América Latina: ¿la violencia es una herencia del pasado?

Christina Ruta

Deutsche Welle

Sólo en México 20.000 personas fueron asesinadas, según reportes de Naciones Unidas, en 2010. En Guatemala, fueron 41 muertos por cada 100.000 habitantes. Y en El Salvador, llegaron a 66. A modo de comparación, la cifra que el organismo internacional registra para un país como Alemania es de 0,8 muertes por cada 100.000 habitantes en el mismo período.

Los tres países latinoamericanos vivieron conflictos armados en el pasado reciente: violentas guerras civiles en las décadas de 1980 y 1990 en El Salvador y Guatemala, el levantamiento zapatista de inicios de los años 90 en México.

Pero estos conflictos se consideran cerrados hace al menos una década y la violencia actual es percibida como apolítica, criminal. Es por ello que el continente apenas se tematiza en las discusiones sobre sociedades de posguerra o en situaciones posconflicto, afirma Sabine Kurtenbach, del Instituto GIGA de Estudios Latinoamericanos de Hamburgo, autora de un reciente estudio sobre ‘Las peculiaridades de la situación posconflicto de América Latina‘.

Haber sido escenario de guerras o conflictos armados no justifica suficientemente, a los ojos de Kurtenbach, la actual situación de extrema violencia en la región. Si así fuera, todas las sociedades que han experimentado guerras o conflictos armados tan recientes como los latinoamericanos tendrían problemas similares.

Las razones de la violencia en estas sociedades son más diversas, según muestra el estudio. En países como El Salvador o Guatemala, el conflicto armado ha dejado efectivamente una fuerte herencia, pero esta se conjuga con otros factores. Así, por ejemplo, una política gubernamental represiva se ha conjugado con la ausencia de políticas efectivas para disminuir la brecha entre ricos y pobres. La fuerte desigualdad social, que en su momento estuvo ligada al origen de los conflictos, sigue siendo central para explicar los altos índices de violencia en estos países.

Ciudades que crecen frente a un Estado débil

Los rápidos procesos de urbanización y la disolución de lazos sociales tradicionales provocadas por la migración hacia las ciudades o al exterior del país representan factores adicionales. Bandas criminales juveniles (maras, pandillas) sustituyen muchas veces la habitual función de la familia.

En comparación con la típica migración del campo a la ciudad, característica de cualquier sociedad moderna, la migración provocada por conflictos armados resulta especialmente problemática: un grupo de personas traumatizadas se ven obligadas a abandonar su región de origen. ‘Ello dificulta su adaptación a la vida citadina, mucho más que si esta estuviese motivada por la clásica situación de cambio o modernización social’, dice Sabine Kurtenbach. Y el riesgo de que se generen situaciones de violencia aumenta, pues el Estado no está en condiciones de poner la infraestructura necesaria a disposición de los migrantes.

El crimen organizado y el narcotráfico internacional han contribuido también al ascenso de la violencia: ‘Las redes transnacionales no se expanden en espacios vacíos, sino donde determinadas condiciones locales lo facilitan’. Un Estado débil facilita las cosas, sobre todo cuando el sistema que imparte Justicia no funciona adecuadamente, abunda Peter Imbusch, experto en la investigación de conflictos y violencia, de la Universidad de Wuppertal: ‘El empleo de la violencia se incentiva justo allí donde apenas se le persigue y castiga, donde incluso las instituciones estatales la consideran un método legítimo’.

En sociedades que han experimentado conflictos armados o dictaduras militares, agrega Sabine Kurtenbach, el aparato de seguridad estatal ha estado involucrado en tales conflictos. Ello pone sobre la mesa la necesidad de reforma de este sector, sobre todo en lo que se refiere a la reducción de las fuerzas armadas, la desmilitarización de la policía, la subordinación de los militares a las instituciones civiles y el fortalecimiento del sistema de Justicia.

La lucha contra la violencia en la región solo puede ganarse a largo plazo. Nuevas oportunidades educativas y alternativas para emplear el tiempo libre, son algunas de las claves propuestas, una y otra vez, para relajar los focos de tensión social. Una oportunidad para la cooperación internacional, opinan los investigadores alemanes.

Medidas de planificación física (territorial y urbanística) podrían mejorar la situación en las ciudades, como ha ocurrido en Bogotá, la capital colombiana. Allí, sucesivos alcaldes de diversas orientaciones políticas han trabajado con éxito durante años por recuperar los espacios públicos. Medidas a veces aparentemente sencillas como iluminar mejor calles y plazas oscuras han ayudado a ofrecer mayor confianza a los ciudadanos.

Las medidas represivas, en ello coinciden igualmente ambos expertos, representan, si acaso, una alternativa excepcional y limitada. No pocas veces, este tipo de ‘soluciones‘ no han sido tales sino que han impulsado la escalada de los conflictos, como resuta evidente en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado que lleva a cabo el gobierno mexicano: al menos 50.000 civiles han muerto en enfrentamientos violentos entre militares y carteles de la droga desde 2006.