Arte, magia y seducción

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A través del relato, la autora nos devela la misteriosa y embrujada Praga. Recuerdos, sensaciones y recorridos en primera persona invitan a descubrir la capital checa en un viaje inolvidable.

TEXTOS. NIDIA CATENA DE CARLI. FOTOS. EL LITORAL.

Uno de los más grandes impactos visuales que tuve en mi vida fue cuando abrí la ventana de mi cuarto en el hotel de Praga. Hacía unos instantes se habían extinguido los últimos fulgores del crepúsculo, y ya la noche misteriosa y sugerente comenzaba a enseñorearse de las calles, las plazas, el río, los palacios y las centenares de torres de la ciudad.

Toda esa atmósfera embrujada sirvió como marco a ese fabuloso descubrimiento que apareció de pronto en mi ventana, se trataba nada menos que de la mítica Plaza de la Ciudad Vieja de Praga. El espectáculo era tan inesperado y diverso que captó de inmediato todos mis sentidos. Por un lado veía una multitud de turistas que la recorrían fotografiando todo; otros estaban inmóviles y atentos delante de la Torre del Ayuntamiento, un edificio medieval con un espléndido y antiguo reloj astronómico con las figuras de los apóstoles que cobran vida y giran en las ventanitas, a cada hora en punto. El mismo se denomina “la máquina maravillosa”, fue diseñado y construido en 1410. No está integrado solamente por los apóstoles, también están las alegorías de la Avaricia, la Vanidad y la Muerte; y concentra en sus engranajes toda la ciencia astronómica ya que indica los años, meses, días y horas; la salida y puesta del sol y la luna; y además, los signos del zodíaco.

Observé con asombro que en medio de las esferas se hallaba la Tierra, alrededor de la cual giraba el Sol; es decir, que en este singular reloj se refleja la concepción geocéntrica del universo que imperaba por entonces.

En el centro de la plaza se alza una figura imponente de oscuro metal. Es el monumento del Maestro Jan Hus, en medio de un grupo de combatientes husistas. Reformador del cristianismo un siglo antes que Lutero, sufrió el suplicio de morir en la hoguera en Constanza, antes de abjurar de sus convicciones.

DE HISTORIAS Y LEYENDAS

Tan sólo a unos pasos, se yergue la iglesia de Nuestra Señora de Tyn, con sus torres gemelas de ochenta metros de altura que están coronadas por cuatro torrecitas negras, de las cuales se proyectan puntiagudas agujas que se funden en el oscuro cielo de la noche praguense. ¿Cuántas historias y leyendas se encierran en esos muros? Recuerdo haber leído que alrededor del 1400 fue emblema del reformismo y que en su recinto predicaron los predecesores de Hus, como el alemán Tomás Munser.

Años más tarde, los símbolos husistas fueron destruidos y remplazados por por la figura de la Virgen de Tyn.

Aún hoy se conserva una puerta, obra maestra del taller de Parler, que está catalogado entre los mas valiosos monumentos del gótico tardío. El relieve ostenta -de eso se trata- la crucifixión de Jesucristo y la lucha de las almas por alejarse de los demonios que las acechan, mientras que los ángeles elevan a otras al cielo.

Basta una noche invernal como esta para que Praga se transforme en una ciudad inquietante, donde rondan los secretos y la magia: el escenario perfecto para la puesta en escena de la última obra que leí de Umberto Eco titulada “El cementerio de Praga”.

A este punto se me eriza la piel... siento y pienso... ¿Quién duda que en Praga salgan a danzar las hadas, brujas y duendes cuando repiquen las campanas de medianoche?

RECORRIENDO CALLES Y PUENTES

A medida que el pálido sol de invierno despuntaba en el horizonte, mis deseos se acrecentaban por tomar un contacto directo con esta ciudad en la que el oro de los mosaicos de Alphons Mucha proyecta sus brillos desde las fachadas de los elegantes palacios.

Fue así que me encaminé hacia la calle Celetná, la vía más célebre, la misma que recorrían los monarcas checos con su cortejo hacia el supremo honor de ser coronados en el mítico Castillo de Praga.

Sigo el camino reproduciendo ese itinerario que, desde Celetná, se dirigía en primer lugar a la plaza de la Ciudad Vieja para continuar hasta la Torre del Puente de la Ciudad Vieja. Es una de las más bellas de Europa, erigida en 1380. La fachada oriental es la más decorada: el arco gótico de la puerta ostenta veintiocho rosetas y en el primer piso están las esculturas de Carlos lV y Venceslao lV; entre ellos se ubica San Vito, el patrono del puente.

Una vez traspuesta la torre, comienzo a transitar el famoso Puente de Carlos que une la ciudad vieja con el barrio de Malá Strana. Es una experiencia inolvidable ver viajeros desde los más remotos lugares del planeta, pasearse y disfrutar de la multiplicidad de manifestaciones artísticas que allí se realizan.

A lo largo de quinientos veinte metros se encuentran diseminadas treinta esculturas, la mayoría de ellas tienen dos y tres siglos de antigüedad. Los gestos exaltados o expresiones de entrega humilde ante el destino, narran la vida de los santos y el calvario de Cristo. Esta última es una de las más antiguas, situada en el cuarto pilar a la derecha.

La historia nos narra que al concluir la construcción del puente, se colocó -en el sitio aludido- una cruz; quizás porque al mismo nivel pero del lado opuesto, se hallaba el lugar empleado como cadalso. El condenado solía arrodillarse frente a la cruz y rezar por última vez antes de ser decapitado.

En otro de los pilares se puede apreciar el grupo escultórico denominado “El turco de Praga”. Según la representación, un robusto turco custodia a los reos cristianos que están apiñados en una pequeña celda. Fue realizada por Brokof y está fechado en 1714.

En el séptimo pilar a mano derecha encontré, al fin, la escultura moldeada en bronce de San Nepomuceno, que murió siendo arrojado a las aguas del río Vitaba por defender sus convicciones. En la balaustrada, una plaquita de mármol en la que están engarzadas una cruz y cinco estrellas, señala el lugar desde donde fue lanzado su cuerpo.

MANUAL DE ESTILOS

Continué paseando por el puente, cuando me sorprendió escuchar una bella sinfonía del músico checo Smetana, los sones provenían de un grupo musical que todos los domingos repite el suceso con toda solemnidad.

Desde este lugar tan privilegiado, pude observar que Praga es un manual de estilos arquitectónicos: construcciones románicas, iglesias góticas, templos y palacios barrocos, palacetes renacentistas, cafeterías modernistas y encantadoras callecitas que seducen al viajero ávido de nuevas emociones.

Al final del puente me enfrenté con dos magníficas torres y la puerta gótica que dan la bienvenida al Barrio de Malá Strana. Allí se halla el monumento más grandioso de la ciudad: El Castillo de Praga. Más que un castillo, se trata de un conjunto arquitectónico conformado por edificios, iglesias, grandes jardines, monumentos y la Catedral de San Vito, alma de la espiritualidad del país. Tuve la suerte de penetrar en esta última al atardecer, cuando ya se había calmado el tráfico típico del turismo. El sol del poniente dibuja a través de los vitrales extraordinarias figuras abstractas; en otras, se ven claramente la Sagrada Familia de Nazaret y los santos.

De improviso, me hallo frente a la suntuosa tumba de plata de San Giovanni Nepomuceno, patrono de la Bohemia (el mismo al que arrojaran desde el puente de Carlos).

LAS MEMORIAS DE KAFKA

Luego de meditar sentada en un banco, el fuerte impacto que significa inmiscuirse en los arcanos de los tiempos, viene a mí el recuerdo de la lectura de Kafka en “El Castillo” o “Metamorfosis” hace ya bastante tiempo; es que no hay visitante que no desee ver los lugares por donde caminaba Josef Kafka o donde escribía sus geniales obras. Encontré ese lugar -casi secreto- luego de mucho andar y preguntar, en la casa número 22 de La Callejuela del Oro. Es una vivienda diminuta y muy pintoresca -igual que todas las de esa cuadra- adosada a la muralla de las fortificaciones. A través de sus ventanas oscuras pude ver estanterías abarrotadas de libros.

La callecita de gastados adoquines tenía tan sólo un metro de ancho, porque al principio había casas en ambos lados; incluso había una cárcel de mujeres. Con el paso del tiempo sólo ha quedado en pie la romántica senda con la emblemática casita kafkiana.

EL EMPERADOR ALQUIMISTA

Excepcional y extravagante, Rodolfo II (1576-1611) convirtió a la ciudad en un singular escenario donde se dieron cita científicos, artistas, matemáticos y astrónomos; pero también, magos, charlatanes y vividores que hicieron de Praga un lugar fascinante y misterioso.

En el castillo vivían, investigaban y tentaban al destino todos aquellos que le prometían a su Alteza Imperial la piedra filosofal, el elíxir de la juventud o el secreto de la fabricación del oro.

Aunque estos sueños tienen su parte de realidad, la magia planea sobre todo aquel tiempo y esos lugares.

Luego de un día intenso y pleno de emociones, me encontraba volviendo sobre mis pasos. Frente a mí el Puente de Carlos nuevamente, recordé entonces un relato que decía: “Por las noches las estatuas del puente cobran vida y se hacen realidad sus glorias y pesares”.

No me animé a comprobarlo y como era muy tarde, crucé el río en una nave. Allí, además de cenar, asistí a la representación de “Don Giovanni” de Mozart. Figura tutelar de la ciudad, este genio de la música lo puso en escena por primera vez en Praga. Desde entonces, esta obra es constantemente representada. Esa travesía por el río fue el corolario de una estadía inolvidable en esta ciudad que es síntesis de arte, magia y seducción.

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San Venceslao

La capilla de San Venceslao es el lugar mas visitado, porque allí se guardan los restos del santo homónimo desde 1364. El arte de la capilla ostenta testimonios de alto nivel como son, las paredes revestidas de piedras semipreciosas entre las que se colocó el Ciclo de la Pasión. El anillo de San Venceslao se conserva como una reliquia, lo llevaba cuando sus asesinos lo hicieron prisionero para matarlo.

La grandeza de la Catedral no termina en su recinto. En efecto, la arquitectura exterior se caracteriza por su sistema de arbotantes góticos y gárgolas, con impresionantes figuras quiméricas de demonios y otros seres malignos. Evidentemente, estos elementos decorativos no fueron capricho del arquitecto. Todos estos monstruos tienen su significado: debían proteger a la catedral del asalto de las fuerzas del mal, porque como dice la superstición “cuando el demonio ve en la fachada de la obra de Dios, su propia imagen, huye despavorido”.

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