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Con Borges en la clandestinidad

Alrededor del asesinato de un exiliado del Este europeo en los Estados Unidos se concentran vertigionosamente los destinos de quienes sufrieron en el pasado la opresión comunista (cuando no también la nazi), los avatares públicos y privados de la lucha por la libertad, los amores y las traiciones recogidas en el camino. Pero el verdadero tema de La guarida es, en definitiva, la pesadilla del destino repetido una y otra vez en los exiliados de cualquier índole y signo extremista (como Norman Manea se cuida bien de precisar), aunque en primer plano estuvieran los exiliados de los países bajo la siniestra égida de la Unión Soviética.

La opresión, la persecución, la fuga (quién sabe por cuáles medios, siempre presente la sospecha de haber sido cooptado por el partido o de haber cedido a sus presiones o a las de la Securitate para obtener el pasaporte), ése es el sino común, y es también la historia del propio autor, uno de los más celebrados escritores rumanos contemporáneos. NormManea nació en Bucovina, en 1936, fue deportado en la infancia, junto con su familia, a un campo de concentración. Vivió en su juventud la ilusión de la utopía comunista, de la que pronto se distanció, exiliándose en 1986, radicándose finalmente en Nueva York.

La guarida comienza en la actualidad, durante el poscomunismo, pero retrocede y avanza en el tiempo, con personajes que vuelven a encontrarse después décadas en los Estados Unidos.

Entre los episodios de la novela se nos cuenta que bajo la plena represión comunista un pequeño círculo de amigos se reúne para comentar libros conseguidos a través de complicados subterfugios. El proceso, de Kafka, por ejemplo, que claramente se carga para ellos de connotaciones en aquel infierno en el que cualquiera podía ser detenido sin justificación alguna. Y leen a Borges, traducido por un estudiante de español. Leen sobre Tlön y leen un cuento (“La muerte y la brújula) en el que su trama tendrá resonancias importantes para los sucesos del futuro, a partir de su juego de máscaras y citas, y de ese laberinto que constaría de una sola recta, que el asesino Scharlach promete a su víctima “la próxima vez que lo mate”. Publicó Tusquets.

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