Tribuna de opinión

Arturo Frondizi: medio siglo de su

derrocamiento, 50 años de frustraciones

Enrique Agustín Escobar Cello (*)

El 29 de marzo de 1962, con la pueril excusa de haber perdido las elecciones en la provincia de Buenos Aires y del triunfo del peronismo en esa provincia, se derrocaba el único intento desarrollista que se llevó a cabo en nuestro país y se condenaba al confinamiento a su presidente.

Decimos que pueril fue la excusa, porque el triunfo del peronismo en Buenos Aires, en nada hacía peligrar al gobierno nacional, ni desestabilizaba el sistema republicano.

Andrés Framini, el gobernador peronista electo en Buenos Aires, llegaría al poder con una legislatura mayoritariamente opositora, con una Corte Suprema insospechable de peronismo, con el Fiscal de Estado designado por el gobierno anterior, un Tribunal de Cuentas en idénticas circunstancias, e impedido de hacer nombramientos masivos a causa del Estatuto del Empleado Público de la provincia y por la ley de Presupuesto que congelaba las vacantes. ¿Qué peligro entrañaba Framini al frente del gobierno de la provincia de Buenos Aires? ¿Peligraba Occidente con esa gobernación?

Pero la suerte estaba echada. Arturo Frondizi había abierto las puertas de la democracia a otra fuerza popular hasta entonces proscripta (a la que le ganó elecciones, esas mismas elecciones, en la mayoría de los distritos electorales, Santa Fe entre ellos); perjudicó severamente a los intereses importadores con la autosuficiencia de petróleo; descongestionó la burocracia con la reducción de 250 mil agentes, los que fueron reubicados en la expansiva actividad privada, pagándoseles todos los beneficios de las leyes. Y para ese mismo año de 1962 proyectaba hacer otro tanto.

El país estaba definitivamente encaminado a la emancipación política y económica y las fuerzas populares, la UCRI y el peronismo, aplastaban en las urnas a los políticos antipopulares. Pero loss apóstoles del atraso, los comerciantes de nuestra dependencia, con sus adláteres, los políticos sin votos, debían instar a unos pocos generales, triunfadores de batallas en salones alfombrados, a derrocar a toda costa al presidente que izó el pabellón del desarrollo, la soberanía nacional y la paz social. Y así, desde entonces, ningún gobierno, ni de hecho ni de derecho, hizo nada por el desarrollo nacional.

Arturo Frondizi no nació a la filosofía del desarrollo económico en las postrimerías de la revolución del 55, como consecuencia de una “reveladora” cena. Esa es una fábula.

En 1936 escribió: “Si en su hora el país contempló una revolución en la conciencia cívica de la Nación, tenemos el deber de realizar esa misma revolución en la conciencia económica y social, con el común esfuerzo de todos los que persiguen el bienestar de la colectividad”. Esta revolución en la conciencia económica era el desarrollo. En 1947, siendo diputado nacional decía (y citaré sólo un párrafo de muchísimos otros tantos): “Desde el punto de vista nacional, es evidente la necesidad de industrializar el país. Debemos industrializarnos para que termine nuestra dependencia de la importación de productos manufacturados, debemos industrializarnos para elevar técnica y culturalmente al hombre que vive al amparo del país”.

No hay razón para pretender que el estadista comparta el crédito de su obra de gobierno con nadie. Él y sólo él fue el autor intelectual, el ejecutor real y el principal responsable de la fantástica obra del único gobierno desarrollista que hubo en nuestro país.

Frondizi no traicionó los fines de su obra “Petróleo y Política”. En esta erudita obra de más de 400 páginas, el Frondizi político propone alcanzar el autoabastecimiento petrolero con la exclusiva participación del Estado nacional. Luego, el Frondizi gobernante se encuentra con un Estado prácticamente quebrado y, con el pragmatismo natural de un estadista, renuncia a su prestigio de autor y a los medios que propone, y, sin perder de vista los fines de su ideal, alcanza el autoabastecimiento de petróleo (recientemente perdido, vale acotar) en un lapso fulminante, transformando a una Argentina dependiente del petróleo extranjero en una Argentina exportadora de petróleo argentino.

Frondizi no pactó con Perón para llegar al poder. No lo necesitaba. Los votos en blanco del 57 no lo serían en el 58. Los pueblos no se suicidan facilitando el poder a quienes los perseguían y seguirían persiguiendo. Frondizi lo sabía, y Perón no lo ignoraba. Como se lo dice Cooke en una reveladora carta: o apoyaba a Frondizi, o Frondizi triunfaba igual. La disyuntiva era de hierro, y Perón eligió la opción de los políticos veteranos: permitió que la poderosa corriente fluyera y navegara a su favor apoyando al candidato radical intransigente.

El acuerdo con Perón

Emilio Perina escribió en 1960 (“Detrás de la crisis”): “Rogelio Frigerio solamente se encontró una vez con el general Perón...Fue en Caracas al comenzar el año 1958...Pero el documento tiene fecha de febrero. ¿Qué pasó pues en ese mes? ¿Donde se firmó el “pacto que invocan?...Estoy en condiciones de afirmar en forma categórica que, durante los meses de enero y febrero de 1958 hubo un solo contacto con el general Perón y que fue posterior a la publicación de su consigna a favor del voto a la candidatura de Frondizi...No solamente fue posterior este único contacto, sino que, habiendo ocurrido en Ciudad Trujillo, no se realizó, como es lógico a través de Frigerio ni -está de más decirlo- a través de Frondizi”.

El que lo entrevistó fue Perina. Y relata luego cómo: viajando a Río de Janeiro con Ramón Prieto (el 5 de febrero del 58), para gestionar una visa para que éste y Rogelio Frigerio viajaran a República Dominicana a entrevistar a Perón; leen en los diarios uruguayos -en una escala en Montevideo- el apoyo de Juan Perón a la fórmula que encabezaba Arturo Frondizi.

Entonces ¿Qué sentido puede tener un pacto en el que una de las partes se adelantaba a satisfacer los intereses de la otra?

A esto lo escribió Perina, como decimos, en 1960. Nunca fue desmentido hasta hoy. A pesar de eso, cuando pactar con Perón dejó de ser un “pecado capital” para convertirse en virtud reparadora, y políticamente conveniente, algunos señores salieron a la luz y anunciaron públicamente un pacto que nunca existió.

Frondizi siempre lo negó de modo categórico

El Frondizi que rememoramos en aquel 29 de marzo, es el presidente que, inerme e indefenso, ordena a la guardia de Granaderos retirarse de la residencia de Olivos sin intentar defenderlo, porque los granaderos de San Martín jamás deben sufrir una derrota. No escapa al extranjero ni se esconde en una embajada, enfrenta a los tres desconcertados uniformados y les dice que no renunciará a su cargo, no se irá del país ni se suicidará, así que, las alternativas que les quedaban eran: dejarlo gobernar, matarlo o hacerlo prisionero. Los altos mandos adoptaron la última opción.

Desde aquel 29 de marzo de 1962, el firmamento argentino ha ido oscureciéndose paulatinamente, hasta llegar a esta noche cerrada de desamparo, dependencia y miserias (económicas y humanas), mientras la figura del estadista brilla con gran luminosidad, señalándonos inequívocamente el camino de la grandeza nacional.

(*) Autor de “Arturo Frondizi. El mito del pacto con Perón”.

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