Crónica política

Amado Boudou, el favorito de El Calafate

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Amado Boudou el jueves en el Senado ha brindado un valioso aporte teórico a la teoría de la comunicación: la conferencia de prensa sin preguntas. En ese punto, ha superado a sus maestros. Foto: Agencia DyN

Rogelio Alaniz

Los Kirchner no tienen suerte con los vicepresidentes que eligen. Todos, tarde o temprano, fueron acusados de derechistas o traidores. Fue el caso de Scioli con Él y el de Cobos con Ella. A uno le prohibieron ingresar a la Casa Rosada y al otro lo consideraron traidor a la patria. Como para impedir que esos problemas se repitieran, la señora decidió tomar el toro por las astas y elegir ella misma el próximo vicepresidente. Según sus propias palabras, Cobos fue algo así como una imposición de Néstor, pero ahora ella se encargaría de que aquel error no volviera a repetirse. Nunca más un traidor. Pensó y pensó y finalmente se decidió por Amado Boudou. Lo que se dice, una lúcida decisión, digna de un gran jefe de Estado. No eligió a un traidor, eligió un corrupto. O las dos cosas.

Nunca perdamos de vista que el actual vicepresidente no está allí por su gravitación política interna o porque ejerce un liderazgo territorial importante, sino porque a la señora se le ocurrió designarlo. Nada más y nada menos. Scioli traía votos y moderación; Cobos era la presencia de los radicales en la transversalidad. Scioli le permitió ganar a los K en el distrito más difícil; Cobos con su voto “no positivo” les dio el oxígeno necesario para zafar del dogal que el campo les había puesto en el cuello. ¿Y Boudou? Boudou nada. Ni votos, ni prestigio, ni inteligencia ¿Qué representa? Salvo el favor de la señora, nada. No tiene poder político propio, no tiene votos, no es un empresario, no es un intelectual, no es un caudillo. Digámoslo de una buena vez: desde el punto de vista de las reglas del poder, Boudou no es nada ni es nadie. Sin embargo, gracias a la varita mágica de la señora, de pronto el que era nada fue todo. El señor que hace menos de diez años estaba a punto de irse a Europa detrás de una oferta laboral, el señor que por razones laborales de otro tipo no tenía ningún futuro en Mar del Plata, el simpatizante de Alsogaray y el sumiso alumno del CEMA, de pronto, casi como de la noche a la mañana, ocupa el mismo cargo que en otros tiempos ocuparon Alsina, Pellegrini, Figueroa Alcorta o Elpidio González. Como se suele decir en estos casos: país generoso, país que reitera la fantasía del sueño del pibe o la leyenda del canillita a campeón.

Para mí fueron siempre un misterio las razones que motivaron a la señora para elegir su compañero de fórmula. ¿Estaba fascinada por la sonrisa ganadora del chico lindo? ¿Quería a un inservible a su lado para que no le hiciera sombra? ¿Elegía a un tilingo de derecha para equilibrar o moderar a sus tilingos de izquierda? Es probable que todas estas razones hayan pesado a la hora de tomar una decisión. También es probable que ella misma no supiera muy bien por qué lo hacia, pero más allá de subjetividades, lo cierto es que Amado Boudou es vicepresidente de los argentinos gracias al dedo de la señora.

Esta semana al vicepresidente de los argentinos le allanaron su domicilio. Allí se probó que las expensas las pagaba el señor que él había jurado no conocer. Por mucho menos que eso en un país civilizado un político con un mínimo de vergüenza o decoro, renuncia. En los últimos años hubo un presidente que renunció porque se supo que había copiado una tesis de grado, otro, porque había acosado sexualmente a una de sus secretarias; hace un par de meses el presidente de Alemania dejó el poder porque se supo que había usado pasajes oficiales para viajes privados.

En la Argentina actual nadie, no sólo Boudou, presenta la renuncia por semejantes pequeñeces. Para nuestro singular código moral, o nuestra particular viveza criolla, estas causas son más motivo de orgullo que de vergüenza. “No sabe ni robar”, es uno de los comentarios jocosos habituales en los pasillos del poder. Como me dijera un viejo dirigente liberal: “Con ellos hay que tener cuidado hasta de salir a cenar, porque por el solo hecho de escuchar las conversaciones que mantienen con absoluto desparpajo en la mesa, uno ya esta incurso en una asociación ilícita”.

Un amigo kirchnerista se lamentaba en voz baja de que el proyecto político que, según su criterio, encarna los ideales posibles de la liberación nacional, incluya a un personaje como Boudou. El hombre se agarraba la cabeza cuando escuchaba sus declaraciones, sus argumentos de defensa y sus torpezas verbales. Mi respuesta a sus preguntas fue otra pregunta. ¿Y qué esperaban? ¿O es que alguien puede decir que está sorprendido por lo que está pasando?

Aunque parezca una paradoja decirlo, Boudou a su manera es transparente. No hace falta ser un psicólogo o un lector de almas para saber los puntos que calza el personaje. Pero como se dice en estos casos, “el chancho no tiene la culpa, sino quien le da de comer”. El propio Boudou se ha defendido internamente diciendo que de todas y de cada una de las causas que lo acusan Ella y Él estaban enterados. Yo le creo. Es más, creo que uno de los motivos por el cual fue elegido es porque era capaz de hacer lo que ahora los jueces, los fiscales, los esbirros del periodismo y, por supuesto, Magnetto, le reprochan. Visto desde esa perspectiva, Boudou no traiciona, a nadie y mucho menos a sus benefactores. Hace lo que siempre hizo, lo que eligió hacer y lo que le enseñaron a hacer.

Como ciudadano, Boudou es responsable ante los jueces por sus actos, pero no sé si políticamente es responsable de algo. Si ser responsable es disponer de la capacidad de responder, es decir, de hacerse cargo de sus actos, Boudou no es responsable. Basta escuchar sus argumentos defensivos para arribar a esa conclusión. Boudou es responsabilidad de la señora. O de Él. El hombre está en ese lugar por el exclusivo mérito de haber ganado el favor real. Su condición no es la de compañero, dirigente o protagonista del poder, sino la de favorito. Favorito de Ella. Si Boudou no responde por él, ¿quién lo hace en su lugar? Dejo a la sagacidad de mis lectores la respuesta a este interrogante.

Ciccone Calcográfica hoy está en el banquillo de los acusados. ¿Cuántas Ciccone Calcográfica han operado y siguen operando en la Argentina sin que nosotros lo sepamos? La respuesta a esa pregunta es un secreto y Boudou y sus benefactores son parte de ese secreto. Ciccone Calcográfica es una anécdota y tal vez una anécdota menor de un dispositivo de poder que desde hace años perpetra negociados con impávida impunidad. Cuando la señora inició su primer mandato le estalló en las manos el escándalo de las valijas de Antonini. Fue el primero pero no fue el último. ¿Lo será Ciccone Calcográfica? No lo creo.

Mientras tanto, los argentinos nos vamos acostumbrando a que desde las máximas instituciones del poder se hable de mafias y esbirros y en esas categorías caigan en la volteada jueces, fiscales, empresarios, periodistas y hasta funcionarios del gobierno. Boudou convoca a una conferencia de prensa y durante más de cuarenta minutos se despacha contra todo el mundo. Cuando concluye, los periodistas se enteran de que el hombre, además de poner las cosas en su lugar, ha brindado un valioso aporte teórico a la teoría de la comunicación: la conferencia de prensa sin preguntas. En ese punto, Boudou ha superado a sus maestros. O por lo menos estuvo a su altura, porque, convengamos que en estos temas es muy difícil, por no decir imposible, superar a la pareja real.

El señor Magnetto merece un capítulo aparte porque es desde hace rato el ogro de la película. Sin exageraciones podría decirse que según el relato K, desde la muerte de Facundo Quiroga en adelante, todo lo malo en la Argentina tiene la marca en el orillo del Grupo Clarín. A los efectos de la leyenda o el mito, poca importancia tienen los datos cronológicos, incluso aquellos que señalan que hasta hace apenas cuatro años Magnetto era uno de los aliados políticos privilegiados de Él y Ella.

Los ataques a Magnetto son tan insistentes, reiterativos y violentos que por ese camino lo que están logrando es transformarlo en una víctima, lugar que a decir verdad, el hombre nunca se mereció. Sin embargo, las obsesiones o las estrategias para destruir a un rival suelen ser tan torpes y groseras que terminan provocando un efecto inverso. En mi caso, nunca supe demasiado de Magnetto. Y lo poco que sabía era que se trataba de un empresario con los vicios y virtudes de un empresario criollo. Gracias a Él y Ella, y ahora a Boudou, he tomado conocimiento de su vida y de sus actos. Magnetto no es m héroe, ni es mi favorito, pero tampoco es mi enemigo. Y si alguna duda tenía al respecto, los ataques oficiales han terminado de disiparlas. Magnetto ejerciendo el poder absoluto me provocaba rechazos, Magnetto perseguido, me resulta simpátic