Un poco soberanos

Las palabras del secretario de Cultura sobre la polémica en torno a la importación de libros, desató un debate sobre el uso y abuso de las palabras, en un país solemne que se toma todo demasiado en serio.

Federico Aguer

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Según la Real Academia Española, la palabra soberanía tiene varias acepciones. A saber: 1 Cualidad de soberano. 2 Autoridad suprema del poder público. 3 Alteza o excelencia no superada en cualquier orden inmaterial. 4 Orgullo, soberbia o altivez. La soberanía nacional, por su parte, es aquella que reside en el pueblo y se ejerce por medio de sus órganos constitucionales representativos.

Para quienes nos gobiernan, la palabra forma parte ahora del discurso que, a favor de inclinar la balanza comercial, pretende demostrar que la importación de libros extranjeros es un problema grave para nuestra cultura.

A nivel general, si bien se avanzó en la instalación del debate sobre la extranjerización de las tierras y en la sanción de una ley al respecto, el tema sigue teniendo aristas que merecen mencionarse.

A saber: la soberanía mineral; que es violada sistemáticamente a favor de las grandes empresas (extranjeras ellas) que tributan regalías irrisorias, no pagan retenciones y, de yapa, nos dejan una contaminación irreversible.

La soberanía ictícola, mancillada por buques pesqueros de bandera internacional que surcan las aguas continentales del mar argentino, a sabiendas de la obsolescencia de una flota de mar que se los impida.

La soberanía aérea, burlada también por el crimen organizado, que se aprovecha de la ausencia de radares (los últimos anuncios al respecto siguen sin cristalizarse) para transportar droga y mercadería de contrabando. Nuestra provincia sufre particularmente este problema en el norte, donde grandes extensiones de campo se transforman pistas de aterrizaje improvisadas para estas redes delictivas.

Y la soberanía alimentaria, la que abarca políticas referidas no sólo a localizar el control de la producción y de los mercados, sino también a promover el derecho a la alimentación, “el acceso y el control de los pueblos a la tierra, el agua, y los recursos genéticos; y a la promoción de un uso ambientalmente sostenible de la producción”, según Wikipedia.

En este sentido, la principal deuda sigue siendo con nosotros mismos. Ningún gobierno por sí solo podrá resolver las falencias estructurales del país. Un país productor de alimentos no puede darse el lujo de despilfarrar a su juventud mendigando en los semáforos. Lo dice la Real Academia: la soberanía nacional es ejercida por todos, desde el lugar que nos toca.