo que imprime a la tira un ritmo demoledor, la eliminación de vacíos o “baches” que podrían generar la huida hacia otros canales y casi la imposibilidad de distracciones, al menos en esos pocos minutos. Todo ello sustentado en un fuertísimo trabajo de guión.

Si se permite la comparación, lo mismo que las viñetas de Fontanarrosa, en cada escena los guionistas deben trabajar con un remate (un chiste, un gag, un sketch gestual, verbal, una referencia, un silencio, etc). Cada cierta cantidad de segundos, calculadas como en un mecanismo de relojería, vienen las risas grabadas como una sugestión ineludible.

III

Vamos a evitarnos la farragosa enumeración de los casos más relevantes que hacen a las sit coms de la TV norteamericana, sobre todo. Pero cabría mencionar aquí al menos a tres emblemas de los últimos años: ‘Seinfeld‘, ‘Friends‘ y ‘The Office‘ (ésta última, originariamente es una serie inglesa que fue adaptada para la TV norteamericana). “Friends”, algo inocente, “blanca”, light, descollaba por algunos personajes y se instaló durante una década como una de las grandes preferidas. “Seinfeld”, más oscura, irónica y brutal, tenía una dosis de humor negro latente o permanente y personajes en los bordes de la cordura. De hecho, hay un famoso capítulo que se toma como una broma autorreferencial, en el que dos de los personajes (Jerry y George) presentan un proyecto de serie a una cadena de TV: querían hacer una serie “sobre nada”. En “The Office” casi todas las conversaciones están atravesadas por una suerte de hálito trunco, por malentendidos, ironías, silencios y/o cosas no dichas pero expresadas gestualmente.

El crescendo que parecería advertirse puede decirse así: cada vez más, en las cientos de sit coms que pululan por doquier, va tomando más tiempo y espacio un humor corrosivo, políticamente incorrecto, a menudo en los límites de lo tolerable (sobre todo en las series inglesas). Pero muchas de ellas, creemos, vienen a decir o mostrar más o menos lo mismo: giran en torno de contar el absurdo de la vida contemporánea y moderna. El absurdo del mundo del trabajo por horas; el absurdo de las relaciones sociales; la desesperación frente a una suerte de vida que transcurre cómodamente, pero vacía. Hay una cierta descripción o radiografía sobre el sujeto urbano de clase media, que trata de asumir y continuar con su vida en la gran ciudad, sin saber bien qué hacer, hacia dónde ir, porqué tolerar las cosas.

Por alguna razón, las adaptaciones argentinas de sit coms no han sido exitosas: ni “La niñera”, ni “¿Quién es el jefe?”, ni “Hechizada” rindieron lo que se esperaba. Sorprendentemente, la versión de “Casados con hijos”, que en su primera temporada no funcionó de la forma esperada, despegó en las diferentes repeticiones que se hicieron y se siguen haciendo al día de hoy.

¿Habrá una explicación para ello? ¿el humor desencantado, la ironía dolorosa, la demolición de la idea y la importancia de las instituciones sociales que se muestra en ellas no es tolerable para nosotros? ¿o las adaptaciones han sido, sencillamente, malas? ¿o es acaso ese rictus cínico desde donde se miran las cosas?

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