Señal de ajuste

La dama de acero

La dama de acero

“La dueña” es una miniserie que, si se buscan parentescos, puede inscribirse en aquella línea inaugurada por “Dinastía”, o sea los melodramas familiares anidados en el poder económico. Foto: Gentileza Telefé

Roberto Maurer

A 46 años de la última aparición en la ficción televisiva y 70 de su debut en el cine, el público ya se había olvidado de que Mirtha Legrand nunca fue una buena actriz. Su imagen establecida de conductora de televisión fue borrando aquel pasado lejano que se remonta a los estudios San Miguel y su papel de estrella juvenil del peronismo de Perón en los medios controlados monopólicamente por Apold. Y ahora Telefé, transcurrido tanto tiempo, la lanza en una ficción donde viene a refrescar la memoria de aquel período de esplendor pero de pobre desempeño artístico, con el que corresponde ser justo: fue una triunfadora como “damita joven”, un rubro donde aún hoy la tolerancia es la regla. Con belleza y simpatía basta.

Pero la tele no existe para ser evaluada según categorías artísticas, ya que funciona según otros focos de interés, como la megalomanía. En sí mismos, los megalómanos constituyen un espectáculo fascinante, sería el caso de Maradona, y no encierran ningún peligro para el prójimo mientras se circunscriban a la pantalla. Es el caso del personaje calculadamente autorreferencial que Mirtha Legrand encarna en “La dueña”, una prolongación de la figura estelar de los almuerzos, de su glamour en la vida social, y de su privacidad misma, acerca de la cual los medios chimenteros siempre nos mantuvieron bien informados. La única excepción a esa existencia perfecta y sobrehumana fue una tapa de Gente en los ‘70, donde apareció despatarrada tomando sol en la playa, sin maquillar.

EMPRESA Y FAMILIA

“La dueña” es una miniserie que, si se buscan parentescos, puede inscribirse en aquella línea inaugurada por “Dinastía”, o sea los melodramas familiares anidados en el poder económico, en este caso con un franco componente policial. Mirtha Legrand es la fría y calculadora Sofía Ponte, magnate de una compañía de productos de belleza que gobierna con igual despotismo la empresa y el clan familiar, casi una misma cosa.

Se han incorporado referencias estrechas a su propia vida, como los llorados muertos de la familia, alguna alusión simpática a “La vendedora de fantasías”, una de las comedias más populares de los viejos tiempos, y alguna muletilla de sus almuerzos (“chau chau”) y sus bambalinas (el célebre “mierda carajo”) , aquí reemplazados por reuniones de directorio.

Para ordenar la trama y orientar al televidente, ella misma o su personaje -son la misma cosa- hizo de bastonera en una introducción donde brindó una síntesis de las filiaciones y ocupaciones de los parientes. Su mayor dolor es la muerte de un hijo que fue asesinado, en Amparo tiene a su nieta favorita (Florencia Bertotti), una nadadora profesional; otro nieto, Diego (Fabián Vena), es una especie de tarambana de la búsqueda espiritual, y una hermana suya (Claudia Lapacó) está encerrada en un neuropsiquiátrico y le avisa por teléfono que se está por cometer un atentado contra la familia durante la gran recepción del aniversario de la empresa. En efecto, en una escena infantil, hay un primer plano de manos con una jeringa que inyecta algo en una bandeja de bocaditos que irán a la mesa de la familia.

SER AMIGO DEL JUEZ

Cuando Sofía llega a la fiesta, la detiene la policía acusada de asociación ilícita, y la lleva ante un juez de su confianza (el Gordo Casero) y viejo amigo. Se trata de una maniobra convenida entre Sofía y el juez (es un juez argentino, naturalmente) para salvarla del atentado. No obstante existen evidencias de que en la empresa hay quienes realmente cometen ilícitos vinculados al contrabando. Con un comportamiento bastante parecido al estilo del juez Rafecas, el magistrado hace favores a los amigos pero ante un delito que ha sido denunciado no tiene otro remedio que actuar, le explica a la poderosa mujer.

En tanto, Félix (Benjamín Vicuña) es un joven brillante que ingresa a la empresa como secretario de Sofía, pero empujado por un juramento de venganza cuyo motivo por ahora desconocemos. Es buen mozo, las chicas no lo dejan en paz, y una de ellas lo define como “el nuevo caprichito de mi abuela”. Amparo, la nieta preferida, llega de México y el secretario y la nadadora quedan frente a frente, paralizados, mirándose a los ojos, sin respiración, mientras estalla música romántica: se ha formado una pareja, y con un futuro de conflicto, ya que, como se dijo, el joven entró a la empresa animado por el odio. Ya dijeron “presente” algunos pecados capitales, y falta la mayoría.

TEORÍAS

La reaparición de Mirtha Legrand constituye un acontecimiento que provocó algunos temblores. Las denuncias de una ex empleada (en la miniserie existe el personaje de la mucama de confianza) que impulsó Jorge Rial ha sido sospechada como una operación de sabotaje del gobierno que, como se sabe, hace tiempo que eligió como enemigo a la octogenaria. Otros señalan una contradicción en esta teoría: el gobierno no podría interesarse en perjudicar a Telefé, un canal con el cual la amistad fue fortalecida con cuantiosa publicidad oficial.

También fue divulgado que “La dueña” sería un plagio de “Herederos”, una tira española: puede ser, es tiempo de expropiaciones.