EDITORIAL

Malvinas: prudencia y mesura presidencial

Las palabras de la presidenta en Tierra del Fuego, con motivos de recordarse un nuevo aniversario de la invasión a las islas Malvinas por parte de la dictadura militar, fueron prudentes y mesuradas. El dato merece destacarse porque a más de un observador le sorprendió este giro presidencial en contradicción con anteriores declaraciones rebosantes de nacionalismo. Su discurso difirió de quienes la precedieron, empezando por la gobernadora de Tierra del Fuego quien seguramente radicalizó su alocución con el afán de congraciarse con la presidenta.

Más allá de algunas concesiones demagógicas, lo cierto es que las palabras de la mandataria se diferenciaron de recientes declaraciones del canciller Timerman, quien condicionó cualquier intento de diálogo a la devolución de las islas. Y de las propias declaraciones de Débora Giorgi, quien no tuvo empacho en exigirle a las empresas argentinas que no compren insumos británicos.

Se sabe que los gobiernos conviven con tensiones internas que a veces hasta les resultan funcionales para ejercer el poder, pero de todos modos no deja de llamar la atención la flagrante contradicción entre funcionarios que sobreactúan una épica malvinera y una presidenta que propone el diálogo como único camino para arribar a una solución. Incluso no deja de ser llamativo que haya diferenciado el acto perpetrado por la dictadura militar del pueblo argentino como tal, porque de manera conciente o no, la presidenta admite que la invasión estuvo reñida con la legalidad internacional.

No obstante ello, habría que señalar que en términos históricos no es verdad que sólo los militares fueron responsables de la invasión. También lo fueron amplios sectores de la sociedad, como se puede verificar con facilidad consultando los archivos de la época. Ese clima agresivo persiste de manera larvada en la actualidad por lo que es importante que desde las máximas responsabilidades del poder se realicen esfuerzos para desactivarlo.

En ese sentido no puede menos que evaluarse como positivo que la presidenta haya reclamado por nuestros muertos y se haya condolido por los muertos ingleses en esa guerra donde, según sus propias palabras, “la única sacrificada es la verdad”. Que la primer mandataria insista en abrir el camino de la negociación es una buena noticia. Lo deseable sería que estas palabras se verifiquen en los hechos y, en consecuencia, se respeten los derechos de los isleños, más allá de cualquier especulación territorial.

Recuperar la vía diplomática exige definir de manera responsable algunas políticas de Estado que vayan más allá de los humores de la coyuntura. Al respecto, existen antecedentes diplomáticos y políticos que deberían ser recuperados porque dan cuenta de estrategias de largo alcance. De todos modos no se debe perder de vista que la tarea no es sencilla y trasciende una gestión política. Los británicos persisten en desconocer el camino de la negociación de la soberanía de las islas tal como lo ordenan las resoluciones de las Naciones Unidas. En ese sentido, la victoria militar de 1982 ha reforzado esta tendencia, por lo cual una vez más queda en evidencia que la decisión de ir a la guerra contra los ingleses fue una calamidad desde todo punto de vista.