EDITORIAL

La visita del Papa a Cuba

La visita del Papa Benedicto XVI a Cuba tuvo objetivos estrictamente religiosos, pero sería necio desconocer las expectativas políticas que despierta entre todos los cubanos, es decir, entre los que viven en la isla y los dos millones de exiliados. No podría ser de otra manera, en un país gobernado por un régimen comunista desde hace más de cincuenta años. Conviene recordar que el Estado ha proclamado su condición de ateo y que las persecuciones religiosas hasta hace un tiempo eran frecuentes y el propio Fidel Castro ha sido ex comulgado en 1962 por el Papa Juan XXIII.

 

Es verdad que la Iglesia Católica dispone en la actualidad de algunos espacios de libertad y que probablemente la visita del Papa contribuya a ampliarlos, pero Cuba está muy lejos de ser un país que garantice plenamente la libertad religiosa, entre otras cosas porque se hace muy difícil asegurar la libertad religiosa en un país donde las libertades civiles y políticas están conculcadas.

Como era de prever, la visita del Papa estuvo precedida de detenciones contra opositores y disidentes. Las denuncias acerca de estos atropellos han estado a la orden del día en las últimas semanas. Los Castro estaban interesados en presentar la imagen de una Cuba ordenada, limpia y obediente, donde ni siquiera los flamantes mendigos dieran una nota discordante.

Las Damas de Blanco, las valerosas mujeres que resisten a la dictadura, han reclamado del Papa una audiencia, “aunque sea de un minuto” para darle a conocer sus puntos de vista acerca de las arbitrariedades de la dictadura. Públicamente no hay noticias de que la audiencia haya sido otorgada. Daría la impresión de que una de las condiciones exigidas por los Castro para admitir la visita de Ratzinger es no conversar con la oposición. Las únicas señales del Papa en ese sentido han sido sus declaraciones en México planteando que el comunismo es un régimen que no funciona y, luego, sus proclamas en Cuba a favor de la paz y la libertad.

Dirigentes opositores han manifestado su malestar por esta actitud del Papa. Las críticas se han extendido al obispo Jaime Ortega quien autorizó que la policía castrista ingresara a una iglesia para desalojar a un grupo de opositores. También han habido críticas por parte de los líderes de los cultos afrocubanos a un Sumo Pontífice que no dijo una palabra acerca de la gravitación histórica de estos cultos en la constitución de la identidad nacional cubana.

Lo que corresponde preguntarse en todos estos casos es si una visita de carácter diplomática puede proponerse objetivos al margen de las exigencias de las autoridades políticas locales. Benedicto XVI no se ha propuesto -ni debe hacerlo- poner en discusión la legitimidad del orden político, porque esa tarea en todo caso corresponde a los propios cubanos. En ese sentido el Papa ha privilegiado la estrategia de ampliar los espacios de la Iglesia Católica en Cuba, tal vez con la esperanza de que este sea el mejor aporte que puede realizar para promover los cambios que Cuba reclama.