La vida de un hacedor

La vida de un hacedor
 

El artista plástico Carlos Páez Vilaró en Casa Pueblo, Maldonado (Uruguay).

El pintor uruguayo Carlos Páez Vilaró, artista prolífico y viajero incansable que se ha codeado con Pablo Picasso, Marlon Brando o Fidel Castro y que ha expuesto en galerías de Londres, París o Washington, ha dedicado 42 años a construir Casapueblo, su templo personal en la costa este de Uruguay.

TEXTOS. RAÚL CORTÉS. FOTOS. EFE REPORTAJES.

Que un hombre de 88 años se defina como “una máquina imparable” puede resultar atrevido, salvo que quien lo diga sea el pintor uruguayo Carlos Páez Vilaró. Artista prolífico y viajero incansable, ha expuesto en galerías de Londres, París o Washington. Ha dedicado 42 años a construir Casapueblo, su templo personal en la costa este de Uruguay, y se ha codeado con gente como Pablo Picasso, Fidel Castro o Marlon Brando.

Además, fue testigo del proceso de independencia del continente africano y exhibió una película en el Festival de Cine de Cannes. Sin embargo, su mayor aventura tuvo forma de tragedia familiar, aunque con final feliz. En 1972, su hijo fue uno de los sobrevivientes del famoso accidente aéreo de un equipo de rugby en Los Andes.

Ahora, sintiéndose “más joven que nunca”, conversó con EFE sobre “Posdata”, la nueva autobiografía de este singular artista que se define como un hacedor y cuyo sueño más íntimo es llevar la pintura a los ciegos.

DESANDAR EL CAMINO

- ¿Cómo fue el proceso de revisar sus casi 90 años de existencia?

- Una de las ayudas que tengo, la más importante, es la memoria, reforzada por una especie de costumbre que tengo de ir anotando en un diario mis peripecias en la vida. Cada hecho notorio, episodio que vivía, de alguna manera lo rescataba en un papel.

Con una camisa vaquera arremangada, unas canas pulcramente peinadas, una mirada profunda y una voz cálida pero firme, Carlos Páez Vilaró (Montevideo, 1923) mantiene todavía ese halo de galán aventurero que le debió acompañar toda su vida. Como buen rioplatense adora hablar y contar anécdotas.

“Charlatán como soy, la posdata me permite de repente continuar en otro libro lo que no pude rescatar en otro volumen”, dice sobre su autobiografía. De su infancia en el Uruguay de las vacas gordas recuerda su nacimiento “en una palangana de porcelana holandesa” de su abuelo, “mirando al mar”.

Ese elemento le acompañaría toda la vida “como una vacuna”, indica en su estudio de Casa Pueblo, un fantasioso edificio de color blanco y curvas infinitas, ubicado a orillas de la confluencia del Río de la Plata y el Océano Atlántico, en la localidad de Punta Ballena.

Durante la entrevista, Páez deja algunas lecciones vitales: dice que el obstáculo lo estimula y que el secreto de su éxito ha sido “estar cerca de la juventud” y hacer lo que él denomina “un acto de navidad por día”, es decir, ayudar a alguien en algo a diario.

PASIÓN POR “LA NEGRITUD”

Para hablar de su arte, influenciado por Picasso, De Chirico, Cocteau, Dalí o Warhol, es imprescindible preguntarle sobre su primer contacto con las Llamadas del Carnaval uruguayo, esas bandas de tambores de la minoría afrodescendiente del pequeño país sudamericano.

Un día se topó con uno de esos grupos en el barrio sur de la capital uruguaya y lo siguió, embelesado por unos ritmos que son la base del candombe, música que junto con el tango fue declarada Patrimonio Inmaterial por la UNESCO en 2009. El recorrido terminó en el conventillo Mediomundo, una casa de huéspedes donde acabó viviendo y creando un improvisado taller de pintura.

En febrero pasado fue la primera vez en seis décadas en la que este confeso admirador de su compatriota, el pintor Pedro Figari (1861-1938), no participó con su tambor en las Llamadas por molestias en una pierna.

Su interés por “la negritud”, patente en buena parte de su obra, lo llevó finalmente a África. “Aterricé en Dakar en 1962 sin darme cuenta de que en ese momento el negro se liberaba del cinturón que le apretaba la panza”. De aquella etapa le marcó su estancia en el hospital para leprosos del Premio Nobel de la Paz franco-alemán Albert Schweitzer en 1952, en Lambarene (Gabón). Antes de partir de allí, pintó un mural en una de las paredes del sanatorio como forma de agradecimiento.

AVENTURERO INFATIGABLE

El principal legado del pintor permanece en Casapueblo, donde el artista tiene su taller y uno de los museos más concurridos de Uruguay, además de un hotel que vendió hace años a unos empresarios. Pero su obra puede apreciarse también en Washington (EE.UU.), Brazzaville (Congo), Nairobi (Kenia), Colombo (Sri Lanka), Canberra (Australia), Sao Paulo (Brasil) o Tahití y Bora Bora, en la Polinesia.

En 1960 pintó en la sede de Organización de Estados Americanos, en la capital estadounidense, el mural “Raíces de la paz”, considerado entonces el más largo del mundo por sus 162 metros de extensión.

De todos esos lugares Páez conserva experiencias sobre las que no se cansa de hablar. Como cuando huyó del Congo en 1962, tras pintar un mural en el Palacio presidencial porque las autoridades lo confundieron con un comunista al leer en su pasaporte República Oriental del Uruguay, el nombre oficial de su país. O como cuando consiguió que el sultán de Maldivas liberara el barco en el que le esperaban sus compañeros de expedición enviándole un telegrama con la firma “James Bond, 007”.

Su oficio y su don de gentes le permitieron asimismo intimar con Fidel Castro, Henry Ford, Günter Sachs, Omar Shariff, Brigitte Bardott, o Marlon Brando. Artista polifacético, se ha atrevido con la escultura, la alfarería, el diseño publicitario y el cine, donde llegó a presentar su película sobre África “Batouk” en el Festival de Cannes de 1967.

EL TRAZO DE PICASSO

- La figura de Picasso tuvo mucho que ver con su trabajo. ¿Qué recuerda de él como ser humano y como artista?

- Con Pablo lo que pasa es que uno busca líderes. Es rarísimo. Desde que nacemos, siempre estamos buscando la persona que nos va marcando el camino, como Albert Schwitzer. En el caso del arte era lógico que Picasso me marcara, como me marcó Salvador Dalí. Don Pablo me atrajo como atrajo a miles de pintores. No creo que haya un solo pintor en el mundo que no haya tenido en algún momento la tentación de hacer un trazo de Picasso. Cuando veo pasar un avión, pienso que es un Picasso que pasa. Cuando veo una mujer con cola de caballo también pienso que tiene un peinado picassiano. Está en todo.

Páez fue a visitar al pintor malagueño en 1957 a Francia y recuerda con gran fervor aquel encuentro. “Era dueño de una gran humildad, bajo perfil y muy generoso. El Picasso que yo conocí fue un hombre generoso. Fíjate, recibir a un pigmeo, un watusi. El tipo me recibió con cariño español, un abrazo, un beso”.

“Viven”

- ¿Qué lugar se quedó con ganas de ver? ¿A quién le hubiera gustado conocer?

- Toda mi vida es la búsqueda de algo nuevo. El otro día me preguntaron cuál es el cuadro más importante de mi vida y yo le contesté; “El que voy a pintar mañana”. Para mí la vida es una sorpresa, un callejón con puertas distribuidas por todo lo largo, y yo, seducido por los brillos de los picaportes, las voy abriendo para darme de plano con la sorpresa, sorpresas a veces muy jorobadas, como aquellas del avión, cuando cayó mi hijo en los Andes.

- Hablando de ese episodio, ¿por qué nunca perdió la esperanza de encontrarlo?

- Busqué el arte toda una vida y no sé si aún lo he tocado. ¿Cómo no vas a buscar a tu hijo, que está perdido en el medio de las montañas, sin ayuda alguna, sin agua para beber, sin comida para alimentarse? Siempre tuve a Dios al lado mientras lo buscaba. Curiosamente estábamos comunicados (con mi hijo) por la Luna. La Luna era el único objeto que los dos podíamos ver sin vernos. En las noches frías, Carlitos miraba la Luna y era un espejo en el cual veía al padre que lo estaba buscando y para mí la Luna era un micrófono: “Dale, Carlitos, no abandones”.

Después de más de dos meses de búsqueda en los que Páez nunca bajó las manos, los supervivientes fueron encontrados por un arriero chileno. El suceso ha sido contado en diversos libros e inspiró la película “Viven”, protagonizada por el actor estadounidense Ethan Hawke.

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Vista parcial de Casa Pueblo del artista plástico Carlos Páez Vilaró.

CASAPUEBLO, UNA HOJA BLANCA Y UNA REVELACIÓN

- La primera visión de Casapueblo podría evocar al visitante la obra del arquitecto catalán Antonio Gaudí. ¿Cómo fue todo ese proceso creativo que duró 42 años?

- Si soy franco, realmente la obra de Gaudí no la conocía tan a fondo como para inspirarme al hacer esta casa. La inspiración de hacer Casapueblo, modelada así, con mis propias manos, se la debo a dos hechos: al gaucho uruguayo, que hace su casa con adobe, con estiércol, barro, y al hornero, que es un pájaro que hace su casa también de barro con el pico. Una pregunta que yo me hice fue cómo, si un pájaro hace su propia casa con el pico, yo no puedo hacer mi casa con mis propias manos.

- Dice que el espacio en blanco le produce “un deseo irrefrenable de ocuparlo”. ¿Teme que algún día ese deseo se apague?.

- No, cuando me dicen “Usted es el pintor Páez Vilaró”, yo digo “No, no soy pintor, soy un hacedor”. El placer mío es hacer cosas, como ahora mismo, de repente, me gustaría tener un papel en blanco, que es una obsesión para mí, para hacer un garabato. Los compañeros del taller son todos sabedores de eso, que soy una máquina imparable. Pero me encanta la gente, el contacto con la vida. Me encantaría, como gran proyecto, hacer un día un arte para no videntes. No me da para comprender cómo un hombre ciego puede pasar por la vida sin conocer el color.

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Obras sin título del artista plástico Carlos Páez Vilaró.

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