EDITORIAL

Alfonsín, a tres años de su muerte

“Tenemos que querernos más entre nosotros los argentinos. Tenemos que comprender que es a través del esfuerzo común como lograremos encontrar la manera de resolver esos problemas, a través de un esfuerzo esperanzado”, dijo el 30 de octubre de 2008 Raúl Alfonsín a quienes se habían reunido en el Luna Park para homenajearlo.

 

El mensaje había sido grabado previamente, porque el ex presidente no había podido asistir al acto. Su salud resquebrajada se lo impedía. Pero sus palabras trascendieron los muros que contenían a sus seguidores y resonaron con fuerza en un país que vivía momentos de enfrentamientos de los cuales, en muchos casos, aún no ha podido librarse.

Alfonsín no fue un ser inmaculado. Como cualquier ser humano, cometió errores. Sin embargo, sus palabras resultan hoy trascendentes y vigentes por distintos motivos.

En primer lugar, porque este 31 de marzo se cumplen tres años de su muerte; un fallecimiento que conmovió y movilizó a centenares de miles de personas, cuando todos creían que las grandes manifestaciones espontáneas eran una postal de un pasado que ya no se repetiría.

Pero no es éste el único motivo para recordar sus dichos. Nadie puede dudar que, como primer presidente del período más largo de democracia que ha conocido la Argentina, Raúl Alfonsín se ganó un lugar preponderante en la historia del país. Con sus errores y vacilaciones, su gestión logró uno de sus objetivos fundamentales en el momento en que logró traspasar la banda presidencial a otro mandatario elegido por el voto popular.

Existe otra razón fundamental para recordar este discurso. Aquel Alfonsín que transitaba los últimos eslabones de su vida, remarcó la necesidad del diálogo y advirtió que el gobierno, cualquiera fuese su signo político, “no puede de ninguna manera sentirse el realizador definitivo de la Argentina del futuro, porque haya ganado una elección”.

En definitiva, a tres años de la muerte del ex presidente, sus planteos mantienen una absoluta vigencia: el gobierno está convencido de que el 54% de los votos obtenidos el año pasado le otorgan un poder absoluto y la falta de diálogo sigue socavando toda posibilidad de convivencia racional, tanto entre oficialismo y oposición, como dentro de la oposición misma.

El día de su muerte, Raúl Alfonsín pareció ponerse de moda. Hasta sus enemigos más acérrimos se encargaron de resaltar sus virtudes. Y fue en ese momento cuando términos como “diálogo” y “consenso” comenzaron a ser repetidos por dirigentes de todos los signos políticos.

Los años que siguieron demostraron que sólo se trató de palabras. El oficialismo impone su verdad y la oposición se resquebrajó hasta pulverizarse.

Es verdad que el conflicto y el debate subyacen en toda discusión política. Sin embargo, el objetivo trascendente de la política radica en superarlos sobre la base del reconocimiento del otro, de la conciliación de intereses, del diálogo superador y el logro de acuerdos, aunque sean volátiles y temporarios. Hoy, la Argentina, está lejos de ese escenario.