Preludio de tango

Las calles del tango

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Manuel Adet

La calle es un lugar emblemático en la poesía tanguera. No me refiero a la calle en general, sino a la calle con nombre y apellido, como se dice en estos casos. La calle es un dato urbano, un dato de identificación geográfica en la gran ciudad, pero en el tango está cargado de otra emotividad. Cuando poetas como Manzi, Flores, Cadícamo, Contursi o el que sea, mencionan una calle, lo que están haciendo es darle identidad y consistencia poética a un recuerdo, a una experiencia, una experiencia amorosa, amistosa o melancólica.

Algunos de los grandes poemas de la historia del tango están titulados con el nombre de una calle o una esquina. Pensemos por ejemplo en Celedonio Flores que escribió dos tangos magistrales con títulos “callejeros”: “El bulín de la calle Ayacucho”, con música de José Servidio, y “Corrientes y Esmeralda”, con música de Francisco Pracánico. “El bulín de la calle Ayacucho, que en mis tiempos de rana alquilaba, el bulín que la barra buscaba pa caer por las noches a timbear...”, es todo un homenaje a la nostalgia y con ese tono lo canta Goyeneche.

Capítulo aparte merece “Corrientes y Esmeralda”, a mi criterio uno de los grandes poemas de la historia del tango, con un inicio brillante y un final a toda orquesta. “Amainaron guapos junto a tus ochavas, cuando un cajetilla los calzó de cross y te dieron lustre las patotas bravas, allá por el año 902”, son versos excelentes que, como al pasar, tienen la particularidad de rendirle un silencioso homenaje a Jorge Newbery, con ese final que todo tanguero de ley alguna vez tarareó a solas o para burlarse de alguien: “Te glosó en poemas Carlos de la Púa y Pascual Contursi fue tu amigo fiel, en tu esquina rea cualquier cacatúa, sueña con la pinta de Carlos Gardel”.

Dos detalles sobre “Corrientes y Esmeralda”: los historiadores aseguran que la esquina pensada por Flores fue Corrientes y Maipú y que usó Esmeralda por exigencias poéticas. El segundo dato, es que Gardel alguna vez lo cantó, pero no llegó a grabarlo. De todos modos, si el tango quedó en deuda con la calle Maipú, Roberto Medina la pagó generosamente escribiendo “Pucherito de gallina”, ese poema que Rivero interpreta como sólo él sabe hacerlo. “Con veinte abriles me vine para el centro, mi debut fue en Corrientes y en Maipú....”. Y como para completar el homenaje a las calles, dice casi al final del poema: “Canté en el viejo varieté del Parque Goal y en los dancing del bajo Leandro Alem...”, con un memorable aforismo poético: “...donde llegaban chicas mal de casas bien, con esas otras chicas bien de casas mal...”

Y a propósito de Gardel, hay un tango que tiene mucho que ver con él, o por lo menos con la historia que los uruguayos imaginaron alrededor de su biografía. Su título refiere a una calle, a una calle particular de Montevideo que se llama Isla de Flores. El poema fue escrito en 1927 por el uruguayo Román Machado. Gardel lo grabó poco tiempo después, y se dice que lo hizo con particular emoción porque, insisto, si le vamos a creer a los uruguayos, el Morocho alguna vez vivió en calle Isla de Flores: “Isla de Flores, tan angostita, mi callecita corta del mar, en tus casuchas nacieron todos los más coperos del arrabal”.

La calle está presente en los títulos y los textos del tango. Sin esas calles el tango perdería algo importante y tal vez decisivo. “Corrientes 348, segundo piso ascensor...”, por ejemplo o “Belgrano 6011, quisiera hablar con René...”. En “A media luz” y “Charlemos”, el nombre de la calle es insustituible. Lo mismo puede decirse del tango de Cadícamo y Cobián: “Susheta”. “Toda la calle Florida lo vio, con sus polainas, galera y bastón”. En este caso no hay tango posible sin nombrar la calle Florida. Algo parecido ocurre con “Mano cruel”, escrito por Tagini en 1928. “Ya no sos más la linda piba que mimó la muchachada de la calle Pepirí...”. Máximo Orsi escribe “Carro viejo”, que alguna vez lo cantó Julio Martel, tango que al poeta Aldo Oliva le gustaba tararear cuando estaba entre amigos: “Paseaba por Florida de tarde bien trajeado, tenía apartamento parado a todo tren...”; dice en uno de sus primeros versos, para después sentenciar; “Andá por Campichuelo, cortá por Triunvirato que puede que el camino no se haga tan pesao...”.

“Sur” se inicia nombrando dos calles decisivas en la mitología: “San Juan y Boedo antiguo”, para después construir uno de los versos más bellos del género: “Ya nunca me verás como me vieras, recostado en la vidriera y esperándote”. ¡Hermosa imagen! ¿Qué muchacho soñador alguna vez no esperó a la mujer que amaba recostado en la vidriera, fumando un cigarrillo, silbando o con las manos en el bolsillo?

Como buen poeta, Homero Manzi sabe que nombrar una calle es darle consistencia a una imagen. Así ocurre por ejemplo en “Mano blanca”, porque si no estuviera la avenida Centenera y Tabaré todo lo que le ocurre al carrerito no tendría importancia. Y algo parecido sucede con “El pescante”, que transita como entre sueños por las calles de Constitución esperando el llamado de René.

La poética del café estaría incompleta sin la mención a una calle o una esquina. Es lo que sucede con el poema de Cátulo Castillo “Café de los Angelitos”, cuando dice “Yo te alegré con mis gritos en los tiempos de Carlitos por Rivadavia y Rincón”. O el “Café la Humedad” con su barra amiga de Gaona y Boyacá. Para no mencionar ese poema de Carlos de la Púa en homenaje a la célebre Cortada de Carabelas: “Barajada en el naipe de las calles centrales, Carabelas es la carta más brava del asfalto...”.

La calle muchas veces está sugerida, apenas insinuada. “Una calle en Barracas al sur, una noche de verano” escribe González Castillo. Horacio Ferrer recurre a este procedimiento para elaborar su poética. En “Balada para un loco” esta referencia es explícita: “Las callecita de Buenos Aires tienen ese qué se yo, ¿viste?, salgo de casa, por Arenales, lo de siempre en la calle y en mi...”. El diminutivo “callecita” y el “viste” son importantes, porque le otorgan al poema un perfil de clase media culta y urbana insoslayable que se perfecciona con la mención a Arenales, una de las calles bacanas de Buenos Aires. Después está “la luna rodando por Callao”. En “Balada para mi muerte”, la referencia de Ferrer a la calle adquiere un tono intimista y melancólico: “Hoy que Dios me deja de soñar, a mi olvido iré por Santa Fe, sé que nuestra esquina vos estás, toda de tristeza hasta los pies”.

La calle también está sugerida en “Rondando tu esquina”, “Cuartito azul”, “En la madrugada”, “Esquinas porteñas”, “Tres esquinas”. En “Garúa” hay una discreta referencia a la calle, discreta pero decisiva, al punto que no nos podemos imaginar ese tango sin una calle donde el hombre dice “Qué noche llena de hastío y de frío, no se ve a nadie cruzando la esquina, sobre la calle la hilera de focos, lustró el asfalto con luz mortecina”.

Por último, habría que referirse a ese gran tango creado por Chico Novarro que se llama “Cordón”. Aquí la calle se condensa en su imagen mínima. “Viejo cordón de la vereda, la luna y el hollín te hicieron gris”. Por supuesto que podemos seguir mencionado poemas, pero lo que importa destacar en todos los casos es el “detalle” que la calle le otorga a un tango. No hay poeta sin esa capacidad para captar un “detalle” y cargarlo de intensidad. Cualquier nombre de calle, cualquier alusión a una calle es eficaz poéticamente si es capaz de resumir una pasión profunda, una visión reveladora, un instante del pasado que se ilumina con la palabra justa.